QUIÉN de nosotros no se ha sentido tentado a conocer y recorrer la virginidad e inmensidad verde de nuestras selvas, las blancas arenas de nuestras playas con sus mares de colores cristalinos o la inmensidad de las montañas y de los valles y llanos de nuestra patria; no es de extrañar pues ha sido de siempre una condición humana la de la curiosidad de conocer el cómo y el donde habitamos. Esto ha derivado en la construcción de cuantiosos centros turísticos en esos lugares en que la naturaleza abunda, lo cual los hace más vulnerables.
La curiosidad humana no conoce límites, siempre quiere conocer más y más; no le basta a nuestra especie saber, además quiere ver, por ello se adentra en los ecosistemas para comprobar los hábitats de los animales de todas las especies, esquivos por naturaleza y de cada vez más difícil reproducción ante el acoso de los seres humanos; de igual forma se busca conocer la vegetación así como los inmensos y bellos ríos y cascadas de nuestro país. Para ello se utilizan vehículos mecánicos y elementos que de por sí atentan contra la estabilidad de estos ecosistemas.
El problema no radica en la curiosidad humana, radica en su irresponsabilidad; la satisfacción de esta curiosidad ha derivado en un cúmulo de actividades, mal llamadas “ecoturismo”, que afectan seriamente los ecosistemas y desarreglan los sistemas naturales de la vida animal. En muchos lugares del planeta se ha tenido que llegar a prohibir o a restringir en forma drástica, el ingreso de turistas para evitar desastres ambientales, que bien se pudieran presentar.
En otros países se ha tomado, en forma responsable a mi modo de ver, la decisión de privilegiar la protección de los diferentes ecosistemas sobre las posibilidades económicas que se podrían derivar a corto y mediano plazo de la explotación turística de los mismos; esto en el largo plazo significará, sin duda alguna, mayores ventajas para quienes hayan mantenido su naturaleza en buen estado.
Surge entonces una pregunta, ¿En dónde está el justo medio que permita conservar nuestra riqueza natural y obtener al mismo tiempo beneficios económicos que dinamicen la economía, tanto regional y local como nacional? Y la respuesta no puede ser otra que buscarlo a través de estudios serios y juiciosos que analicen la capacidad de carga de nuestros ecosistemas y que generen una normatividad y un control determinado sobre el uso que a ellos se les da. Si no sabemos que soporta un ecosistema sin perder sus características y sin afectarse en su contexto, mal podremos saber si lo que estamos haciendo está generando daños irreversibles.
Los aspectos que se afectan con el turismo son múltiples y tienen que ver con la mayoría de las variables, tanto ambientales como sociales; la mala práctica del turismo puede generar cambios abruptos en el comportamiento de uno u otro ecosistema y por lo tanto puede llegar a causar deterioros en la dinámica propia de los sitios, llegando a variar elementos como: calidad de aire, calidad de agua, comportamiento de especies endémicas de flora y fauna, reproducción de especies de flora y fauna, clima, régimen de lluvias, producción de residuos, entre otros muchos.
Sería de esperar que el gobierno nacional reglamente y delimite el turismo, desde el punto de vista ambiental, pero sobre todo que ejerza un verdadero control sobre la explotación del mismo y genere responsabilidades ambientales a los responsables del mismo; es también relevante que dicha reglamentación tenga en cuenta la participación de las comunidades locales en los beneficios y en el trabajo que de esta explotación se deriva.
@alvaro080255