Testigo encendido | El Nuevo Siglo
Sábado, 11 de Marzo de 2023

Necesitamos estar con el testigo encendido: en cualquier momento corremos el riesgo de perder la consciencia de estar conectados.  Nos resbalamos y caemos.

Un automóvil trae un gran número de señales que indican si todo fluye funciona o si se está recalentando el motor o la gasolina ya está llegando a la E de échele. Por lo general estamos atentos a esas señales, porque de lo contrario corremos el riesgo de quedarnos varados en la mitad de la vía. Leemos el tablero a cada instante, lo cual nos genera la tranquilidad necesaria para continuar el viaje. ¿Hacemos lo mismo con las señales de la vida?

He de confesar que se me pasan por alto algunas señales, tanto del vehículo como de la vida. Y lo confieso para que tanto en primera persona del singular, como en la del plural, me (nos) dé (mos) cuenta de lo fácil que es distraernos.  La vida está llena de numerosas distracciones que captan nuestra atención y no nos permiten mantenernos despiertos, sino en una especie de duermevela, un estado engañoso en el que creemos estar en vigilia cuando en realidad nos regodeamos en las profundidades de la inconsciencia. Valga decir que, por la gracia divina, estamos conectados todo el tiempo, solo que se nos olvida.

Caemos muy fácilmente en pensamientos, emociones y sensaciones que no reconocen al Amor, ese con mayúscula y en el que insisto tanto como la fuerza universal que sostiene todo lo que existe. ¿Cómo caemos? A través de juicios, tan fáciles de hacer en un mundo imperfecto, en construcción; cuando competimos y fomentamos la competencia, creyendo que esta es un valor supremo que nos conducirá a la evolución; cuando jugamos a la fragmentación, pensando que hay unos buenos -donde por supuesto estamos- y otros malos, esos que piensan diferente de nosotros y que actúan desde otros paradigmas.  Para resumirlo, parece que nuestra tendencia natural es estar caídos todo el tiempo.

Creo que la evolución pasa por la solidaridad, no por la competencia; por el reconocimiento de la totalidad, no por la fragmentación; por la consciencia del nosotros, no por el imperio del yo. Para que ello ocurra, requerimos tener prendido el testigo, esas alarmas con que contamos y que nos permiten identificar cuándo estamos lejos de vivir en plenitud. Por supuesto, el testigo puede ser algo -o bastante- incómodo, porque nos alerta sobre las zonas de confort, de esas sombras del ego que están validadas culturalmente y que de alguna forma nos genera un sentido de masa, de pertenencia. Podemos evolucionar, de verdad, si y solo si atendemos al testigo, esa chispa divina que brilla en medio de nuestras sombras. Viviremos mejor si nos dejamos guiar por la Divinidad.

@edoxvargas