Me gusta hacer ficciones escritas: Agustín Fernández | El Nuevo Siglo
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Domingo, 11 de Febrero de 2018
El trabajo de seis años, entre viajes, investigación y escritura lo materializó el español en Trilogía de la guerra, una novela tan interesante como única por su estructura narrativa

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COMO una novela de gran ambición en la que el escritor despliega un estilo integrador de disciplinas tan diversas como la ciencia, la tecnología, la historia y la cultura popular para cristalizar un tema que enlaza el pasado y el presente describió el jurado calificador la obra de Agustín Fernández Mallo, “Trilogía de la guerra” al concederle el Premio Biblioteca Breve.

Fernández Mallo (51 años) descolló en el mundo de las letras hace más de tres décadas con sus poesías y ensayos. Por la especial narrativa de sus novelas se convirtió rápidamente en uno de los miembros más destacados de la llamada Generación Nocilla, Generación Mutante o Afterpop.

El escritor español concedió esta entrevista a Seix Barral, la editorial que otorga el premio:

Ésta es una novela de enorme ambición, ¿cómo ha sido el proceso de escritura?

Son más de cinco años trabajando en ella. Como siempre hago, no partí de una estructura previa, se fue escribiendo sin plantearme nada más allá de mis propias inquietudes creativas y vitales, se fue haciendo a medida que mi día a día doméstico y mis viajes avanzaban conmigo. Si el mundo es un organismo vivo, creo que mis ficciones también deben tener esa misma estructura viva. Hay en toda la Trilogía de la guerra un arraigo muy sólido a lo real, pero enunciado desde el pensamiento a veces poético, a veces mágico, a veces científico y antropológico, pero que siempre desenfoca levemente las cosas que creíamos bien establecidas para poder verlas y pensarlas de otro modo.

Los personajes de Trilogía de la guerra viajan, van de un país a otro, vuelven a recorrer lugares que tienen en su memoria y, en ellos, confluyen pasado y presente. ¿Cómo se define el viaje en esta novela?

El viaje es un misterio absoluto. La pregunta de qué sentido tiene seguir viajando hoy, que ya todo está descubierto y visto. El viaje hoy no puede ser el del explorador del siglo XIX, y fingirlo tiene algo de impostura. Hoy viajamos para recordar cosas que ya hemos visto, e indefectiblemente en ese proceso aparecen experiencias nuevas que se suman al recuerdo previo para formar una nueva memoria. Así, viajar hoy es un modo de generar ficciones personales. Creo que es así como viajan los personajes de esta novela: resignificar, sentimentalizar un mundo que ya ha sido sentimentalizado por otros, hacerlo propio. Somos máquinas de generar sentimientos, sólo eso. Por ejemplo, la protagonista de esa tercera parte, mientras viaja a pie por Normandía, se pregunta, ¿dónde van a parar todas las balas perdidas que en algunas celebraciones se disparan al aire? Esa pregunta abre la puerta a toda una “historia alternativa del disparo” que esa mujer sentimentaliza y sitúa en un instante muy particular, y a la vez común y vulgar, de su propia infancia.

¿Existen los personajes de los que habla, a cuántos de ellos ha conocido, cuánto hay de ficción y cuánto de experiencia propia en este libro?

Los únicos que propiamente existen, al menos en los términos en los que los he narrado, son los que aparecen en la isla de San Simón cuando se narra el presente. Fui a la isla, y esa experiencia en ese antiguo campo de concentración de la guerra civil española fue reveladora para mí. Tenía que ir y pisar esos lugares, tomar fotos reales, entrar en los edificios, oír el eco y ver qué me ocurría. Resultó tan impactante que me puse a escribir ese mismo día, ése fue el arranque de la novela. Las sensaciones que en San Simón describe el protagonista son las que yo mismo tuve.

En la primera parte surge un personaje del que más adelante averiguamos que ha mentido al contar su pasado. En la segunda parte, Kurt, el protagonista, forma parte de la primera expedición a la Luna, cuya “verdad” sólo puede ser conocida realmente por aquellos que estuvieron físicamente allí. ¿Cuál es el papel del relato en el conocimiento de la realidad? Todo relato tiene su cara B, C, D, etc; lo contrario es pensamiento único. Ese “cuarto astronauta” nos dice que fue a la Luna con el Apolo 11, sí, pero que él era quien grababa todas las imágenes que conocemos de esa expedición, de modo que no sale en ninguna, y nadie sabe que estuvo allí. Eso plantea la duda de qué es un registro, un relato, y en último extremo qué es la realidad.

 La memoria nunca es un archivo. Conocer el mundo no es conocerlo sino crearlo a través de las palabras. Incluso cuando miramos una imagen, la estamos traduciendo a palabras. Se habla a veces en términos celebratorios de que tal o cual novela está escrita en “modo muy cinematográfico”, pero a mí me interesa lo contrario: hacer ficciones escritas, con palabras escritas, es decir, que no puedan traducirse inmediatamente a imágenes. Y creo que ése es el único sentido que tiene hoy seguir haciendo novelas. Diferenciarse en lo posible de los mecanismos de narración propios del mundo puramente audiovisual. La potencia de la literatura es generar un camino propio, trabajar el relato desde la especificidad de la palabra escrita, no intentar emular (en vano) mecanismos de otras modalidades de narración de historias.

La poesía de Lorca ocupa un lugar importante en determinados momentos de la trama. ¿De qué manera imbrica sus influencias en sus personajes y tramas?

Poeta en Nueva York es parte fundamental de la trama de todo el libro. Por otra parte, W. G. Sebald y David Lynch son dos referencias, como si en mi cabeza se hubieran unido para narrar todo esto. Si los juntas en un solo cuerpo, la criatura que emerge es algo muy parecido al Dalí escritor. Ese triángulo, Sebald, Lynch, Dalí creo que de algún modo ha operado en toda esta novela. Presente por ejemplo en ese personaje que cada día va a la bahía de Nueva York a observar cómo en un remolino en el agua emergen toda clase de objetos que al instante son engullidos para aparecer otros.

Por otra parte, inevitablemente, todos los personajes tienen algo de mí. Todo cuanto escribo ha de pasar antes por mi día a día, por lo doméstico. Por ejemplo, a la hora de abordar la parte en la que se habla de Normandía, en mi cabeza funcionan con el mismo rango de importancia mis lecturas de los franceses Roger Caillois y Francis Ponge que el tebeo Asterix y los normandos. En ese momento inevitablemente comienzas a ver relaciones existentes entre lo literario y lo no literario. Es de esa mirada, oblicua y en red, de donde salen las cosas que luego me incitan a construir tanto novelas como poemas o ensayos.

Con Trilogía de la guerra  Seix Barral celebra el sexagésimo aniversario del Premio Biblioteca Breve. ¿Qué significa para usted este galardón?

Es un inmenso honor. En primer lugar porque no pocos de mis referentes literarios lo ganaron antes: Juan Benet, Caballero Bonald, Cabrera Infante, Elena Poniatowska, Vargas Llosa. Y en segundo lugar porque Trilogía de la guerra es la culminación de años de trabajo y experimentación de nuevos caminos en mi narrativa, ir hacia otros lugares, otras estructuras poéticas y buscar la riqueza del mundo en los detalles.