Recibir la ceniza: señal de la necesidad de Dios | El Nuevo Siglo
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Martes, 25 de Febrero de 2020
Padre Tadeo Albarracín

Ya en tiempos del antiguo testamento los orantes acudían al gesto de cubrirse la cabeza con ceniza para expresar la fragilidad del ser humano y como señal de penitencia para pedir perdón a Dios por los pecados propios y de la comunidad; Cristo reprocha a los habitantes de dos ciudades que no acogieron a su predicación y ofrece como ejemplo de arrepentimiento el orar sentados sobre ceniza (Mateo 11: 21).

En la historia de la Iglesia, desde los primeros siglos la forma de obtener el perdón de los pecados cometidos después del bautismo consistió en la práctica de la penitencia pública: quienes se reconocían pecadores eran apartados de la comunidad para realizar obras de penitencia (ayunos, peregrinaciones, vigilias, etc.) y de esta forma enmendar la vida de pecado; en el siglo X la expulsión del pecador y su ingreso en el grupo de quienes hacía penitencia se significó con el cambio de las ropas corrientes y el rito de derramar ceniza sobre su cabeza: ‘vestirse de sayal y cubrirse de ceniza’.

La disciplina de la penitencia pública fue perdiendo concurrentes y poco a poco fue remplazada por la práctica de la confesión de los pecados al sacerdote para obtener el perdón. Entonces, por el siglo XI, el rito de imponer la ceniza como señal de penitencia se extendió a todos los bautizados para comenzar la Cuaresma. Por cuestión práctica, a los varones de les aplicaba la ceniza sobre la cabeza, a las mujeres, por ir con la cabeza cubierta, la ceniza se les imponía marcando con ceniza una cruz en la frente.

En nuestro tiempo la Iglesia invita a todos sus miembros a prepararse para la celebración de la Pascua durante cuarenta días, que constituyen la Cuaresma. Se puede comprender en trabajo de estos 40 días como un camino que tiene como inicio el reconocimiento de la fragilidad del ser humano, la toma de conciencia de la necesidad de Dios para darle fundamento a la existencia humana; si este es el punto de comienzo es más importante la meta: la celebración de la Pascua, donde la Iglesia nos invita a participar de la vida de Cristo resucitado.