Drogas y Maduro centran cita Trump-Duque | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Presidencia
Sábado, 9 de Febrero de 2019
Unidad de análisis
La reunión del próximo miércoles entre ambos presidentes se basará en dos ejes: la nueva estrategia para revertir el auge narcotraficante en Colombia y cómo acelerar la caída del régimen chavista. Una alianza más que narcotizada, sin que ello sea bueno ni malo, simplemente realista

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Si bien es cierto que el presidente Iván Duque ya se ha encontrado con el mandatario estadounidense Donald Trump, es la primera vez que el Jefe de Estado colombiano estará de visita oficial en la Casa Blanca.

Ambos dirigentes se reunieron el 25 de septiembre del año pasado en Nueva York, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas. Aunque ya habían hablado telefónicamente cuando Duque ganó las elecciones en junio, e incluso este último como mandatario electo de los colombianos se reunió en Washington con el vicepresidente Mike Pence, el de Nueva York fue el primer cara a cara entre los presidentes.

Más allá de las formalidades discursivas, muy propias del primer encuentro entre los titulares de dos gobiernos que tienen una alianza geopolítica de largo aliento, esa reunión giró sobre tres asuntos clave: la reafirmación de la sociedad Washington-Bogotá, la alarma por el auge de narcocultivos y exportación de cocaína en Colombia, y la ya entonces difícil coyuntura venezolana, por cuenta no solo de las actitudes desafiantes y la andanada de acusaciones del régimen dictatorial de Nicolás Maduro contra la Casa Blanca y la Casa de Nariño, sino porque la crisis humanitaria derivada de la ola de migración forzada de venezolanos hacia nuestro país y otras naciones del continente estaba en uno de sus picos más altos.

Tras ese primer acercamiento, una revisión más profunda y concreta de los pasos a seguir por Colombia y Estados Unidos estaba programada para finales de 2018, ya fuera en una visita oficial de Duque a la Casa Blanca o, como se alcanzó a programar y confirmar, la posible gira de Trump por América Latina, para la cumbre del G-20 a finales de noviembre en Argentina, desde donde el Mandatario norteamericano partiría para hacer una escala en Bogotá el 2 de diciembre.

Para la Casa de Nariño esta cumbre en la capital colombiana era clave, pues significaba la principal oportunidad de exponerle a Trump las bases de la nueva estrategia antidroga, enfocada en una lucha sin cuartel contra el crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos. Estos, como se sabe, en los últimos cinco años, de forma paralela a la negociación de paz entre la administración Santos y las Farc, pasaron de 43 mil hectáreas en 2013 a más de 200 mil al comienzo de 2018, según los informes de la Casa Blanca. Informes que también situaron la capacidad de exportación de cocaína en más de 900 toneladas al año, la mayoría a EU.

Es vox populi que el gobierno Trump advirtió en repetidas ocasiones de esta grave situación al saliente presidente Santos. Siempre fue evidente que el haber pactado en la mesa de La Habana que habría una política de erradicación voluntaria de narcocultivos, que permitiría el pago de incentivos económicos a los campesinos que aceptaran destruir sus sembradíos ilegales, terminó generando un efecto “perverso” -incluso patrocinado por la propia guerrilla en vías de desarme y desmovilización- que disparó la extensión de los cocales a niveles superiores, incluso, al comienzo del Plan Colombia, casi dos décadas atrás.

Sin embargo, a comienzos del año pasado era claro que la Casa Blanca sabía que Santos ya no tenía margen de acción para revertir el boom narcotraficante y que lo mejor era esperar la alta posibilidad de que un gobierno uribista, de derecha, crítico a cual más del proceso de paz y que prometía mano dura, asumiera el poder y empezara a rectificar el camino.

Por lo mismo, tras el primer encuentro en Nueva York, era clave la cita Duque-Trump a comienzos de diciembre, pues allí el nuevo gobierno colombiano le presentaría a Washington un plan efectivo para enfrentar el auge del narcotráfico. Este, como se sabe, es uno de los temas más recurrentes en los discursos del titular de la Casa Blanca para tratar de justificar temas como el recorte de la ayuda extranjera de Estados Unidos, la necesidad de una política migratoria más drástica y hasta la construcción del muro en la frontera con México.

