Un gobierno sin convicciones | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Abril de 2021

Decía Margaret Thatcher que “el aplauso muere en un día, pero la convicción perdura”. Por ello, la Dama de Hierro nunca gobernó según “cada giro de las encuestas”. “Nuestro estilo”, afirmó, “es decidir lo que es correcto, no lo que conviene de manera temporal”.  

Gobernar con convicción significa tomar decisiones difíciles e impopulares, sobre todo al inicio de un mandato, para obtener resultados y recoger los frutos hacia su conclusión. Para Thatcher, ciertamente no fue fácil enfrentarse a la oligarquía sindical que había paralizado a Gran Bretaña -hasta el punto de que los cadáveres se quedaban sin sepultar- privatizar ruinosas empresas estatales, u oponerse a los académicos biempensantes que aseguraban que sus políticas de liberalismo económico serían desastrosas. Pero, como reconocieron los votantes que la eligieron tres veces entre 1979 y 1987, las decisiones difíciles fueron también las acertadas.

En el caso de Colombia, nadie duda que el Presidente Duque heredó unas condiciones poco envidiables de su antecesor. Aparte de que las Farc aún estaban alzadas en armas pese a una costosísima negociación, la deuda superaba el 40 % del PIB y la moneda estaba entre las más depreciadas del mundo. En agosto del 2018, cuando el caos cambiario impactaba a Turquía y- de nuevo- a Argentina, el portal financiero Bloomberg advirtió que el país con mayor riesgo de contraer el malestar era Colombia, por cuenta de su deuda y su déficit fiscal.  

Como senador y candidato presidencial, Duque parecía entender la magnitud del problema. Propuso permitir la apertura de cuentas bancarias en dólares, lo cual protegería el valor de los ahorros y dolarizaría parcialmente la economía. Propuso reducir los impuestos y, sobre todo, eliminar el derroche estatal. Nada de lo anterior les gustaba a los soberanistas monetarios o a los académicos keynesianos, mucho menos a los manifestantes de profesión que se especializan en extraer para sí grandes tajadas del erario.   

Como presidente, sin embargo, Duque cedió ante cada uno de estos feudos. Los soberanistas mantienen su monopolio monetario, aunque en el 2020 el precio del dólar superó los $4.000. El gasto público -la verdadera causa de los problemas fiscales del país- no sólo se mantiene al alza, sino que Duque ha contribuido a ello al no eliminar las numerosas entidades inútiles. Inclusive ha creado algunas nuevas, como el ministerio del Deporte, monstruosidad burocrática inexistente en Estados Unidos, el país que más medallas de oro ha ganado en los Juegos Olímpicos modernos.

Los ejemplos de Singapur y otros países demuestran que la calidad de la educación pública no depende del nivel del gasto estatal. Pero, en el 2018, Duque capituló ante unas protestas violentas que exigían más gasto público sin reformar mínimamente un modelo fracasado.

Todo lo anterior ha contribuido a que Colombia esté ad portas de perder el grado de inversión que otorgan las agencias crediticias. En medio del pavor burocrático, el gobierno recurre a la desesperada fórmula de extraer aún más en impuestos mientras mantiene el despilfarro. Es el resultado de gobernar sin convicciones.