Algo dulce para comenzar el año | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Enero de 2023

Hoy espero complacerlos con una columna amable y dulce como son los dátiles o “pan del desierto”, como esta maravillosa fruta ha sido conocida por siglos en muchos lugares del Norte del África, el Mediano Oriente, la India o el sur de España.

Hace unas décadas poco se conocía en Colombia sobre los dátiles, esos frutos secos arrugados y muy dulces que ocasionalmente llegaban a la casa como regalo, muy especial, de algún amigo libanés o algún viajero que retornaba de Egipto o Marruecos.

Precisamente, fue en los oasis cercanos a Marrakech donde vi por primera vez, en los años 60, un sembrado de erguidas palmas datileras, cargadas de pesados y abundantes racimos de frutas. Su belleza y abundancia me deslumbró. Por los troncos de las palmas, organizadas en ordenadas filas que parecían no tener fin, ascendían y descendían con gran agilidad los cosechadores, armados con dagas curvas, como medias lunas, con las que desgajaban los racimos, que colocaban en canastos atados a sus espaldas; de igual forma como sus antepasados lo habían hecho aún antes de que la planta fuera adaptada para la producción masiva, hace miles de años.

Dicen que la palma datilera es uno de los árboles más antiguos existentes. De hecho, se han encontrado palmas fosilizadas con más de 500 millones de años. Su existencia ha dejado un largo rastro, no solo como alimento principal de muchos pueblos sino también como inspiración en las artes, letras y arquitectura. Ya en las tumbas de los faraones egipcios, al lado de sus momias, para su consumo en el mundo de la muerte, se encontraron dátiles secos.

Los escudos, lanzas y espadas de árabes, persas e indios eran decorados con diseños de estas palmas y muchos templos y palacios tomaron la forma de sus troncos para crear sus columnas y adornar paredes y pisos con mosaicos y pinturas de datileras. Sorolla, el gran pintor español, pintó fabulosos oleos de los sembrados en El Palmar, el oasis más grande que existió en Europa. ­­­

­­­La palma datilera puede llegar a los 30 metros de altura y sus hojas espinosas a los 5 metros de longitud. Hay árboles hembras y árboles machos que se polinizan naturalmente o, en las plantaciones, por métodos manuales.   Los frutosbayas son oblongo-ovoides de variados tamaños y colores, depende de su especie.

He consumido algunos dátiles muy carnosos superiores a los 9 cm de longitud. Los más conocidos en América son los dulcísimos Medjool, de color castaño, pero los hay rojizos y amarillos, como los Barhi que se consumen frescos; algunos son casi negros o blancuzcos.  

Las grandes bandejas con torres de dátiles que se ofrecen en los mercados árabes del mundo, o Zocos, fascinan por su variedad y por estar siempre rodeadas de abejas atraídas por su miel. Si uno no quiere pasar por ignorante, es mejor pedirlos por nombre propio o región de procedencia.

Esta fruta es considerada en muchas culturas, casi como sagrada, pues solo con su consumo y agua el hombre puede vivir. El Profeta Mahoma la amaba. En su forma seca duran por años y es perfecta para las travesías del desierto.  

Sobre los dátiles se han escritos decenas de libros: aquí les dejo como abrebocas, mi humilde y dulce columna.