Con base en el aumento de la biodiversidad en los sistemas agrícolas de cítricos, cultivadores de la Orinoquia desarrollan nuevas prácticas para minimizar el impacto que sufren las cosechas de Naranja debido a la variabilidad del clima.
Esto fue lo que encontró en su investigación José Alejandro Cleves, ingeniero agrónomo, magíster en Ciencias Agrarias y doctor en Agroecología de la Universidad Nacional (UNAL) Sede Bogotá, quien se apoyó en evidencias halladas en fincas de los municipios de Villavicencio, Granada, Guamal y Lejanías (Meta).
“El objetivo principal fue determinar la resiliencia, entendida como la capacidad de respuesta que tiene un sistema frente a un disturbio, a la variabilidad climática en agroecosistemas citrícolas de naranja Valencia, con diferente estructura agroecológica principal (EAP)”, destacó el ingeniero.
La EAP se refiere a la configuración de la finca y su conectividad con distintos sectores y corredores de vegetación como sistemas productivos que permiten la interacción de especies animales y vegetales, siendo fuente de alimento y hábitat, que sumado a regulaciones climáticas incide en la conservación de recursos naturales.
Según cifras de la Secretaría de Agricultura del Meta, se estima que hay 10.104 hectáreas de área sembrada, de las cuales 6.277 (62 %), pertenecen a cultivos de cítricos, siendo la variedad Valencia la más importante, con un 90 % del área de siembra.
Consumo en aumento
Aunque el consumo de cítricos, en especial de naranja, ha aumentado en la población colombiana, entre otras cosas por el cambio en los hábitos alimenticios, no ocurre lo mismo con la producción.
Por tal razón, este trabajo buscó identificar, según la EAP de cada finca, cuáles acciones serían las más acordes para implementar los cultivos, ya que cada finca tiene unas condiciones del terreno muy particulares.
Para eso se tomaron datos en estaciones climatológicas y se revisaron las tendencias de las temperaturas y precipitaciones en cuatro estaciones (una por municipio) para analizar el clima y establecer correlaciones climáticas con incidencia regional, como los eventos ENOS (El Niño, La Niña Oscilación del Sur) y el Dipolo del Amazonas.
Al respecto, se comprobó que aunque la naranja Valencia tiene excelente adaptación, se requiere ajustar los sistemas productivos implementando prácticas de manejo cultural y tecnológico para aumentar la productividad y rentabilidad.
Para revisar otras causas de por qué la producción no era la mejor, por medio de una encuesta validada en campo se adelantó un proceso de caracterización, tipificación y clasificación de los sistemas productivos, trabajo que contó con colaboración del Instituto Colombiano Agropecuario, la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria, asociaciones de gremios productores y pequeños cultivadores.
“Se indagaron 51 componentes entre aspectos ecosistémicos –es decir de oferta ambiental– y culturales. Luego se adelantó la encuesta, que fue retroalimentada por los agricultores, se salió a campo y se recopiló la información en las fincas”, aseguró el investigador.
“Además se desarrolló una metodología propuesta por el Instituto de Estudios Ambientales de la UNAL, con los profesores Tomás Enrique León Sicard y José Javier Toro Calderón, y se evaluó la herramienta metodológica “estructura agroecológica principal”, que analiza atributos ecosistémicos y culturales.
Medidas correctivas
“De esta manera se demostró que aunque las características medioambientales sean uniformes, lo único que marca la diferencia para aumentar la producción frente a disturbios climáticos son las actividades desarrolladas por los agricultores”, destacó el ingeniero.
Ahora se ha diseñado el índice de resiliencia agrosistémico (IRAg), una metodología mucho más actualizada que considera que todos los componentes del sistema tienen una capacidad de respuesta diferente frente a un disturbio, lo que permite tomar medidas correctivas.
A partir de los resultados de la investigación, los agricultores han comenzado a instalar cercas vivas, de tal manera que las especies que polinizan tenga un hábitat adecuado y los árboles a su vez funcionen como barreras naturales aumentando la capacidad de retención de agua y disminuyendo los procesos erosivos.
Así mismo los productores están instalando en sus predios algunos sensores como termómetros e higrómetros para manejar la información climática y así programar sus actividades de control fitosanitario.
También se evidenció la importancia de los procesos de transferencia de tecnología y asistencia técnica, los cuales presentan deficiencias de cobertura en la difusión de resultados y apoyo a los cultivadores./Fotos UNAL