Empresas y democracia | El Nuevo Siglo
Martes, 4 de Febrero de 2020

Ha vuelto a tomar fuerza la peligrosa idea de que la pobreza es consecuencia de una mala distribución de la riqueza; que los trabajadores son explotados por los empleadores; que los gobiernos están al servicio exclusivo de los empresarios; y que el rico es rico a costa de los pobres. Esa mentira, repetida mil veces, castiga el éxito, menoscaba el trabajo y el esfuerzo como virtud. Una sociedad que no promueve el emprendimiento, no estimula la generación de riqueza, y por el contrario estigmatiza y señala al empresario, esta condenada a la pobreza.

Esos mismos que estigmatizan a la empresa privada, son los que promueven la idea de un Estado asistencialista y proveedor. Cuando el Estado asume la condición de único empresario, la historia termina como en Cuba, la Unión Soviética, Corea del Norte o Venezuela, un absoluto fracaso. Controlar y planificar la economía, intervenir en exceso los mercados, estatizar las empresas, vulnerar la libertad de empresa y la propiedad privada, siempre ha dado malos resultados.

Por el contrario, estimular la generación de empresa, dinamizar el aparato productivo, apoyar al emprendedor, reducir cargas fiscales y regulatorias, simplificar la vida del empresario, siempre ha dado buenos resultados. La consecuencia más importante, no sólo es que algunos se vuelven ricos -cosa que está muy bien-, sino que el beneficio siempre se socializa. Las externalidades positivas de una empresa son incalculables, crea y aporta valor a la sociedad, satisface necesidades, paga impuestos, genera empleo, incentiva la iniciativa privada, promueve la creatividad, el esfuerzo.

El Estado, que no es nada distinto a una forma de organización social, al servicio del individuo, no puede considerarse como un proveedor de bienestar, debe entenderse como un facilitador de la convivencia social. El ser humano vive en sociedad porque la cooperación es la manera más efectiva de garantizar supervivencia, la sociedad es intercambio,  división del trabajo, es la forma más eficiente de aprovechar y maximizar los recursos disponibles. Los seres humanos generalmente tomamos decisiones racionales, y el Estado no debe intervenir en esas transacciones, salvo para evitar que los derechos y libertades de las partes se vean afectados.

Si la función de un Estado democrático es garantizar derechos y libertades, su mejor aliado es la empresa privada. No existe mejor política social que la generación de empleo, y no hablo de ampliar la burocracia estatal, sino a través de la empresa privada. Unos padres con trabajo pueden proveer a sus hijos, garantizarles la satisfacción de sus necesidades básicas, producto de su propio esfuerzo, sin depender de la mano “generosa” pero manipuladora de un Estado paternalista y proveedor, que lo único que genera es dependencia, sometiendo al ciudadano al control del gobernante de turno.

La única forma de superar la pobreza es generando desarrollo económico, estimulando el crecimiento del aparato productivo. Por eso es importante proteger a la empresa privada, de una u otra manera, todos dependemos de ella, es la columna vertebral de una democracia liberal. Proteger a la empresa privada, no es darle beneficios a los ricos, es proteger a millones de familias que trabajan en ellas; proteger a la empresa privada es la defensa de la libertad individual, es la defensa de la democracia.

@SamuelHoyosM