ANALISIS. El caso de Santofimio abre el interrogante de cómo una persona con sus posibilidades se extravió de tal manera. | El Nuevo Siglo
Miércoles, 31 de Agosto de 2011

Ahora, cuando Alberto Santofimio se ha entregado por enésima vez a la Fiscalía, luego de que la Corte Suprema de Justicia revocará la decisión del Tribunal de Cundinamarca y confirmará su incriminación en el asesinato de Luis Carlos Galán, con una sentencia de 24 años de cárcel, el asunto ha pasado a cosa juzgada. Un caso verdaderamente dramático por todo lo que contiene y encierra de historia colombiana.


Santofimio, en efecto, era uno de aquellos privilegiados que tenía el don de la oratoria y el repentismo, facilidad parlamentaria, afición por la historia colombiana, cercanía con el pueblo, conocimientos económicos e inclusive tendencias poéticas y culturales, según dejaba entrever en un programa de televisión que tenía en estas materias. Populista liberal, tenía además todas las de ganar. ¿Cómo una persona con esos dones y posibilidades se extravió de semejante modo?, es la pregunta que siempre ronda cuando se habla de Santofimio.


Efectivamente, todo estaba dado, desde que a sus veinte años iniciara carrera política, para llegar a la presidencia de la República, tras ser ministro de justicia muy joven, en el mandato de Alfonso López Michelsen, ser presidente de la Cámara de Representantes y lograr votos a granel en sus sucesivas aspiraciones senatoriales. Santofimio era, a su vez, un “manzanillo” en el Tolima y se presentaba de estadista en Bogotá, llegando a ocupar una curul en el Concejo de la capital como trampolín a sus aspiraciones presidenciales. Era, ciertamente, un cacique tolimense que se movía con facilidad en las altas esferas de su partido y que permanecía de jugador duro de la política, buscando mejorar posiciones en la fila india al interior de su colectividad, como solía hacerse cuando el país, en las décadas posteriores al Frente Nacional, prácticamente vivía una segunda República Liberal.


El prontuario de Santofimio Botero creció al mismo ritmo de su ascendiente político. Al principio, cuando era representante fue retirada su inmunidad parlamentaria y fue procesado por un pleito cuando fungía de presidente de esa corporación. De ello salió avante e incluso indemne, pues, al contrario, el litigio le sirvió para declararse perseguido político y víctima. Despejado el nuevo escenario, su pelea era, evidentemente, con Luis Carlos Galán, el otro joven que comenzaba a destacar en la política liberal, quien a los 26 años había sido ministro de Educación y protegido del entonces presidente Misael Pastrana Borrero en el último período del Frente Nacional.


En realidad, la puja entre Santofimio y Galán representaba, también, la dura fricción entre las dos casas preeminentes del liberalismo: la de López Michelsen, con Santofimio, y la de Carlos Lleras Restrepo, con Galán. La primera, a su vez, había formado una tenaza con el turbayismo, dueño principal de la poderosa maquinaria liberal. La segunda, en tanto, era un ala disidente minoritaria, fuerte sin embargo en la capital, que denunciaba el clientelismo, la corrupción y la narcodemocracia, con la consecuente fundación del Nuevo Liberalismo contra el oficialismo encabezado por López y Julio César Turbay.  En el trasfondo palpitaba lo que ninguno de los dos, Lleras y López, habían logrado: la reelección presidencial. En ese laberinto de fracasos personales, que habían condolido a ambos ex mandatarios y de los cuales se culpaban mutuamente, Galán servía de yunque del llerismo contra el turbo-lopismo y Santofimio de espina dorsal contra el llerismo.
En esas circunstancias, el pleito entre Galán y Santofimio tuvo su primer apogeo a raíz de que el jefe del Nuevo Liberalismo expulsara a Pablo Escobar de su movimiento, a causa de las denuncias del director de El Espectador, Guillermo Cano, mientras Santofimio lo acogía por un lapso en su corriente hasta el punto de compartir delegación a la proclamación, en España, de Felipe González. Todo ello llevó a debates en el Senado sobre otros temas en los cuales Galán era particularmente acucioso, como por ejemplo la entrega de los recursos carboníferos y petroleros a las multinacionales. Pero en el fondo subyacía la puja por dos estilos políticos diametralmente diferentes: el de Galán, con la ética por delante, y el de Santofimio que no la tenía como premisa del servicio público. Inclusive, Alvaro Gómez, jefe de una de las alas conservadoras, solía referirse a los “santofimios” para señalar a quienes habían abandonado la moral pública. Todo ello enmarcado, en las décadas de los setenta y ochenta, en un momento en que el narcotráfico vio en la política y sus conexiones la tabla de salvación para continuar el negocio, la compra de conciencias y el control de la justicia. Y Santofimio, se vino a saber después, aunque Galán lo sospechaba de antemano, cayó en ello como correa de transmisión de los entonces carteles más poderosos, el de Medellín y el de Cali, incursos, a su vez, en una guerra fratricida.


