Plan Biden de infraestructura | El Nuevo Siglo
Lunes, 5 de Abril de 2021

* Una apuesta billonaria y de gran alcance

* Se anticipa duro debate sobre financiación

 

El presidente estadounidense Joe Biden ha presentado lo que será el segundo gran programa de gasto público de su administración: un ambicioso plan de inversiones por US$ 2 trillones de dólares (dos millones de billones) que se extenderá durante varios años, y que tiene como objetivo rescatar la descaecida infraestructura de esa potencia. Es la segunda apuesta en grande en materia de gasto público de la administración demócrata pues, como se recordará, hace pocas semanas el Congreso, con una exigua mayoría, aprobó un nuevo plan por US$1,9 trillones de dólares para reforzar el apoyo federal a los sectores que han resultado más afectados por el impacto de la pandemia.

Es tal la magnitud monetaria de estos dos programas que no han faltado comentaristas que señalan cómo su alcance financiero iguala o aún supera el esfuerzo que realizó el gobierno federal de los Estados Unidos en la administración Roosevelt durante la gran recesión de los años treinta del siglo pasado. Inclusive, el cuantioso monto, en el mediano plazo, podría atizar las fuerzas inflacionarias en la unión americana. Podemos estar hablando en esta ocasión de un inédito y verdadero “New Deal”, que de entrada indica que Biden está pensando en grande y quiere orientar su administración hacia metas impresionantemente ambiciosas.

Sin embargo, son muchas las preguntas que plantea este último plan de rescate a la infraestructura norteamericana. Interrogantes que, seguramente, serán discutidos con toda crudeza durante los debates parlamentarios que desde ya se anticipan muy agitados entre las bancadas demócrata y republicana.

¿Cómo ha propuesto la Casa Blanca financiar este nuevo programa de gasto público? Echando atrás la reforma tributaria que se aprobó durante el gobierno Trump, y volviendo a elevar la tasa marginal de tributación de las corporaciones del 21% al 28%. También imponiendo otros gravámenes sobre las gentes adineradas y los grandes capitales en Estados Unidos. En otras palabras: haciendo tabla rasa con la concepción tradicional republicana de que los bajos impuestos a las empresas son la clave del desarrollo dinámico.

Además: el nuevo programa de Biden pone el dedo en la llaga sobre la decadencia de la infraestructura (carreteras, puentes, aeropuertos y puertos, etc.) que, según los expertos, no se remoza desde los años cincuenta del siglo pasado en Estados Unidos, lo que le está restando una inmensa capacidad competitiva a esa potencia. Pero, por otro lado, el plan también pone sobre el tapete, con claridad y sobre cifras gigantescas, la diferencia en la visión fiscal que tradicionalmente opone a los dos partidos tradicionales. Los demócratas creen mucho más que los republicanos en la eficiencia del gasto público como palanca del desarrollo.

Otro debate que abre este segundo gran programa de la Casa Blanca está referido a la magnitud de su costo (que es inmenso) y sobre la filosofía misma del gasto público. No es, pues, una discusión de poca monta la que acaba de abrirse en Estados Unidos.

El objetivo de intensificar la modernización de la infraestructura norteamericana durante un lapso de ocho años (lo que implica que ya Biden estaría anunciando, por lo demás, que aspiraría a ser reelegido) debe también entenderse dentro del marco de la geopolítica contemporánea. Todo hace pensar que la Administración ha comprendido que los Estados Unidos no podrán mantener con éxito la carrera tecnológica y de preeminencia económica que está librando con China si no comienza por poner al día su propia infraestructura doméstica. Un campo en el cual la potencia asiática ha realizado avances formidables en los últimos años. Todo ello, como se dijo, mientras que en la norteamericana la infraestructura básica sobre la cual ruedan los bienes y productos allí producidos y comercializados a nivel interno, o los exportados o importados, parece haberse quedado congelada desde hace medio siglo.

Este ambicioso programa de la administración Biden pone, pues, sobre el tapete tres cuestiones cruciales de la política y de la economía de los Estados Unidos: ¿Llegarán a un acuerdo demócratas y republicanos sobre cómo financiarlo? ¿Estos dos programas desatarán, por su magnitud nunca vista, los demonios de la inflación a corto y mediano plazos? ¿Qué papel jugará una infraestructura física más moderna en los Estados Unidos en la lucha sin cuartel que está librando con China por la supremacía económica y tecnológica global?

Interrogantes, sin duda alguna, que solo el tiempo irá despejando pero que, de entrada, es claro que ponen de nuevo los ojos de todo el planeta sobre lo que pase en Estados Unidos, cuya economía, para bien o para mal, marca el ritmo productivo mundial.