Inmigrantes | El Nuevo Siglo
Lunes, 15 de Marzo de 2021

La solidaridad con los inmigrantes se enmarca en una compleja problemática que trasciende países, ideologías, momentos en la historia, y que se resume en un solo significado:  la necesidad del respeto de la dignidad humana. La cual, por supuesto, no es en un solo sentido: el inmigrante tiene el deber de respetar los derechos de los demás y en primer lugar el derecho a la vida de los habitantes del entorno en que pretende ser acogido. 

Pero de la misma manera que el inmigrante tiene el deber de actuar correctamente y de no vulnerar el ordenamiento jurídico del lugar al que arriba, así como de buscar integrarse atendiendo sus usos y costumbres,  sin perjuicio de la  identidad y de la riqueza cultural que lleva en su ser, con la que puede llegar a aportar y a construir, tiene derecho a que  cualquier falta que llegue a cometer no se utilice como trofeo o estandarte, ni como brea para exorcizar  el descontento, ni  a ser convertido en chivo expiatorio de todos los males o de las deficiencias del sistema que su situación refleja. Tampoco de excusa para que no se tomen en cuenta, se descalifiquen o se minimicen las razones por las cuales se ha visto obligado a buscar refugio o esperanza fuera de su tierra.

Tal es en síntesis apretada el discurso tantas veces expuesto en defensa de nuestros conciudadanos y de otros inmigrantes en el mundo, cuando las circunstancias los han llevado a recorrerlo como almas en pena, y se ha hecho necesario enfrentar políticas discriminatorias o claramente xenófobas como las que alentó el señor Trump contra los latinos al calificarlos indistintamente  de violadores y asesinos, o las  que promueven desde hace largos años muchos líderes  de la ultraderecha en el mundo.  

Ese discurso de afirmación de derechos de los inmigrantes y de asumir responsabilidades, no puede cambiar cuando se trata de situaciones en las que son ciudadanos de otros países los que atraviesan en circunstancias difíciles nuestras fronteras, o habitantes de otros territorios azotados por la violencia de cualquier origen, o por las complejidades económicas, los que llegan a nuestras ciudades.   

Por eso, sin dejar de hacer cumplir la ley y de aplicar las sanciones que correspondan, hay que ser sumamente cautos y no dar cabida a manifestaciones que puedan de cualquier manera mal interpretarse y llegar a entenderse como discriminatorias, pues ello facilita y aúpa la labor de aquellos que han convertido el discurso del odio en herramienta de sus propósitos electorales. Sobre todo de los que representan los extremos políticos que buscan dividir la sociedad explotando las reacciones primarias de los seres humanos, la indignación y la rabia que producen los hechos violentos cometidos por cualquier persona, sea ciudadana o no, y en particular de los que se sirven de los errores de algunos para cerrar las vías de esperanza para todos.   

Cuidado que deben tener al máximo quienes buscan representar una visión que se oponga a los discursos populistas y autoritarios, pues quienes encarnan esta última tendencia no dudarán en señalar la paja en el ojo ajeno sin considerar la viga que contienen sus propios argumentos.

 @wzcsg