Reconstruir la “casa de todos” | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Abril de 2021

* Desarrollo sostenible, norte de reactivación pospandemia

* Día Internacional de la Tierra y el punto de no retorno

 

 

El próximo jueves se celebra el Día Internacional de la Tierra o de la “casa de todos”, como acertadamente el papa Francisco denomina al planeta cada vez que hace un llamado a la humanidad para cuidar el medio ambiente y combatir el cambio climático.

Si bien es cierto que toda la atención mundial está centrada en la emergencia multisectorial por la pandemia, la salud del planeta también está cada vez más deteriorada. Los incontenibles efectos lesivos del calentamiento global, la disminución de las reservas del agua, la afectación creciente de la biodiversidad, el deshielo de los casquetes polares, la depredación indolente sobre los recursos naturales no renovables, los altos niveles de contaminación… Un panorama muy complicado para el planeta, a tal punto que las advertencias de décadas atrás en torno a que el ser humano estaba poniendo en juego su propia supervivencia a mediano plazo, ya no se consideran delirios apocalípticos ni propios de la ficción, sino una amenaza real que sólo puede contenerse si la humanidad corrige de forma rápida y contundente el rumbo.

Bien lo advierte Naciones Unidas en su mensaje central para este Día Internacional de la Tierra, cuando recalca que aunque en esta coyuntura todas las miradas están puestas en la pandemia, el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial, hay otra profunda emergencia tan grave como la primera: la crisis ambiental que se está produciendo en el planeta. No solo alerta que la biodiversidad está en pronunciado declive, sino que lanza una sentencia aún más dramática: las perturbaciones del clima se están acercando a un punto de no retorno.

En ese marco, el llamado global para salvaguardar al planeta de la depredación se está centrando en seis medidas transversales. En primer lugar, que la inversión billonaria para los planes de recuperación pospandemia debe ir articulada con una transición obligatoria del aparato productivo al desarrollo sostenible. Es trascendental entender que si se utiliza el dinero de los contribuyentes para rescatar empresas y fuentes de empleo, es necesario vincular ese esfuerzo a un crecimiento respetuoso del inventario ambiental. En ese orden de ideas, para la Naciones Unidas resulta determinante que la “artillería fiscal” impulse el paso de la economía gris a la verde, aumentando la resiliencia de las sociedades y las personas.

Pero para ello debe producirse un cambio de mentalidad mundial sin antecedentes: la recuperación y todo el esfuerzo económico derivado deben enfocarse, no en reactivar sistemas de producción y desarrollo que se han evidenciado altamente contaminantes y depredadores del planeta, sino en cambiar el norte. Se requiere, en consecuencia, que los riesgos y oportunidades climáticas se incorporen al sistema financiero, así como a todos los aspectos de la formulación de políticas públicas y las infraestructuras. Todo lo anterior, la sexta de las premisas, bajo un marco de multilateralismo real, efectivo y con pactos de carácter vinculante.

Como bien lo dijera uno de los voceros del último estudio sobre el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero: el cambio climático, al igual que la pandemia, no conoce ni respeta fronteras nacionales.

Solo en la medida en que esas seis medidas se aterricen al día a día planetario, aprovechando como punto de partida los planes de recuperación tras la crisis sanitaria, la “casa de todos” tendrá posibilidad de seguir albergando a la humanidad. Las metas están más que ratificadas: en el marco del Acuerdo de París, por ejemplo, es imperativa una reducción del 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030 para evitar un calentamiento catastrófico. A hoy, según se advirtió en marzo pasado, la “ambición de los países” solo alcanzará para disminuirlas un 1%.

El problema, en el fondo, continúa siendo el mismo: urge mayor voluntad de los gobiernos para comprometerse a salvaguardar no solo su propio entorno biodiverso y natural, sino el del resto del planeta. La geopolítica y la plusvalía económica no pueden seguir dejando en segundo plano la prioridad de frenar el calentamiento global. Las potencias, como mayores fuentes de contaminación, tienen la palabra. Precisamente este jueves se lleva a cabo una Cumbre Climática citada por Estados Unidos. La expectativa es muy grande en torno a saber qué porcentaje de los discursos y las promesas de los países más poderosos se aterrizará a hechos y metas concretas respecto al Acuerdo de París.

Habrá que esperar las conclusiones de la cumbre. Por ahora, es claro que la crisis sanitaria está obligando a todos los gobiernos a reconstruir la “casa de todos” tras el fuerte coletazo social y económico. Ojalá esa ‘remodelación’ se enfoque, no en tratar de volver a la etapa depredadora prepandemia, sino en una modernización estructural e integral bajo la única ruta que garantizará la supervivencia de la humanidad: el desarrollo sostenible.