Niños, primeros nómadas por la contaminación de Mongolia | El Nuevo Siglo
AFP
Jueves, 14 de Marzo de 2019
Agence France Presse
Los más pequeños de ese país tienen que huir de los aires pesados debido al uso extendido de la combustión del carbón para las estufas

 

Mongolia es conocida por sus estepas interminables, sus lagos y sus nómadas. Un paisaje de tarjeta postal que en invierno desaparece bajo la espesa neblina tóxica que cubre la capital y pone en peligro la salud de miles de niños.

Ulán Bator, donde vive casi la mitad de los 3 millones de habitantes del país, es una de las ciudades más contaminadas del mundo, a raíz del uso extendido de la combustión del carbón para las estufas.

La mayoría de los habitantes de Ulán Bator vive en barrios precarios en la periferia, en las tradicionales carpas (llamadas yurtas) sin agua corriente ni sistemas cloacales.

Para miles de familias, el dilema no tiene solución: ¿mantener a los niños cerca, a riesgo de poner su salud en riesgo, o enviarlos a vivir en áreas verdes para protegerlos de la contaminación?

En este país enclavado entre Rusia y China, el aire contaminado provoca de esa forma un verdadero éxodo desde la capital.

Los expertos previenen que la contaminación es desastrosa para los niños al punto de poder retrasar su desarrollo, además de enfermedades crónicas. En el invierno, los hospitales están abarrotados. 

La hija de Naranchimeg Erdene quedó con su sistema inmunológico dramáticamente debilitado por el aire contaminado de Ulán Bator. En miles de carpas se quema carbón -y hasta plástico- para enfrentar el frío de hasta 40 grados centígrados bajo cero.

 

Destino: el aire puro

"Estamos retornando constantemente al hospital", dijo Erdene a AFP, para añadir que su hija Amina sufrió de neumoconiosis -una enfermedad pulmonar debido a la inhalación de polvos peligrosos- en dos oportunidades cuando tenía apenas dos años, y precisó de varios tratamientos con antibióticos.

Según los médicos, hay una única solución posible: enviar a la niña al campo. En la actualidad, Amina vive con sus abuelos en Bornuur Sum, una aldea situada a 135 kilómetros de la capital.

"Nunca más estuvo enferma desde que vive allí", dijo Ernede, quien ve a su hija dos veces por semana mediante un viaje de ida y vuelta que le consume por lo menos tres horas.

"Es muy difícil en los primeros meses (...) llorábamos mucho al teléfono", dice la mujer que, como muchos otros adultos en Ulán Bator, ha debido aceptar esta situación para proteger a su hija.

Estudios coinciden en que Ulán Bator es no apenas la capital más fría del mundo sino la que posee la peor calidad del aire.

El nivel de PM2,5 -en referencia a partículas finas suspendidas en el aire- alcanzó los 3.320 en enero, equivalente a 111 veces la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

 

Huir al extranjero 

 

Esto termina por incentivar tensiones sociales. Los habitantes más privilegiados de Ulán Bator no dudan en culpar a los inmigrantes de los barrios periféricos por la contaminación, y piden su expulsión.

"Esas personas vienen a instalarse en la capital porque precisan de un ingreso regular (...) no es la culta de esas personas", se quedó Dorjdagva Adiyasuren, madre de una familia que vive en una yurta con seis niños.

Para tratar de resolver el problema, las autoridades han prohibido los movimientos migratorios al interior del país en 2017.

En teoría desde 2018 el uso de carbón en estufas no es autorizado, pero esa normativa raramente es aplicada.

Las familias que disponen de medios huyen al extranjero durante los períodos de contaminación más grave, como Luvsangombo Chinchuluun, quien envió su hija a Tailandia durante todo el mes de enero.

 

Efectos para la salud

 

Los efectos de la contaminación son desastrosos para los adultos pero los niños son aún más vulnerables, en parte porque respiran más rápido y absorben más aire, y por lo tanto más elementos contaminantes.

A pesar de los riesgos para la salud, Badamkhan Buzan-Ulzii y su marido no han tenido otra opción que permanecer en la capital para trabajar, pero enviaron a su hijo Temuulen, de dos años, a más de 1.000 kilómetros de distancia, con familiares.

Buzan-Ulzii, de 35 años, dudó mucho en tomar esa decisión, ya que inicialmente movió toda la familia a otro distrito para evitar problemas de salud.

Pero fue en vano. Varios problemas de salud y una bronquitis que tomó casi un año en ser superada, convencieron a la familia a enviar a Temuulen a casa de sus abuelos.

"No importa que yo lo extrañe o quien lo críe. Si está con buena salud, yo estoy contenta", dijo.

Hasta ahora, la decisión parece haber sido correcta, dijo Buyan-Ulzii: "mi suegra me preguntó si es necesario seguir dándole los medicamentos, ya que no tose más", narró.