Literatura infantil: más allá de los cuentos de hadas | El Nuevo Siglo
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Domingo, 17 de Marzo de 2019
Fanuel Hanán Díaz (*)

PARA MUCHOS adultos la literatura infantil está fuertemente asociada a los cuentos de hadas, que conforman un núcleo de contenidos privilegiados en diferentes épocas e históricamente asociados con los orígenes de esta literatura. De hecho, el mismo término cuentos de hadas se impone en Europa a partir de los relatos escritos por Madame d´Alnuoy, quien en 1697 publica una recopilación de relatos bajo el título de Contes de fées (Cuentos de hadas). A pesar de que en estas historias no necesariamente las hadas tienen una presencia destacada, sí se trata de historias donde la magia y lo maravilloso rigen el universo, los animales pueden hablar y se repite la eterna lucha entre el bien y el mal.

Por la influencia que estos relatos tuvieron inmediatamente en otros países - el término fairy tales aparece posteriormente en la literatura inglesa por influencia de la palabra francesa fées-  se impuso una inmediata asociación entre cuentos de hadas y narraciones infantiles.

A pesar de que han pasado más de 300 años de esta etapa germinal en la producción literaria para la infancia, en el camino otros aportes como las recopilaciones de los hermanos Grimm en Alemania y de Alexander Afanásiev en Rusia, junto con las adaptaciones tempranas del siglo XX de la poderosa industria Disney, desplazaron definitivamente el consumo infantil al territorio de la fantasía.

Sin embargo, la literatura infantil contemporánea va más allá de los cuentos de hadas. En la misma dimensión de lo fantástico, otras opciones han emergido con fuerza, como la fantasía épica, perfectamente representada en Crónicas de Narnia del inglés C.S. Lewis o la magnánima obra de J.R.R. Tolkien El señor de los anillos. Y en límites más apartados la ciencia ficción que despunta con clásicos como Viaje al centro de la tierra o Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne. Podríamos decir que este inmenso territorio no estaría completo sin mencionar el terror, uno de los géneros de mayor adhesión entre los lectores infantiles. Con todas sus variantes, podríamos decir que ofrece un robusto escenario, especialmente en el terreno de lo sobrenatural donde destacan autores como el inglés Chris Priestley.

La aventura, en toda su extensión, conforma un núcleo indisociable de las mejores lecturas, clásicas y contemporáneas, que todo lector ama en su infancia. Los esquemas básicos del viaje y la búsqueda soportan estas estructuras narrativas, cuyos modelos están fijados desde La isla del tesoro, y que encontramos en abundantes obras como La casa de la madrina, de la brasileña Lygia Bojunga.

La novela policial para niños también engrosa un amplísimo universo, entre aquellas que emulan personajes conocidos como la trilogía del joven Moriarty de la española Sofía Rhei, a obras que mantiene variantes de la estructura clásica en la que un chico hace de detective para encontrar la solución a un extraño caso.

El realismo, otro gran polo que aglutina obras capitales de la literatura infantil, muestra la realidad con todas sus aristas. Matices de luces y sombras, reflexiones en torno al ser humano, cuestionamientos del orden de las cosas y grandes interrogantes que siempre han inquietado, encuentran amplias posibilidades de nutrir las experiencias lectoras. Libros que parten de una investigación histórica como Venganza contra las moscas, de la canadiense Sylvia MacNichol, nos sumergen en disyuntivas que hacen crecer a los personajes y por ende al lector. Obras magistrales, como Igual que las estrellas, de la estadounidense Katherine Paterson, nos aseguran que aún en las condiciones más adversas es posible encontrar respuestas en los eventos mágicos del universo y en la humanidad de las personas. Novelas que con pinceladas poéticas muestran una cruda realidad para involucrar a los lectores y hacerlos tomar partido por construir un mundo mejor, como Bajo la luna de mayo, del colombiano Gerardo Meneses, o con esquemas más existenciales como El vértigo de los pájaros, del colombiano John Fitzgerald Torres, encaminan la literaria para niños y jóvenes por zonas agrestes con la fuerza que solo la literatura puede conceder.

También el humor con su refrescante percepción del entorno acerca a muchos lectores a la literatura, que sigue siendo una forma de mirar el mundo y mirarse a sí mismo. Libros maravillosos que entran en el esquema de las llamadas historias de escuela (school stories) como Amigo se escribe con H, de la ecuatoriana María Fernanda Heredia, tienen la capacidad de ofrecer una experiencia lectora placentera y promover la risa como parte de una inteligencia emocional para solucionar la cotidianidad.

Este universo literario abre un mosaico de posibilidades, en el que también se suman las ilustraciones, trazando bordes que se cruzan con la novela gráfica, el libro ilustrado, el cómic, el libro silente y el libro álbum, por nombrar algunas de las categorías más destacadas.

Sin lugar a dudas, hoy en día, la literatura infantil es mucho más que cuentos de hadas. Abre un universo infinito, como son infinitas las inquietudes de los lectores que desean conocer con ansias el mundo.

 

Editor de la literatura infantil en la editorial Norma