A las 4:00 a.m., Paola Andrea Alzate Cerón empezaba a recorrer los bosques del Parque Natural Los Farallones, de Cali, en busca de las maderas más finas, de las que obtenía su sustento. “No sabía el daño tan grande que estaba haciendo”, asegura.
Hoy recorre esos mismos lugares, pero para protegerlos. “Mi amor por las aves me hizo cambiar y dejé atrás la motosierra para protegerlas y cuidar su hábitat”, asegura esta mujer de 45 años, convertida en guardabosques después de haber pasado, además, por la minería ilegal.
En sus días de aserradora o de minera no entendía la razón por la que muchas personas disfrutaban de las caminatas ecológicas o dedicaban horas a observar aves. Hoy, esta líder ambiental también disfruta esas actividades.
“Ya era una mujer adulta cuando terminé mis estudios de secundaria y me seguí capacitando con el SENA, en donde realicé varios cursos en pro de la conservación y el manejo de bosque natural tropical, educación ambiental en áreas naturales protegidas, interpretación ambiental... y así fui haciendo muchos talleres y cursos”, cuenta.
Recuerda que “en las minas de oro de El Socorro (en el Valle del Cauca) empecé a trabajar a la edad de 26 años, pero no duré mucho en esa actividad, porque ya había empezado un cambio en mi vida... en el 2009 comencé a trabajar en el Dagma (máxima autoridad ambiental de Cali), por un plan de choque apoyando a los Aprovechadores del Bosque. Así se llamaba el grupo comunitario con el que realizamos la actividad de extracción de los recursos naturales para el sustento de nuestras familias”.
“Los recursos naturales más explotados fueron las maderas finas, como chachajo, amarillo peña, cedros, que se vendían por pulgadas, sacábamos bloques de madera de 40 pulgadas”, relata.
Pero no era solo Paola la que trabajaba en minería o talando árboles. Su madre, María Miriam Cerón, indirectamente hacía tareas que afectaban el medio ambiente. “Ella por varios meses se quedaba en unas condiciones muy difíciles cocinando para 40 mineros y hasta más”.
“También el papá de mis hijas trabajó mucho tiempo en las minas de El Socorro, en el Parque Natural de Los Farallones de Cali”, dice.
Confiesa que aunque dicha actividad la realizaban para el sustento suyo y de sus hijas, vivían en constante zozobra, escondiéndose, en una lucha diaria con instituciones como la CVC y Parques Nacionales. “A veces no teníamos ni para el mercado. Aunque trabajábamos muy duro, en los retenes nos quitaban la madera. Al final, mi esposo tuvo que vender nuestra herramienta principal de trabajo, la motosierra, que habíamos comprado con mucho esfuerzo”.
“Cuando el papá de mis hijas se fue a trabajar a la mina de oro, estaba yo en un proceso de cambio de conciencia y no estuve de acuerdo con que dejara todo el proceso de conservación que habíamos iniciado. Ese fue el punto final”, anota. Para después reflexionar: “La minería generó una descomposición social de la comunidad, trajo drogas, prostitución y muchas cosas que la gente no conocía”.
El cambio
Recuerda Paola Andrea que “mi paso para llegar a ser guardabosques se dio por el Dagma, que administra unos predios en el corregimiento Los Andes y allí se dio la oportunidad de trabajar como guardabosques en el 2009”.
Señala que “mis antiguos compañeros en la minería y la tala de árboles me admiran y se alegran del cambio tan importante que dio mi vida. Con dificultades y todo he podido hacer lo que me gusta y aprender de mi territorio, del bosque y su comportamiento”.
Relata que “tengo como compañeros cinco guardabosques exmineros que los contrató el Dagma en un plan de choque con Parques Nacionales. Ellos también eran aserradores y entre ellos hay una mujer”.
“He invitado a muchos amigos y vecinos a que se conviertan en guardabosques, pero lastimosamente para poder conseguir un trabajo nos piden respaldos políticos y cada año para nosotros es una zozobra esperar a ver si nos contratan o no”, asevera.
Manifiesta que “lo que más me gusta de ser guardabosques es que aprendí a conocer las especies de flora y fauna que tenemos en nuestro parque nacional natural y aprendí a identificar orquídeas, las aves y las especies arbóreas”.
“Por las aves empezó mi cambio. De ser aprovechadora del bosque, pasé a ser guardabosques”, asevera.
En esa transformación, además de las aves, tuvieron que ver personas que hacían labores de investigación y avistamiento en la zona, como Carlos Mario Wagner, cofundador y director científico de Colombia Birdfair. Paola se animó a adquirir más conocimientos sobre el entorno en el que vivía. Se adentró en el bosque, hizo senderismo, aprendió empíricamente a conocer las especies y las aves le fueron enseñando el camino.
Asegura que el punto de quiebre entre su vida anterior y la presente fue entender el impacto negativo que generaron las minas de El Socorro, y cuando se fue involucrando más y más en el trabajo con las entidades ambientales, no hacía más que llorar y pensar “por Dios, esto está acabado, este páramo sin frailejón, que alberga especies como el oso de anteojos, un sinnúmero de orquídeas, de musgos”.
Invitada
La Feria Internacional de Aves, Colombia Birdfair, celebrará sus 10 años de existencia de la mano de expertos y amantes de las aves del mundo, teniendo a España como País Invitado, del 15 al 18 de febrero, en el Zoológico de Cali.
El lema de esta 10ª edición de la Feria es "Las aves transforman vidas", y en ella los relatos, historias, anécdotas y vivencias girarán en torno a las aves en la vida de las personas.
Una de las invitadas especiales que participará en el evento es Paola, por su labor en este Parque Nacional Natural Farallones de Cali, conformado por 196.429,90 hectáreas entre Cali, Jamundí, Dagua y Buenaventura. Estará en el conversatorio “Mujeres transformadas por las aves”, el domingo 18 de febrero, en el Zoológico de Cali, a las 6:30 p.m.
Allí contará que “le ayudaba a él (a su esposo) a sacar la madera y llevarla a Cali. Fue un proceso muy largo, de mucha lucha, y hubo un momento en el que nos cansamos de eso”.
Su labor en favor de la naturaleza le valió un reconocimiento. Una especie de orquídea descubierta recientemente fue bautizada con su nombre.
“Cuando me enteré de que habían llamado la orquídea con mi nombre, yo estaba con mi mamá en la clínica y me dio de todo, la felicidad fue inmensa, quería gritar y todo el mundo empezó a escribirme, a decirme cosas muy bonitas. Creo que eso le da más verraquera a uno para seguir con esto. Creo que fue por mi trabajo, hecho con tanto esfuerzo, y el conocimiento empírico para identificar especies, el amor y la pasión que le pongo a todo lo que hice y hago, y mi felicidad no sé cómo explicarla”.