Xenofobia, gen del mal | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Enero de 2020
  • Alarma por más casos de discriminación a venezolanos
  • Colombia, ejemplo de solidaridad con oleada migrante

 

La migración forzada de más de 5 millones de venezolanos en los últimos años es, a todas luces, la mayor tragedia humanitaria en el hemisferio occidental en lo que va corrido de este siglo. En medio de esta grave situación, derivada de la crisis política, económica, social e institucional generada por la dictadura chavista, es claro que Colombia ha sido, de lejos, el país con más solidaridad activa y compromiso oficial directo en la atención de la marejada creciente de desarraigados. No en vano, en nuestra nación está entre el 30 o el 40 por ciento de los venezolanos que han abandonado su país huyendo de la hambruna, la quiebra económica generalizada, la inseguridad disparada, la escasez abismal de medicamentos, el alto desempleo, la hiperinflación, la violenta persecución a la oposición… En resumen: de un Estado fallido en donde el régimen de Nicolás Maduro no teme acudir a todos los medios espurios con tal de aferrarse al poder y evitar enfrentar a la justicia internacional por la multiplicidad de sus crímenes.

Tanto la ONU, a través de sus distintas agencias, como otros bloques multinacionales y gobiernos de distintas latitudes han reconocido que Colombia es ejemplo en materia de esfuerzo estatal, presupuestal, normativo y de políticas públicas para asistir a los más de 1,6 millones de migrantes venezolanos que están radicados en nuestro país. Incluso el gobierno Duque fue el primero en tomar medidas para dar nacionalidad a una gran cantidad de recién nacidos hijos de los migrantes que estaban en riesgo de apatridia. A diferencia de otros países que aplican programas de ayuda típicamente humanitarios y excepcionales, el nuestro ya implementa estrategias permanentes, formales y estructuradas para facilitar la integración de los desarragaidos a los sistemas laboral, sanitario, educativo, de vivienda y en otros campos. Todo ello a un costo fiscal muy alto y pese a que los aportes y promesas de financiación económica por parte de entes multilaterales, gobiernos y otras instancias públicas y privadas son claramente insuficientes.

Todo ese esfuerzo institucional ha logrado, a no dudarlo, amortiguar en un porcentaje importante el impacto socioeconómico que tiene una ola migratoria de semejante dimensión. Sin embargo, hay consecuencias que no se han podido neutralizar del todo. Por ejemplo, en un país con una tasa de desempleo que bordea el 10%, es evidente que la llegada de los venezolanos aumentó la competencia en el llamado ‘rebusque’, las ventas ambulantes y una gran cantidad de trabajos en los que prima la informalidad y el pago a ‘destajo’. Tampoco se puede negar que los migrantes han llevado al extremo en algunas regiones la capacidad de respuesta de los servicios de salud, educación y asistencia básica. Igual no se puede esconder que cada día es mayor la cantidad de denuncias de la ciudadanía en que se les culpa de estar detrás del aumento de la inseguridad y los delitos de alto impacto, especialmente el hurto…

Todo ello ha llevado a que los casos de xenofobia, que hace dos o tres años eran muy aislados, estén empezando a incrementarse de forma preocupante en la sociedad colombiana. Es más, está comprobado que a los migrantes se les ha culpado de crisis y problemáticas locales y regionales en las que tienen una incidencia apenas tangencial o, incluso, son más víctimas que victimarios.

Es urgente, entonces, que las autoridades a todo nivel, las organizaciones civiles, los medios de comunicación, los gremios, las asociaciones de todo tipo, los líderes en cualquier campo así como todos y cada uno de los colombianos redoblen esfuerzos, campañas y llamados para censurar, denunciar y castigar estos casos de discriminación, que no solo son deplorables desde el punto de vista humanitario y ético, sobre todo con quienes vienen de un país que décadas atrás les abrió la puerta a millones de nuestros compatriotas, sino porque, además, se está incurriendo en un delito.

A diferencia de otros países en donde la discriminación e incluso los ataques contra los venezolanos se están empezando a generalizar, y hasta sus propios gobiernos toman medidas para frenar drásticamente el flujo migratorio y aumentar la deportación masiva de los extranjeros, en Colombia esta clase de situaciones todavía es muy tangencial y aislada. Sin embargo, es imperativo evitar que la xenofobia escale. Y allí es clave trabajar en impactar los ámbitos personales y familiares, para que desde la esfera individual y de su entorno más cercano se multiplique el sentido de solidaridad y de humanidad con quienes hoy pasan profundas necesidades. Hay que trabajar día a día en este propósito. No se trata única y exclusivamente de blandir el castigo penal para frenar la discriminación a los migrantes, sino de apelar principalmente a los valores humanos loables y el perfil ético de la gran mayoría de colombianos.