Sin embargo, como se recuerda, Trump canceló apenas días antes su visita a Bogotá, alegando problemas de agenda interna y otras prioridades geopolíticas, por lo cual voló directamente de Buenos Aires, al término de la cumbre de G-20, a Washington, sin escala alguna. Desde entonces se sabía que la próxima cita de los dos mandatarios sería en la Casa Blanca este 2019, sobre todo en las primeras semanas. Esto se vino a confirmar hace apenas unos días, cuando ambas cancillerías indicaron que la cumbre será el próximo miércoles.

 

La coyuntura

La cita Duque-Trump llega en un momento clave para ambos presidentes. El Mandatario colombiano acaba de cumplir seis meses en el poder y ya lanzó su estrategia antidroga así como la de defensa y seguridad, que son las determinantes para revertir el retroceso en la lucha contra el narcotráfico.

La primera, denominada “Ruta Futuro”, fue presentada el 13 de diciembre pasado. El diagnóstico base es que en 2017 Colombia alcanzó 171.000 hectáreas de cultivos de coca, con un incremento del 17% (25.000 hectáreas) con respecto a 2016 y el máximo histórico en el área sembrada.

Frente a ello la nueva estrategia busca enfrentar el boom narcotraficante en todas sus aristas: consumo, lavado de activos, oferta de drogas, cultivos ilícitos, crimen organizado, rutas de tráfico internacional, microtráfico interno y nuevos actores violentos. Retomando medidas ya anunciadas desde el comienzo del gobierno, como privilegiar la erradicación forzada de sembradíos de hoja de coca, marihuana y amapola, así como la restricción al porte de la dosis mínima de estupefacientes en sitios públicos, el nuevo plan de choque contempla una ofensiva sin precedentes contra cada una de las etapas de este ilícito negocio.

Las metas son claras: erradicar este año 100.000 hectáreas de narcocultivos, es decir 30.000 más que en 2018. Se trata de un objetivo muy ambicioso, porque implica un incremento de la operatividad antidroga del 43%. No hay que olvidar, claro está, que así como se acabarían 100 mil hectáreas el porcentaje de resiembra está por encima del 30%.

En cuanto a la segunda estrategia, denominada “Política de Defensa y Seguridad para la Legalidad, el Emprendimiento y la Equidad” -lanzada esta semana-, si bien busca combatir todos los fenómenos de criminalidad, tiene como eje prioritario la consolidación institucional del territorio. Ya es un diagnóstico conocido que la falla del Estado en copar militar e institucionalmente las zonas de donde salieron los frentes de las Farc desmovilizados ayudó al auge del narcotráfico. Esto porque el Eln, las disidencias de las Farc, bandas criminales como el ‘Clan del Golfo’, ‘Los Pelusos’ o los ‘Carrapapos’, así como los carteles del narcotráfico locales y mexicanos, se lanzaron a una lucha sin cuartel o a concretar alianzas para ‘dominar’ las regiones con mayor densidad de cultivos ilícitos, narcolaboratorios y rutas de tráfico de narcóticos.

Frente a ello la nueva política de defensa y seguridad busca una acción estatal permanente contra esos actores violentos y combatir esas “economías ilícitas, circuitos de economía criminal, constitución de nuevos grupos delincuenciales y permanencia de los ya existentes, además del crecimiento de sus principales fuentes de financiación: los cultivos ilícitos y la extracción ilícita de minerales”.

En cuanto a Trump su cita con Duque se da en medio de una coyuntura difícil por la creciente intensidad de su pulso político con los Demócratas, que ahora dominan la Cámara de Representantes y se oponen con más fiereza a la política migratoria drástica de la Casa Blanca y a su obsesión por construir el muro en la frontera mexicana.

ENS

Es claro que el tema del narcotráfico es clave en la estrategia política de Trump para vencer la resistencia de los Demócratas. De allí que en su cita con Duque reafirmará las tres líneas de acción que han sido recurrentes en su política antidroga en los dos años que lleva en el poder: el aumento del narcotráfico, la creciente migración ilegal y el incremento del consumo de estupefacientes y la criminalidad asociada a este en Estados Unidos son un mismo fenómeno que debe atacarse con una política de fronteriza drástica y efectiva, con muro a bordo; dos, los aportes al Plan Colombia no solo podrían seguir disminuyendo durante su gobierno sino que -como ocurre con el resto del componente de ayuda extranjera de la Casa Blanca o el Departamento de Estado-, su flujo dependerá de la eficacia de la ayuda para neutralizar amenazas directas a los intereses o seguridad norteamericanas; y tres, reforzar la alianza antidroga con Colombia que no termina siendo suficiente si persisten circunstancias como el auge del narcotráfico a través de Venezuela (que tiene hasta un “cartel de los soles” que estaría integrado por la cúpula militar y policial de ese país) o los inquietantes anuncios del hace poco posesionado presidente izquierdista mexicano, Andrés Manuel López Obrador, en torno a un cambio de énfasis de la lucha antinarcóticos, que ya no sería prioridad.

