El mal menor | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Marzo de 2019

“No hay salida distinta a combatirlas con toda la fuerza del Estado”

 

Colombia es el primer productor de cocaína en el mundo. El narcotráfico en nuestro país es el principal combustible de la violencia. Más de 200.000 muertos, 30.000 desplazados al año y 200.000 hectáreas de coca sembradas, así como  terrorismo y corrupción son el saldo visible del negocio de la droga.

El Estado ha dedicado un esfuerzo enorme e insostenible en la lucha contra las drogas ilícitas. Se calcula que al año unos 10.000 millones de dólares se van a gastos de seguridad y defensa. Durante las últimas décadas gran parte de nuestra energía y nuestros recursos los hemos destinado a combatir el narcotráfico, pero desafortunadamente los resultados no son los mejores.

Muchos alegan, y no sin razón, que hemos fracasado en la lucha contra las drogas y que debemos replantear la estrategia. Si bien es cierto que no hemos podido resolver el problema del narcotráfico por la vía militar y de la prohibición, las alternativas parecen ser pocas. La legalización de las drogas tal vez bajaría los precios y reduciría la violencia asociada a la producción y el tráfico de narcóticos, pero no sabemos cuáles podrían ser las consecuencias en materia de salud pública. En cualquier caso, mientras no haya un cambio global en la posición frente a las drogas ilícitas, Colombia no tiene otra salida distinta a combatirlas con toda la fuerza del Estado.

Lo que no podemos hacer es quedarnos a mitad de camino, sin combatirlo y sin regularlo. El gobierno de Juan Manuel Santos, en virtud del Acuerdo con las Farc, accedió a suspender la fumigación aérea con glifosato a los cultivos ilícitos. Para darle apariencia técnica a la decisión, echaron mano de un informe de la OMS donde dice que el glifosato es “probablemente cancerígeno para humanos”, y puede que lo sea, pero desde que dejaron de usarlo los cultivos ilícitos en Colombia se multiplicaron por cinco.

Si bien el glifosato “probablemente” es nocivo para el medio ambiente y la salud humana, la evidencia demuestra que es más dañino dejar de usarlo que usarlo. Desde que se suspendieron las fumigaciones, las áreas cultivadas crecieron, talando selva y bosque para sembrar coca, dejando unas consecuencias irreparables para el medio ambiente. La aspersión, si bien no acabó con los cultivos, sirvió de contención a su expansión. Hoy tenemos tecnología disponible que permite fumigar con menor deriva, de manera geo-referenciada. 

Por otra parte, mientras los casos de muertes por cáncer asociados al uso de glifosato en Colombia son desconocidos, las muertes por erradicación manual de cultivos ilícitos superaron las 250 en 2017. Resultando más peligrosa la erradicación que la aspersión.

Mientras el narcotráfico siga siendo un negocio tan lucrativo, difícilmente podremos combatirlo de manera eficaz. La sustitución voluntaria solo será posible cuando haya una alternativa productiva legal, igual o más rentable que la coca. El narcotráfico es un cáncer para Colombia y, por ahora, no conocemos un tratamiento que haya dado mejores resultados que la fumigación aérea con glifosato. Es como la quimioterapia, dolorosa, hace que se caiga el pelo del paciente, pero es el mejor tratamiento contra el cáncer que conocemos. Es un mal menor.