Esbozo de un hombre extraordinario | El Nuevo Siglo
Sábado, 4 de Febrero de 2023
  • Los 100 años de Belisario Betancur
  • El artífice de una nueva perspectiva de paz

 

Hoy se cumplen cien años del natalicio del expresidente Belisario Betancur. Valdría entonces decir, a tono con este aniversario, que fue sin duda una figura multifacética. Ante todo, una figura destacada a cuenta de su carisma político y bonhomía personal. Pero, en la misma medida, como resultado de haber surgido a partir de un esfuerzo encomiable, desde un origen asaz humilde en su nativa Amagá, hasta ocupar las más altas esferas del acontecer colombiano. Y no poco menos por su acervo y propensión cultural.  De hecho, también trascendió al ámbito internacional, donde del mismo modo irrumpió a posiciones de vanguardia. En todo caso, por donde se le vea, fue una expresión natural y poco común de la raza colombiana. Aun en el laberinto que significó su vida.    

No se trata, pues, solo de un líder político. Aunque sea esta, por descontado, su faceta más pronunciada. En esa trayectoria es sabido que tuvo 21 hermanos, la mayoría muertos en la infancia “a causa del subdesarrollo”, según afirmaba. Mejor dicho, a raíz de la pobreza aguda. Pero supo salir avante en medio de circunstancias tan adversas. Logró bachillerarse, pese a su rebeldía inmanente. Y posteriormente consiguió, en Medellín, graduarse en derecho y ciencias económicas donde los jesuitas, con todo el significado de la palabra doctor en las entretelas colombianas de la época y el diploma en la mano. Mientras a su vez tertuliaba y engullía literatura, filosofía e historia.

Sin embargo, al trasladarse a Bogotá para hacer un futuro no se le comenzó a conocer por eso de doctor. Más bien por su llamativo nombre de pila, cuando obtuvo un trabajo secundario en el ministerio de Educación. Pero ya de antemano tenía claro que su vocación estaba en la política activa. Con dos ingredientes: uno, su decidida afiliación al partido Conservador del lado del llamado “Monstruo” Laureano Gómez, al cual abordó por la común pasión periodística (en la que ya tenía experiencia) y, otro, con la idea obsesiva de poner la cuestión social en el corazón del debate público, un poco en la línea de la democracia cristiana alemana. O sea, con la solidaridad de fundamento.

Así, de una parte, entró a este Diario, encargándose de las páginas dominicales y de ayudar en la elaboración de los editoriales (después sería director). Y de otra parte alcanzó una curul en la diputación de Antioquia y más tarde un escaño en la Cámara de Representantes por Bogotá, donde se distinguió por los conceptos sociales en la esquina conservadora laureanista. Hasta que llegó el golpe de Estado de Rojas Pinilla contra Laureano. Entonces, mientras el conservatismo ospinista se deslizaba a la dictadura y el liberalismo apenas calificaba la usurpación militar con el eufemismo de “golpe de opinión”, Belisario se matriculó en el temerario y reducido “batallón suicida”, para defender la legitimidad, en tanto su jefe salía al destierro. Terminó un lapso en la cárcel.

Conseguida luego la paz, en virtud de los pactos del Frente Nacional entre Gómez y Alberto Lleras, que llevaron a pique la bota y terminaron la guerra civil no declarada entre los partidos, Belisario ingresó al Senado, tras escribir algunos libros con sus ideas políticas y fungir en una decanatura de derecho. No obstante, ya por anticipado Laureano había puesto sorpresivamente su nombre en el candelero de los eventuales candidatos presidenciales, aunque al final decidió, en una maniobra estelar, que el primer período del Frente Nacional no fuera ocupado por un conservador, como era el convenio interpartidista, sino un liberal: el mismo Alberto Lleras. Desde entonces a Belisario se le convirtió la presidencia en una idea fija.

Con el concurso de un reducido grupo de amigos y colaboradores, después de haber sido ministro y de haberse insinuado en el lapso de aspirante, lo intentó entonces en firme, en 1970, enfrentándose en el último período del Frente Nacional al candidato conservador oficialista, de tendencia ospinista, Misael Pastrana, y también al auge del renovado exgeneral Rojas Pinilla, fundador de la Anapo. Ganó Pastrana, pero Belisario, a mitad de tabla, no obtuvo un mal resultado, en medio de un alegato generalizado de fraude. El punto es que consiguió situarse como una alternativa, con indudable sintonía popular y un desempeño carismático.

Vio entonces una nueva oportunidad, a fin de suceder a Alfonso López Michelsen, en 1978, en una época convulsa, siempre cuidándose de no intervenir en la atávica división conservadora, pero consiguiendo el respaldo integral de ese partido. Atrayendo, además, a sectores liberales autónomos y a los independientes y jóvenes de la denominada “franja”, bajo una plataforma contestataria y social. Perdió por escaso margen (incluso se volvió a insinuar el fraude) a cuenta de la poderosa maquinaria del liberalismo, en cabeza de Julio César Turbay Ayala. Pero ya para 1982 Belisario era imparable, contando además con la suerte de la división liberal por la reelección de López Michelsen y la pugna con el expresidente Carlos Lleras, dando origen a la primera candidatura de Luis Carlos Galán.

El triunfo de Betancur se debió, en parte importante, a que enarboló la bandera de la paz frente al auge guerrillero de los últimos ocho años, en particular del M-19. Manejó con acierto la crisis económica, produjo una sonada intervención en el sector financiero y sacó avante sus programas sociales. Pero con la paz le dio otra perspectiva al país, aunque por debajo ya prosperaban los factores de una guerra irregular aparentemente invisible y del narcoterrorismo desembozado con el asesinato de su ministro, Rodrigo Lara Bonilla. Mantuvo la mano tendida hasta donde le fue posible, a partir de una amnistía sin condiciones, y firmó una tregua con las Farc, el EPL y el M-19. Pero este último grupo llevó las cosas hasta al tenebroso y esquizoide asalto del Palacio de Justicia, con un saldo de víctimas mortales y emblemáticas tan desfavorable, dando al traste con la idea de la salida política negociada, además causando una reacción cuyo operativo militar todavía está en entredicho. Con el colofón de la inmediata tragedia de Armero.

Aun así, Belisario fue el presidente de la paz, en un país anhelante de la misma desde hace décadas. Y todavía lo sigue siendo, incluso frente a quienes intentaron en adelante seguir sus pasos, hasta hoy, unos con más éxito que otros.