Objetividad del gobernante | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Febrero de 2020

La forma de organización social que atribuye la titularidad del poder en conjunto al pueblo se llama democracia. Es el pueblo entonces quien adopta las decisiones colectivas, ya sea de forma directa o indirecta.

Siguiendo esta lógica es el pueblo quien decide sobre todo. Es el soberano, y en consecuencia todas las decisiones deberían resultarle positivas. Resulta paradójico que siendo este el dogma esencial de la democracia la realidad sea muy distinta.

El pueblo vive inconforme. No le satisfacen las decisiones colectivas que el gobernante toma en su nombre. El ciudadano se siente abandonado. El Estado es un peso gigante que lo agobia segundo a segundo y no pide sino plata. ¿A cambio de qué? ¿Se garantiza la vida o su propiedad privada?

Tal vez habría que replantear ese dogma fundamental en el que radica la democracia. La gente ya no cree en los políticos. El político es el nombre que se le da en la sociedad, a quienes tienen el privilegio de representar directamente los intereses del soberano. Pero el político es en la mayoría de los casos un dios hecho por los ciudadanos. Ingenuos que confían que las cosas mejorarán con fulano o zutano. Pero resulta que no. Las cosas se deforman entre el soberano y el gobernante. Entre otros muchos fenómenos por la corrupción.

La corrupción no es solamente robar plata. Es corrupto hacer trampa en los exámenes del colegio. Es corrupto desprestigiar al otro para sobresalir. Es corrupta la desigualdad. Es corrupto casi todo lo que se observa en la calle. No respetar la fila. Los semáforos. Olvidar que las armas que se le dan al policía no son para defender y escoltar al gobernante o cualquier funcionario público, quien ostenta el poder en el nombre del soberano. Sino que deben estar es para garantizar la vida y tranquilidad del pueblo soberano.  

En realidad, la subjetividad y el ego son quienes terminan tomando las decisiones colectivas. Es una verdad que se aplica transversalmente. Entonces el soberano no tiene otro camino que obedecer o someterse a los caprichos y gustos de los gobernantes, pues los convierten en leyes y hay que cumplirlas.  En estos casos sí aplica el imperio de la ley implacablemente.  

Tal vez con la democracia pasa lo mismo que en la aviación. Los aviones pueden volar solos. El piloto es un generador de confianza en el pasajero de que alguien está al mando de la aeronave. Así la aeronave en realidad vuele sola. Y aquí cabría preguntarse: ¿El Estado podría volar solo? ¿Si se necesitan los políticos? ¿Es viable una sociedad sin presidente, ni ministros ni burocracia?

Ante hechos insólitos como la salida de Uber de Colombia. Por arrogancia y falta de entendimiento de las nuevas tecnologías. El carácter multiuso de los funcionarios públicos. Que reflejan que cualquiera puede ser ministro de lo que sea. Permitir pagar y usar carro todo el día. ¿Y el medio ambiente?, sí que cobran importancia esas preguntas.

@ReyesJuanfelipe