 

Llave contra Maduro

Para no pocos analistas, si bien años atrás la alianza entre Colombia y Estados Unidos era una prioridad para la Casa Blanca, dado que el continente había dado un peligroso giro hacia la izquierda populista (bajo el influjo principal del chavismo y su “socialismo del siglo XXI”), hoy la realidad geopolítica del continente muestra una realidad distinta: Brasil, Chile, Argentina, Paraguay, Ecuador y algunas naciones centroamericanas volvieron a gobiernos de centro o de derecha.

Aunque Bogotá continúa siendo el principal aliado de Washington en la región, es obvio que hoy las alertas geopolíticas para Trump son menores, pues tras el debilitamiento de los regímenes de izquierda también ha disminuido la creciente presencia e injerencia de Rusia y China en Latinoamérica. Solo hay una excepción: Venezuela.

No es gratuito, entonces, que tanto el gobierno Trump como el de Duque han sido protagonistas de primer orden, por no decir los principales, de la estrategia para sacar del poder al régimen dictatorial de Nicolás Maduro.

Asimismo, para varios analistas es evidente que desde hace algunos meses delegados estadounidenses y colombianos, en conjunto con la oposición venezolana, y teniendo como escenarios alternos de apoyo a la OEA y el Grupo de Lima, venían delineando parte de la estrategia que hoy tiene al régimen chavista contras las cuerdas.

Incluso se asegura en altas fuentes diplomáticas que se acordó desde el segundo semestre de 2018 una hoja de ruta para aumentar poco a poco la presión sobre Caracas, uno de cuyos puntos culminantes era, precisamente, la juramentación de Maduro para un nuevo periodo presidencial el 10 de enero pasado. De inmediato Juan Guaidó, el recién posesionado presidente de la Asamblea Nacional (dominada por la oposición pero desconocida por el régimen), calificó el acto de usurpación del poder y, basado en la Constitución, se autoproclamó presidente interino.

Colombia y Estados Unidos estuvieron entre los primeros países en reconocer a Guaidó como legítimo mandatario y hoy ya más de cuarenta gobiernos hicieron lo propio. Igual, Bogotá y Washington han extremado las sanciones contra los apoyos chavistas, solicitan a los militares venezolanos retirarle el apoyo a Maduro y lideran el pulso por la entrada de ayuda humanitaria a Venezuela.

Visto todo ello, no resulta exagerado advertir que tanto para Colombia como para Estados Unidos el riesgo que representa Maduro ya es un asunto de seguridad nacional y, por ende, tema clave de su alianza bilateral.

Entonces…

Así las cosas es claro que la cumbre de este miércoles entre Duque y Trump, por más que la agenda bilateral tenga otros temas, estará circunscrita a las problemática antidroga y la crisis venezolana. Frente a la primera se reiterarán las expectativas de un lado y las exigencias del otro. Y frente a la segunda, el objetivo será analizar qué otros pasos dar para la estocada final a un régimen que se resiste a caer pese a que nunca como ahora estuvo tan acorralado.

Habrá fotos, halagos de lado y lado, mutuas referencias a la fortaleza de la alianza estratégica y uno que otro comentario sobre temas colaterales como la extradición de cabecillas de las Farc, la presencia de los negociadores del Eln en Cuba y los nuevos énfasis de la lucha contra el terrorismo, entre otros.

Pero el viejo anhelo de desnarcotizar la agenda bilateral, como se ve, continuará siendo una utopía. Por el contrario, incluso el rol venezolano en el narcotráfico al amparo del gobierno chavista, lo único que hace es profundizar ese énfasis antidroga Bogotá-Washington. Un énfasis que, al menos en el corto plazo, no cambiará, sin que ello signifique un retroceso ni un avance, sino la simple realidad.