La salud, como corcho en remolino | El Nuevo Siglo
Sábado, 1 de Abril de 2023

* ¿Una reforma a “voto limpio”?

* Tránsfugas en vez de concertación

 

 

Resulta sorprendente, por decir lo menos, que la ministra Carolina Corcho pretenda justificar el embrollo en que ella misma metió la reforma de la salud con un supuesto ‘estado de opinión’ creado desde los medios de comunicación y las redes sociales. Así lo hizo, ciertamente, esta semana cuando dijo en Arauca, entre otras perlas, que existe un “matriz mediática negacionista” con el fin dizque de no reconocer “los grandes problemas que enfrenta el sistema”.

No es cierto. Existe un consenso en el país según el cual es necesario un ajuste, como ocurre prácticamente en todas partes del mundo en la postpandemia. Pero también hay una opinión abiertamente mayoritaria de que no es plausible, ni mucho menos aconsejable, derruir el régimen vigente por uno estatista, sumido en un mar de trámites, burocratizado y politizado a más no poder, y pletórico de oportunidades para entronizar la corrupción.

En efecto, y no en vano, los técnicos han calificado de esperpento lo que se quiere instituir. Incluso desde el primer momento en que se conocieron las pretensiones ministeriales dijimos en estas líneas que el resultado final sería volver al adefesio de la negligencia, descomposición y fatalidad representado en el Instituto de Seguros Sociales (ISS). Una entidad de ingrata recordación para todos los colombianos, que en buena hora fue liquidada y cambiada por el sistema de salud que hoy nos rige.

La mentalidad regresiva de la ministra, en la que ve maravillas donde no hay más que un laberinto oscuro, es producto, naturalmente, de un trasfondo ideológico que quiere imponer a como dé lugar. Y que abjura de la iniciativa privada como motor para lograr un mejor servicio y una mayor cobertura de salud, como se ha demostrado en Colombia en las últimas décadas frente a un Estado que fue, a todas luces, incapaz de llegar a índices al menos tolerables (si acaso es posible hablar en esos términos sobre un tema tan delicado y que compromete la vida y la salud de todos los ciudadanos). Ahora, cuando después de tantos esfuerzos y dificultades es posible presentar rubros de cobertura ampliamente favorables y un sistema sanitario que está bastante por encima de la media mundial, la ministra hace oídos sordos ante esa evidencia y, en vez de presentar una plataforma para mejorar y perfeccionar el sistema (que es indispensable), opta por jugar a la ruleta rusa con lo hasta ahora conseguido (que no es para nada despreciable).

Esa ministra, cuya terquedad es su atributo más notorio y que a partir de sofismas quiere imponer su teoría abstrusa en una práctica demostradamente fallida, fue la escogida por el presidente Gustavo Petro dizque para adelantar la concertación de la reforma en el Congreso. Esto luego de las múltiples voces sensatas que, dentro del propio gabinete, por parte de los servidores de la salud, en muchos miembros del Parlamento, en las jefaturas de los partidos y en la academia (además acorde con la voz mayoritaria de las encuestas), han presentado propuestas alternativas para los ajustes necesarios y llegar así, con sindéresis y diálogo, a un principio de acuerdo.

Pero no, claro que no, la ministra, enemiga cerrada de la concertación y refractaria al diálogo, creyó cumplirle con su labor al primer mandatario, dejando por el piso cualquier amago de consenso e insistir en el exabrupto original. Y que a larga y a decir verdad era el pensado inamovible de la Casa Nariño. ¿Si de antemano se sabía que esto sería así para qué el gobierno se prestó a la pantomima de la concertación durante tantas semanas? ¿Por qué habla de acuerdos nacionales como si estos fueran tan solo un comodín a fin de imponer unilateralmente y a rajatabla sus ideas? ¿Para qué presentarse de pactista cuando lo que prima es un evidente espíritu hegemónico?

Pues bien, ahora el propósito gubernamental ha quedado como una evidencia inexorable sobre el tapete. Porque en vez de acuerdos reales sobre la reforma de la salud, de una dialéctica apropiada, de una concertación sensata y en consonancia con su modesta situación en el Congreso, el gobierno ha escogido el llamado “voto limpio”. Es decir, el transfuguismo embadurnado de clientelismo (que fracasó en el  deleznable propósito de formalizarlo oficialmente en la reforma política), en todo caso intentando meterse por la puerta de la cocina de los partidos políticos. Pero aún a pesar de tránsfugas, como un par de representantes de los partidos de la U y conservador, en la Comisión Séptima de la Cámara, el régimen de bancadas prevalecerá sobre el infundio clientelista y la proterva maniobra que se pretende, rubricando de antemano la extinción de la efímera coalición. Al menos el conservador ha dicho que se acogerá finalmente a lo que señale el partido.

Por su parte, para cualquiera es claro que la reforma de la salud navega como corcho en remolino. Y no por ningún “negacionismo”, como dice la ministra. Basta ver el sinnúmero de proyectos alternativos y positivos artículos por aprobar en procura del mejoramiento del sistema. Más bien el “negacionismo” es el de ella que no ve el trágico horno crematorio en que la salud de todos los colombianos puede terminar de continuar por el precipicio insondable de su proyecto.