Una campaña insustancial | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Febrero de 2018

*La falta de programas precisos 
*El facilismo como fórmula política

Se supone que con los instrumentos tecnológicos actuales toda campaña política debería generar mejores condiciones para el debate público. No obstante, ocurre todo lo contrario y lo que existe es una lucha de trinos y pequeñas frases que no copan las características proselitistas de un programa político de envergadura. 

Suele, pues, imponerse la idea del menor esfuerzo. Los programas, por lo tanto, son más genéricos y muchos candidatos se duermen plácidamente en la polarización y las desavenencias. Con ello se cree conquistar el espectro político, pero lo cierto es que la discusión pierde altura y profundidad. 

Por lo pronto ese parecería ser el fundamento de la campaña presidencial colombiana. Buena parte de ella, por lo demás, se ha diluido en la mecánica electoral y es muy poco lo que se escucha verdaderamente de fondo.

No obstante, un país como el nuestro lo que requiere es la movilización de las ideas y la posibilidad de sopesar claramente la diferencia entre los modelos económicos, sociales y políticos. A no dudarlo, Colombia ha crecido considerablemente en el tamaño de su presupuesto y la verificación del gasto público debería suscitar una polémica sana y transparente en procura de hacer más efectivo el progreso y generar una sociedad más homogénea.

Frente a ello, genera un verdadero reproche que muchos aspirantes presidenciales se hayan decantado por formulismos generales. En algunos casos, incluso, lo que existe son meras cartillas de intenciones, pero no una verdadera plataforma gubernamental que resista el escrutinio público. 

En una nación con las urgencias colombianas debería exigirse, al contrario, que se tome en serio el debate programático. No solo porque es una manera respetuosa de aproximarse a la opinión pública, sino porque ciertamente, con la prohibición de la reelección presidencial, cada mandato es solo de cuatro años y el Plan de Desarrollo debería incorporarse casi de inmediato al gobierno que sacó las mayorías en las urnas, que debería comenzar a aplicarlo desde el mismo 7 de agosto y no esperar a que el Congreso emita la respectiva norma, lo cual suele llevarse casi un año. 

Pese al avance de twitter y Facebook así como de la controversia permanente sobre temas que poco interesan, en diferentes partes del mundo el debate ideológico ha terminado finalmente primando. Es claro que el triunfo de Trump, en los Estados Unidos, se dio por la capacidad que tuvo el entonces polémico candidato para llegarle con propuestas concretas a los sectores de trabajadores que no encontraron una alternativa similar en su adversaria, Hillary Clinton. Lo mismo viene sucediendo en otros países, especialmente de Europa en donde el tema de la inmigración se ha tomado los titulares y resulta hoy un asunto determinante en cualquier plataforma política. De hecho, la salida del Reino Unido de la Unión Europea se produjo una vez los ciudadanos tomaron una decisión por su propia cuenta sobre los beneficios o no de permanecer en el concierto de naciones del viejo continente.

Los temas fundamentales de la campaña presidencial colombiana han venido cambiando sustancialmente de acuerdo con las circunstancias. Hoy en día, más allá de lo que se discutía hace unos meses, están muy presentes los asuntos de seguridad, inmigración y la catástrofe venezolana. Asimismo, en los últimos tiempos, a raíz de las discrepancias gubernamentales en Bogotá, está el amplio contraste entre un modelo abierto y un modelo estatista. 

También es claro, de otra parte, que el país necesita nuevas reformas, una vez fracasadas las aplicadas en la última década. Muy poco se sabe, aparte de enunciados, de los ajustes de fondo a la justicia, la educación, las pensiones, el régimen tributario, la salud o la reingeniería que urge la nación para acoplarse a los tiempos contemporáneos. De suyo las tres ramas del poder público están en crisis, como nunca, y se requiere una pronta reinstitucionalización para que el Estado vuelva a ser efectivo.

La mayor exigencia colombiana, pues, es que la política se desenvuelva a través de conceptos precisos y programas claros. No se trata, por supuesto, del promeserismo ni de pequeños “bullets” para salir del paso. La concientización del país requiere de sus candidatos un debate mucho más vigoroso y profundo en lo que atañe a las necesidades de la ciudadanía. Salvo en casos muy contados, la campaña presidencial se desenvuelve vacuamente y en muchas oportunidades sin ideas con inserción en la realidad. Hay, desde luego, actividad en las redes sociales y se pretende ser modernos bajo estos criterios, pero lo que muy poco hay son programas consistentes que le eleven el tono a la política y que obliguen a los colombianos a evaluar quién propone lo que verdaderamente necesita el país.