Este planeta tiene al menos 4,000 millones de años de existencia y sigue, incluso mejor sin nosotros. De eso, hay pocas dudas.
NO son lamentablemente las únicas decepciones las que se originan a raíz del liderazgo mundial, en particular las amenazas que tienen como reiterado epicentro a Washington. Léase, por ejemplo, tensiones con Irán, con Siria, el fracaso anticipado de querer “arreglar” sosteniblemente las cosas a patadas con Venezuela, o lo último: la guerra comercial contra la competitividad china.
No, no son las únicas decepciones las de ese tipo. El calentamiento global para sólo señalar un componente auténticamente estratégico en el mundo está actuando, y está actuando a tope. Y no es de confundirnos, su desempeño dantesco tiene como uno de los factores más importantes, la actividad humana.
Lo que tenemos frente a nosotros, en vivo, diariamente, es la configuración de lo que es la sexta extinción masiva de fauna y flora en el planeta. Es la provocada por el hombre, de allí que se reconozca como la “defaunación del antropoceno”. En todo ello influiría que la flora podría tener en general, mayor capacidad de resistencia, tal y como ocurrió con la caída del meteoro, muy probablemente en el norte de Yucatán, hace unos 65 millones de años.
En lo que es quizá el dato más importante, como verificador e ilustrador del drama, es que si en los próximos 11 años la temperatura se eleva en 1.5 grados centígrados -si esa temperatura se alcanza para el 2030- se habrá llegado a un punto de irreversibilidad. Pues bien, como vamos, la tendencia es que llegaremos a un 1.8 grados centígrados de aumento en la temperatura planetaria. Un dato adicional, específico: julio pasado ha sido el mes más cálido desde que se tienen registros de temperaturas mensuales.
Y las esperanzas parecen desvanecerse: comenzando por la denominación. Por el no desear enfrentar el problema, en tratar de eludirlo. En lugar de llamar a las cosas por su nombre, en lugar de identificar este estado de cosas como calentamiento global, así directo, específicamente, se le denomina como “cambio climático”. Es una expresión eufemística.
Es tratar de hablar “simpáticamente”, pretendiendo poner la basura debajo de la alfombra, es como cuando se propone esconder a los pobres para que no interfieran con nuestra apreciación paisajística a la hora del sol de un nuevo día, o a la hora del crepúsculo, ya para entrar la noche. Es simular, engañarnos a nosotros mismos, sintiendo que habitamos el “hello Kitty planet”.
No, no es cambio climático. Eso podría dar la sensación de que el planeta tendería a enfriarse, y eso no es lo que muestra la evidencia. Se trata -con toda la carga empírica que debemos a la ciencia- de calentamiento planetario que amenaza nuestra supervivencia como especie. No es que se dañe el planeta, ojo con esto, o que el planeta en sí mismo esté en peligro. Olvídese. Este planeta tiene al menos 4,000 millones de años de existencia. El planeta sigue. Sigue incluso mejor sin nosotros. De eso, desgraciadamente, hay pocas dudas.
Mejor alimentación y menos desperdicios
Todo este tema emerge ahora que el Panel Internacional de Expertos llama la atención en el sentido de que la alimentación es un aspecto que podemos abordar como parte de las medidas tendientes a amortiguar el calentamiento global. Se señala que la alimentación contribuye con un 25 por ciento de la causalidad del incremento de temperatura.
En tal orden de ideas, el más reciente informe -dado a conocer a fines de julio pasado- por el mencionado Panel, puntualiza que la producción de alimentos lanza unas 11 giga-toneladas de gases a la atmósfera. Se trataría de unas 11,000 millones de toneladas que provocan el efecto invernadero directamente relacionadas con la actividad agrícola –uso del suelo, cosecha, almacenamiento, transporte, procesamiento, empaquetado y consumo de productos agrícolas.
Se reconoce que el suelo -hasta no hace mucho- era el sumidero de gases. Pero ahora ha pasado a ser emisor de los mismos. Se subraya que el suelo es un recurso natural renovable que se está perdiendo o bien que está teniendo una utilización por demás intensiva en función de la producción de alimentos.
Los científicos enfatizan que podemos acentuar el consumo de dietas más sanas, con productos como cereales, verduras, hortalizas, semillas y frutos secos. Incluso podría ingerirse carne, pero con cantidades y frecuencia tales, que posibiliten una utilización menos intensiva, respecto a la que operamos actualmente. Esas sería medidas propias de dietas que dejarían una menor huella de carbono -un indicador de contaminación. Producir más vegetales hace que el suelo tenga mayores rendimientos en cuanto a alimentación. Se puede producir más y con menos consumo de agua de riego.
En un apartado específico del documento, se menciona que poder inclinarnos por tales dietas más centradas en vegetales contribuiría a evitar entre 1.8 y 3.5 giga-toneladas de bióxico de carbono destinado a la atmósfera.
También se subraya algo adicional: evitar los desperdicios. Se podría establecer que entre 32 y 40 por ciento de los alimentos producidos se pierden no sólo como comida en la basura -lo más evidente- sino también en la cadena productiva, en la cosecha, beneficio de productos, transporte y almacenamiento. Los productos vegetales y animales son perecederos. De allí que el problema clave a resolver es la comercialización.
Es de tener presente, en todo esto, el uso de agroquímicos y de fertilizantes. La tendencia de uso excesivo de nitrogenados puede aumentar la productividad de los campos en lo inmediato, pero también implicaría problemas con los suelos a mediano plazo.
En medio de todo, debemos de comenzar cuanto antes a implementar este conjunto de reformas. Se hace evidente que “muchas de las respuestas requieren tiempo para producir sus efectos”.