A nuestros mártires | El Nuevo Siglo
Martes, 24 de Enero de 2023

El pasado 17 de enero del corriente año, se cumplieron cuatro calendarios del fatídico día en que las milicias del Ejército de Liberación Nacional (Eln), con sevicia, alevosía y cobardía, asaltaron la Escuela de Cadetes de Policía, General Francisco de Paula Santander, alma máter de la institución y centro formador de oficiales.

Es una fecha de ingrata recordación por la muerte de 22 cadetes, jóvenes plenos de ilusiones, sueños y anhelos de servir a la patria, invadidos de esa vocación a proteger los bienes, honra e integridad de una sociedad grata a sus sentimientos y urgida de profesionales en seguridad dispuestos para el servicio a la comunidad, deseos que invadían el corazón de nuestros mártires.

El núcleo familiar de cada una de estas víctimas, a partir esa fecha, viene sufriendo en silencio la ausencia de sus hijos. Veintidós familias que aspiraban a formar parte de la entraña institucional, anhelando  ver los vástagos crecer profesionalmente en un ambiente patrio y de entrega por el servicio a la  comunidad. Todos ellos, tanto familiares como cadetes, sabían del sacrificio y dedicación que este periodo de formación demanda y sin embargo no escatimaron esfuerzos para estimularlos persistentemente, alentando su ánimo, compañero permanente e irremplazable en la empresa que los conduciría al éxito, logrando el ambicionado grado de subteniente con que abrían el camino en esta profesión quijotesca, idealista, de desprendimiento y abnegación permanente.

No olvidemos que cada uno de estos mártires dejó de lado las comodidades hogareñas, quedaron atrás los esmeros maternos y paternos que soñaban contar con su presencia permanente en el hogar. Sin embargo, pudo más el llamado al servicio de la sociedad que las comodidades del nido y ante ello nuestro dolor no puede ser efímero ni pasajero. Llevamos en el corazón, año tras año, el recuerdo de estos estudiantes que, ajenos al conflicto y en periodo formativo, entregaron su vida como testigos mudos de la descomposición de aquel grupo terrorista, desorientado, violento y fanático.

Aún resuena en nuestros  los oídos el rechazo unánime del país, que en un solo rugido repudió el terrorismo y la violencia desplegada por estos desadaptados  criminales de viaja data en nuestro país. Fue triste pero cordial para la institución contar en momento tan crítico con el respaldo de las autoridades, los gremios y la sociedad en general.

Esos mártires le hicieron recordar al país los valores de una institución centenaria, testigo del devenir patrio y sacrificada como la que más, por la politiquería ancestral. Ante esto, sostenemos permanentemente que la muerte de nuestros cadetes, constriñó a Colombia y su sociedad, a valorar el sacrificio imperturbable y la jerarquía de esta institución valiosa ante nuestros sentimientos y tan importante para la democracia. No lo olviden: ¡enterramos nuestros mártires, pero nunca nuestro dolor!