Un gigante trombón en un tono blanco algo mareado, es la carta de presentación a un museo que no cobra la entrada. En su interior una mezcla de estilos se refleja a través de objetos mucho más llamativos como santos, cuadros, lámparas, máquinas de escribir, rockolas, neveras, juegos de sala tallados, planchas de carbón, teléfonos y porcelanas. Todo de épocas muy antiguas, que poco representa un valor comercial, pero sí sentimental.
Es una gran sala de exposición de las que aún perduran en la llamada calle de los anticuarios, en la localidad de Chapinero, entre las calles 60 y 63 con carreras entre 7ª y 9ª, una zona recordada por estar al lado del parque de los hippies y arriba de la iglesia Lourdes.
Aunque esta zona no es la única que contiene en exhibición objetos que se congelan en el tiempo, pues también existe La Candelaria o la calle 79 con carrera 9ª, muchos elementos van a parar allí, provenientes de otros lugares de la ciudad o incluso del mundo.
Estas verdaderas galerías de arte trascienden con el pasar de los años, pues entre más avanza el tiempo, mayor colección de artículos habrá por exhibir como testigo de su propia historia. En uno de estos sitios, un señor de unos 80 años de edad ofrece una consola regalada, la cual no es admitida por no encontrarse en buen estado.
Martha Calderón desde hace 10 años es propietaria de San Diego, un anticuario que según ella le transmite magia, ya que encuentra en cada objeto que vende una belleza única. Allí hay artículos de más de 100 años de antigüedad que le funcionan como si nunca los hubieran utilizado. Sobre cómo surte el negocio que posee, ella dice que se vuelve un reto en buscar cosas raras de diferentes épocas, “esto tiene su encanto, marca una época, una etapa en la vida de muchos seres y son artículos de buena calidad porque lo de ahora sale malo, sale desechable”, afirma la mujer quien comenzó a conocer del negocio hace 15 años como empleada.
Su local, ubicado en una casa de dos pisos de 6 metros de frente por 20 de fondo, ha llegado a tener artículos tan antiguos como el de una cama que acababa de vender del año 1.800, o el de una Biblia del año 1500 de varios tomos. Su fuerte son las maletas de viaje, tiene de todos los tamaños, colores y épocas, desde 1920 hasta 1980, las cuales según ella las usan en producciones de tv, para novelas de época, una de ellas el Dr. Mata.
Así mismo sirven como decoración para vitrinas en almacenes de ropa vintage, de zapatos o de restaurantes donde exhiben vinos, “la gente se inventa cosas y esas exhibiciones venden mucho”, afirma la mujer.
Para comprar, Martha dice “yo las busco en las casas de las personas que ya quiere salir de ellas y que yo sí las quiero tener. La gente quiere vender lo que ya no quiere para adquirir otras cosas más modernas, en cambio yo sí quiero tener cosas viejas. A veces creen que por ser maletas antiguas cuestan $1 millón, pero yo las vendo en $150mil, porque realmente no cuestan más. Siempre pido la fotocopia de la cédula para evitar inconvenientes sobre algún mueble”, indica.
En su negocio que a la vez funciona como casa, se mezclan armarios, mesas de centro, juegos de sala muy tallados (reina Ana), de origen europeo, libros, afiches de Simón Bolívar con los que se aprendía del área de historia, antes de existir internet.
Su habitación la componen muebles de distinta época, uno de ellos la mesa donde reposa el televisor, elaborada en mármol, cuya base está hecha en ornamentación, con un costo la sola tapa de $3 millones. “William Piedrahita le ponía trabajo a todos los presos, en los 80, para ayudarlos, tallaban el hueso, el carey, el coco y sacaban unas obras extravagantes y espectaculares y esta mesa es muestra de ello”, dice mientras abraza a su mascota, un pequeño gato negro que juega por los rincones del lugar y que lo recogió de la calle un día que lo iban a botar.
El objeto que más raro considera es el trombón, seguido de una nevera de 1930, que no es eléctrica, sino de petróleo, “abajo trae un frasco, se le echa el petróleo, aquí cuesta $500mil, pero vale mucho más porque es esmaltado, aunque las pintan de colores cuando las restauran, ¡bella, ella es linda!”, cuenta enamorada de la nevera de 1,50 metros de alto.
En esta cuadra nadie compite con nadie, hay artículos con muchísima más tradición, pero todo va según el gusto del cliente, por eso si en el local de Martha no se consigue lo que el comprador busca, ella lo referencia a otro anticuario de la zona o viceversa, lo importante es que el visitante pueda conseguir lo que busca.
Los vendedores que llegan a estos lugares por lo general son familiares de personas fallecidas que no saben qué hacer con dichas cosas y no le encuentran valor representativo, por lo que salen de ellos para que no les haga estorbo. “Tengo cosas muy baratas, un juego de sala puede llevárselo en 1 millón de pesos. Usted ahora se compra una de 3 millones, pero se sienta y se parte”, narra una clienta que visita el sitio, enamorada del tallado de los muebles de tipo europeo.
Allí no existe el pago a crédito y el cliente debe encargarse del acarreo de su adquisición, pues el costo del artículo es tan bajo, que no alcanza para dejarlo a cuotas o para su envío.
Visitar un anticuario no solamente culturiza, también permite enriquecer gustos y aprender a valorar objetos que a veces parecen insignificantes para nosotros, pero invaluables para otros. “Aquí pasan muchas generaciones y épocas por manos de uno, cosas valiosas, significantes, muchos colores, formas y materiales”, concluye Martha, quien no duda en perdurar en este negocio hasta su vejez.