Todos al colegio | El Nuevo Siglo
Miércoles, 12 de Enero de 2022

En la última semana el país escuchó sorprendido al sindicato de educadores, Fecode, defender la insostenible postura de seguir con la virtualidad educativa en los niños y niñas, ya que, en opinión del mencionado sindicato, las condiciones sanitarias todavía no permiten retomar las clases presenciales.

Esa postura suscitó tal reacción pública en su contra que me hace pensar que la sociedad por fin entendió la importancia de que los niños y niñas retomen su proceso educativo presencial.

Según Unicef, a nivel mundial, más o menos 214 millones de estudiantes perdieron más de tres cuartas partes de la educación presencial debido a la pandemia por covid-19.

En el caso específico de América Latina, 98 millones de alumnos vivieron en virtualidad. Una virtualidad que en materia educativa es demasiado costosa en términos educativos, formativos, psicológicos y de bienestar.

En opinión de expertos en psicología infantil, las clases presenciales son "de gran importancia para la formación de las habilidades cognitivas, físicas y sociales de los niños, crea oportunidades y equilibra las desigualdades sociales, pues no sólo se basan en la instrucción, sino en la socialización y gestión de conflictos y el intercambio de afectos".

Los colegios son más que centros que transmiten información, son, también, espacios lúdicos que fomentan la autonomía afectiva y posibilitan oportunidades de socialización fuera del ámbito familiar. No podemos en aras a una discutible decisión sanitaria generar otro tipo de patologías, igual o más graves que las que pensamos que estamos combatiendo.

Adicionalmente, en ese mundo tan novedoso que estamos viviendo, la escuela es un escenario en donde nuestros pequeños pueden familiarizarse con los nuevos hábitos a través de una convivencia generacional entre iguales, ayudando así a nuestros chiquillos a interiorizar tantas nuevas normas con tranquilidad y sin conflictos internos.

Los argumentos, entonces, son claros, y debemos volver a priorizar los derechos de los niños que, además, están por encima de cualquier otro criterio, aún de índole sindical. Debemos retomar el rumbo y en eso tiene que ver mucho la normalidad hasta donde sea posible de nuestros niños.

Hay muchos desafíos sin antecedentes que hay que afrontar con imaginación, compromiso, sentido común y mucha, pero mucha, empatía. Hay que ver como nivelamos a los niños que se rezagaron en materia académica con respecto a otros niños con mayor acceso a tecnología y conectividad.

Se estima que, al menos, un tercio de la niñez en edad escolar mundial no tuvo acceso a la educación a distancia, por carecer de internet, un celular o computadora o incluso porque ya no fue posible para los padres asumir los costos de estos servicios, lo que significa, palabras más, palabras menos, que perdieron el año escolar.

Adicionalmente, hay que hacer un esfuerzo de acompañamiento psicológico para los millones de niños que padecieron crisis nerviosas por diversas causas o sufrieron abusos y violencia durante el encierro, situaciones esas además que los maestros pueden detectar a tiempo cuando los alumnos asisten a clases de manera regular y presencial.

Este esfuerzo debe ser mayor cuando se trata de niñas, pues ese sector poblacional enfrentó más pobreza, marginación, maltrato sicológico, agresiones sexuales y un largo y escalofriante etcétera.

Es mucho lo que hay que hacer y hay que empezar a hacerlo. No hay tiempo de seguir discutiendo situaciones que ya deberían estar superadas. Los estudiantes a los colegios y nosotros a impulsar acciones para que podamos sanarlos de cualquier vestigio negativo vivido durante la pandemia.