Roces en el sur | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Febrero de 2020
  • Diferencias políticas entre Bolsonaro y Fernández
  • Privilegiar integración económica sobre demagogia

 

A finales del siglo XV, el rey de Portugal Juan II tuvo la codicia de reclamar para su país todos los territorios descubiertos por Colón en América. Ante ello los monarcas de España, Isabel y Fernando, apelaron al papa Alejandro VI para que ejerciera un arbitraje frente a las ambiciones  expansionistas de su vecino. El Pontífice produjo tres resoluciones concediéndole a España el dominio exclusivo y perpetuo de los nuevos territorios. Además trazó una línea imaginaria divisoria de norte a sur a unos 560 kilómetros (350 millas) al oeste de las islas de Cabo Verde. Se dispuso que todas esas tierras descubiertas o por descubrir al oeste de esa línea pertenecían a España. Así el mundo se dividía en dos con tan solo el trazo de una pluma.

Tras la decisión papal, Juan II entendió que el tercer decreto aumentaba la influencia de España en el este, hasta la India, precisamente en momentos en que los exploradores navales de Portugal acababan de rodear el extremo sur de África, avanzando el monopolio de ese reino al océano Índico.

El monarca portugués, indignado, resolvió entonces negociar directamente con los reyes Fernando e Isabel, lo que culminaría con un acuerdo en 1494 y la firma del célebre Tratado de

Tordesillas. En ese documento se mantenía la línea norte-sur marcada por el Papa Alejandro VI, pero con un nuevo desplazamiento al oeste de 1.480 kilómetros. También se predeterminaba que toda África y Asia serían de Portugal y el Nuevo Mundo de España. Ahora, al desplazarse la línea divisoria hacia el oeste Portugal tuvo acceso a parte de un territorio todavía no descubierto en su totalidad: Brasil.

Tiempo después este país se fue convirtiendo en uno de los enclaves europeos más extensos en América, manejado en parte con gran éxito económico por la Compañía de Jesús. Sin embargo, al ser invadido Portugal por las tropas de Napoleón, el monarca luso y su corte se desplazaron a América, desde donde gobernaron sus dominios y entraron a formar parte de la Santa Alianza. Posteriormente, el Márquez de Pombal se encargó de definir las líneas de expansión de Brasil, que dan origen a los llamados  “bandeirantes”, encargados de apropiarse de los territorios de los vecinos y extender las fronteras del país. A diferencia del resto de América, en Brasil la transición del imperio a la república se dio pacíficamente, al abdicar la monarquía por considerar que la nación  estaba madura para dicho cambio.

Toda esa evolución histórica explica por qué mientras los argentinos tienden a mirar a Europa, los brasileños tienen la obsesión de desarrollar el país con soluciones propias.

Brasil y Argentina han tenido grandes rivalidades en el pasado y sus  ejércitos incluso se entrenaban en planes teóricos de guerra bilateral. Ello quedó atrás hace mucho tiempo y, por el contrario, ambas naciones avanzaron hacia el Mercosur. Dicho pacto permitió la libre circulación de personas, bienes y un alto flujo comercial, de capitales e inversiones. Desde el comienzo de este bloque se sabía que las ventajas para el desarrollo y el crecimiento en un gigantesco mercado propio eran enormes. Sin embargo, ello no pudo evitar las crisis económicas que saltuariamente se han dado en ambos países. Por ejemplo, para no ir muy atrás: Mientras a Brasil la sucesión de gobiernos de izquierda lo dejaron al borde recesivo y le ha tocado al actual recuperar la senda, Argentina parecía recuperarse en la segunda mitad de esta década, especialmente en el primer año de gobierno conservador de Macri, pero luego la crisis volvió a surgir, pese al voluminoso préstamo del FMI.

En este momento los dos países están siendo gobernados por dirigentes políticos de signo ideológico contrario y, en medio de la polarización política mundial, se presentan algunos inevitables roces entre las dos naciones. Diferencias que se quedan, en la mayoría de los casos, en la relatividad y la vaguedad de lo político, en cuanto los intereses económicos comunes continúan siendo más fuertes que las rivalidades dogmáticas.

Las relaciones diplomáticas entre el mandatario brasileño de derecha, Jair Bolsonaro, y su homólogo argentino, Mauricio Macri, inicialmente no fueron buenas y solo al final se tornaron positivas. Ahora, con el gobierno izquierdista de Alberto Fernández y el apoyo que Buenos Aires viene dando a los sectores de ese sino político en países latinoamericanos, se tensionaron las relaciones con Brasilia. Mas el verdadero desafío está en lo económico, en desarrollar una integración más profunda que pueda beneficiar a las dos naciones en materia de competitividad de productos, bienes y servicios. Si bien son mercados divergentes hay que avanzar en una complementariedad moderna en todos los aspectos.

Quizá por ello es que los analistas argentinos le están aconsejando a Fernández que modere la demagogia socialista e incluso recuerde que Perón era un justicialista de derecha. Solo así bajaría la tensión con Brasilia, clave en momentos en que ambas naciones requieren de esfuerzos y políticas comunes para salir del bache económico.