“El impacto ambiental de tener un perro o gato”
Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha requerido la compañía de animales en su entorno, desde la época de las cavernas se las arregló para tener dominados otros seres y tener así compañía y/o algunos medios de trabajo y alimentación; no pretenderé entonces construir un dilema ético sobre estas prácticas, pero quisiera tocar algunos aspectos de las mismas.
Los seres humanos, tal y como ya lo indiqué, han sido utilizados de diversas maneras y han acompañado al hombre en su desarrollo a través de los tiempos, sin embargo parece que hoy por hoy se está traspasando una frontera muy delicada que implica la igualdad de los animales con el ser humano en cuanto a sus derechos.
Ver un día cualesquiera dos colectas paralelas; una para alimentar niños o ancianos indefensos, y otra para mantener mascotas abandonadas, notando como es mayor, mucho mayor, la solidaridad con los animales que con los seres humanos, no deja de hacerme pensar en la clase de moral que estamos manteniendo en estas generaciones.
Haciendo abstracción del debate jurídico-teórico sobre si existen los derechos de los animales e igualmente sobre el hecho práctico de que la Constitución no los consagra, como ocurre con la mayoría de las constituciones del planeta, sí existe el hecho cierto y no rebatido de que quienes poseen mascotas o se benefician de los trabajos o las producciones de los animales domésticos, tienen un sinnúmero de obligaciones claramente definidas y delimitadas en la ley, aunadas a una serie de sanciones definidas en las mismas.
Pero quienes poseemos mascotas y gozamos de la alegría de su compañía, también tenemos unas responsabilidades con ellas, con nuestros congéneres y con nuestro medio ambiente. Se debe tener en cuenta que el mero mal manejo de perros y gatos generó para el año 2016 (últimos datos disponibles) una producción de 342 toneladas diarias de excrementos. No debemos perder de vista que esto produce afectaciones de todo tipo, especialmente en la salud de los humanos y de los animales mismos, desencadenando enfermedades bacterianas, virales, respiratorias y parasitarias.
Dejando también de lado otras consideraciones éticas sobre lo que supone convertir a un animal en una simple posesión y, en el mejor de los casos, en una especie de juguete vivo; o el hecho de condenar a un ser vivo a vivir en una suerte de prisión como un terrario o una pecera, debemos tomar conciencia de que el tener mascotas se ha venido convirtiendo en una suerte de moda que muestra el estatus de quien los posea.
No podemos dejar de lado el gran e insospechado impacto ambiental que dicha moda viene generando. El mantenimiento de un perro promedio en un apartamento promedio deja al planeta una huella mayor que la producida por una camioneta 4x4 de doble tracción. La producida por un gato promedio en las mismas condiciones puede equivaler a un 65% de la dejada por el perro. A pesar de que hoy por hoy las heces se recogen, esto se hace en millones de bolsas plásticas que no mejoran en nada el impacto causado al planeta pues ellas ya no tienen mayores posibilidades de ser recicladas.
Del libro de Robert y Brenda Vale “¿Hora de comerse un perro? La guía real para una vida sostenible”, en el cual este par de arquitectos neozelandeses especializados en construcciones sostenibles, analizan los impactos de muchas de las decisiones que tomamos a diario, se deduce que para mantener a un perro mediano alimentado, tal y como se hace hoy, se requieren alrededor de 0,84 hectáreas de terreno. Esto aumenta significativamente los problemas, pues no solo se trata de la afectación al planeta sino del ataque a la seguridad alimentaria de los seres humanos. Para entender esto es útil saber que 0,84 hectáreas de terreno servirían en promedio para alimentar adecuadamente a 21 seres humanos adultos