Galán, ciertamente, sacó ventaja a Santofimio porque se lanzó primero al redil presidencial y hablaba libremente, pues no tenía compromisos con nadie. Se enfrentó a la candidatura reeleccionista de López Michelsen en 1982, obviamente con la anuencia de Lleras Restrepo, y por en medio pasó el conservador Belisario Betancur con la consecuente frustración del oficialismo liberal, que echó la culpa a Galán. Seguramente creyó Santofimio que el siguiente turno oficialista sería para él, luego de respaldar la campaña de López, cuyo gerente era Ernesto Samper, y esperó la siguiente oportunidad, en 1986. Pero en esa ocasión, el mismo López Michelsen, jefe del partido liberal, soltó una pregunta arrasadora: ¿Si no es Virgilio Barco, entonces quién?   


Para entonces ya el narcoterorrismo estaba en auge, iniciado por Pablo Escobar en el mandato de Betancur con el asesinato de Rodrigo Lara, en 1984, baluarte galanista que despachaba de Ministro de Justicia, pese a cierta distancia de Galán a raíz de los debates parlamentarios por un cheque de un narco del cartel de Medellín que había filtrado a una de sus cuentas de campaña senatorial. Así le cobraban sus enemigos la pretensión de limpiar al fútbol de mafia. Con el asesinato de Lara, el hecho es que la extradición de los narcotraficantes a Estados Unidos tomó nuevos bríos cuando fue reinstaurada por Betancur, luego de algunos recelos iniciales.


Ahora, hacia las elecciones presidenciales de 1986, parecía el momento exacto en que se enfrentarían cara a cara Galán y Santofimio. Rondando el ambiente la pregunta de López sobre Virgilio Barco, un cucuteño varias veces ministro típico del establecimiento rojo, se instaló la Convención Liberal. Ya se sabía que Galán se presentaría de nuevo por su propia cuenta, autónomo del oficialismo, y Santofimio dejó saber su aspiración en la Asamblea. Barco, respaldado también por el más grande de los patriarcas liberales, Alberto Lleras Camargo, lo dudó y Santofimio mantuvo su aspiración. Dijo Barco, a su vez, que sólo aceptaría la candidatura si era unánime, de lo contrario se retiraría. Toda la presión cayó entonces sobre Santofimio, quien finalmente declinó ante la Convención. Debió ser otro de los errores de su vida. En todo caso, Barco, ya enfermo y balbuciente, ganó la Presidencia por una cifra descomunal, después de que Galán también retirara su candidatura disidente. No hizo parte Santofimio del gabinete, los asesores o las embajadas, pero sí algunos que después resultaron implicados con el narcotráfico.


El gesto de Galán con Barco y el oficialismo al retirar su candidatura le sirvió, sin embargo, para pasar una temporada afuera del país y acordar luego, con Turbay, nuevo jefe del liberalismo, la reunificación hacia las elecciones de 1990 a través de una consulta popular, mecanismo inédito propiciado por el galanismo. Muchas de las heridas fueron dejadas atrás para los efectos. Pactada la consulta entre todos los aspirantes, donde también figuraba Santofimio como Ernesto Samper, Jaime Castro y William Jaramillo, entre otros, las dos precandidaturas preponderantes en las primeras encuestas fueron la de Galán y la de Hernando Durán Dussán, la primera de opinión y la segunda hacia donde parecía virar el oficialismo liberal. Fue en ese escenario aún por desarrollarse, ya que la consulta estaba determinada para marzo de 1990, que Luis Carlos Galán fue asesinado por Pablo Escobar y sus sicarios el 18 de agosto de 1989, a siete meses del evento que debía consumarse en paralelo a las elecciones parlamentarias.
Según testimonios, 15 años después de sicarios de Escobar, entre ellos de “Popeye” y otros adicionales de amantes y convictos, desde mucho antes Santofimio le había sugerido al jefe del cartel de Medellín matar a Galán porque seguramente ganaría y los extraditaría. Fueron los testimonios que la Corte hoy avaló, finiquitando el largo pleito sobre Santofimio. Asesinado Galán, en todo caso, su carrera política declinó casi hasta la desaparición. Al entrar César Gaviria de reemplazo de Galán, como su jefe de debate, ganó las elecciones sin margen, obviamente, para ninguna alternativa diferente. Santofimio, de quien se sospechaba en los círculos galanistas y de ahí a todo el país, se mantenía de senador más o menos anodino y más tarde comenzó a ser un paria.


Luego, en medio de los escándalos de la financiación del cartel de Cali a la campaña de Ernesto Samper, fue uno de los principales procesados por vínculos similares. Confeso y condenado, salió de la cárcel por pena cumplida. No se retiró completamente de la política y fue de los primeros en respaldar la primera candidatura de Alvaro Uribe Vélez. Por ello miembros de su familia fueron partícipes del gobierno. Más adelante, cuando se encontraba en una gira de respaldo a la reelección de Uribe, fue capturado a raíz de las denuncias de “Popeye”. A los tres años de cárcel, salió por fallo del Tribunal de Cundinamarca, cuando hasta hoy la Corte lo revocó y ordenó encarcelar de nuevo. La historia de un hombre que, en efecto, se resume en una pregunta: ¿cómo se extravió de semejante manera?