Un peso pésimo | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Febrero de 2021

¿Por qué en Colombia no está permitido ahorrar o hacer transacciones con monedas extranjeras dentro del país, salvo alguna que otra excepción? Según Steve Hanke, profesor de economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins, la élite tecnocrática quiere mantener su monopolio monetario. Por ende, restringe el ingreso de monedas que puedan competir con el peso. Hanke, con quien hablé la semana pasada, sospecha que, de ser factible, la gran mayoría de la población preferiría recibir pagos en dólares estadounidenses.

Los soberanistas de la moneda argumentan que los tecnócratas deben ajustar la política monetaria al entorno externo y, de tal manera, generar estabilidad macroeconómica. Sin embargo, Hanke sostiene que los bancos centrales latinoamericanos tienden a desestabilizar las economías nacionales, sobre todo porque, más allá de las fronteras de los países emisores, hay una mínima demanda por las monedas locales y muy poca confianza hacia ellas.     

Las desventajas de obligar a la población a someterse a una moneda marginal no sólo surgen en casos de catástrofes monetarios como el de Venezuela. Inclusive en el caso supuestamente exitoso de Colombia, asegura Hanke, la fuerte depreciación del peso contrarresta la estabilidad de los precios y la baja inflación que destacan las cifras oficiales.

Dichos logros serían válidos para mantener la capacidad de compra “únicamente si Colombia estuviera herméticamente aislada del resto del mundo”. En realidad, la debilidad del peso ha socavado la capacidad de compra externa de los colombianos, lo cual no afecta solamente a quien viaja al exterior, porque encarece las importaciones.  

“Cuando la moneda se deprecia, se importa inflación”, dice Hanke. Por ende, “la calidad de vida en Colombia es menor de lo que sugieren las cifras oficiales del Producto Interno Bruto, y esto se debe a la depreciación monetaria”.

Ciertos gremios ejercen presión para desvalorizar aún más el peso y, en teoría, impulsar las exportaciones. Pero si esto es correcto, pregunta Hanke, “¿por qué no hay un fuertísimo sector exportador y un enorme superávit en la cuenta corriente?” En palabras del economista Daniel Lacalle, “si devaluar la moneda fuese la panacea, Argentina y Venezuela serían los reyes de las exportaciones”.

Hanke explica que, más allá de las ansias intervencionistas y del nacionalismo monetario, a la clase tecnocrática le conviene oponerse a la competencia monetaria.

Tecnócrata de banco central latinoamericano que se respete aspira eventualmente a un prestigioso y bien remunerado cargo en el Fondo Monetario Internacional, cuna de la ortodoxia intervencionista. Por su parte, al FMI también le interesa mantener el dominio de los bancos centrales. Si se disminuyen la importancia y el personal de estas entidades, pregunta Hanke, “¿a quién va a entrenar el FMI?” 

Una dinámica similar se reproduce dentro de los países de la región, donde el cursus honorum tecnocrático y hasta financiero requiere una estadía en el banco central. “Es una cuestión de credenciales”, dice Hanke, “tan importante como un título universitario avanzado”.

Lo cual está muy bien, siempre y cuando la población tenga la libertad de escoger la moneda que le convenga.