AXEL DESEMPEÑA el papel de policía antidisturbios que trata de dispersar una congregación pacífica aunque ilegal, pero se encuentra con que brazos y piernas de militantes están minuciosamente intrincados. En esta formación de desobediencia civil, todos se movilizan por el cambio climático.
El objetivo de este cursillo de un día, organizado por una ONG en París, es comportarse como ciudadanos decididos a transgredir las leyes para forzar a las autoridades a tomar cartas ante el calentamiento del planeta.
Se inscribe en la ola de movimientos que desde octubre se multiplican principalmente en Occidente, como las manifestaciones de estudiantes masivas celebradas el 15 de marzo en respuesta al llamamiento de la militante sueca Greta Thunberg.
La red Extinction Rebellion, nacida en Gran Bretaña, promovió paralelamente una semana de “rebelión” en 80 ciudades de 33 países.
En Londres, varios miles de manifestantes perturbaron la circulación para reclamar un “estado de emergencia ecológica”.
Muchos de los 55 participantes en el cursillo de París citan el último informe alarmante del Panel de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, que advierte que únicamente un cambio radical de la sociedad, sobre todo de los sistemas energéticos y de transporte, podrá evitar un cataclismo climático en las próximas décadas.
Prohibidas las cosquillas
“Imparto varias sesiones al mes desde hace al menos seis meses”, explica Rémi Filliau, formador de desobediencia civil para diferentes causas y miembro de la ONG Los desobedientes en París.
Durante la simulación, el formador explica a Axel cómo desalojar a una manifestante, que se pega al grupo como una lapa a su roca. Colocándose detrás de ella, desliza su dedo índice bajo la nariz de la joven y tira bruscamente.
Sus brazos pierden de inmediato su agarre, lo que permite al “policía” desalojarla en varios segundos y arrastrarla por el suelo para detenerla.
“Los policías tienen derecho a utilizar esta técnica”, asegura Filliau a su clase. “Pero no hacer cosquillas, eso es considerado como acoso sexual”.
Sentados en círculo, los alumnos reflexionan primero sobre las líneas que están dispuestos a franquear y los riesgos que quieren tomar y, en función de sus respuestas, cambian su posición en el grupo.
Primer caso: introducirse encapuchados durante la noche en una explotación agrícola para destruir plantaciones experimentales de maíz genéticamente modificado. Pregunta: “¿Están dispuestos a hacerlo y lo consideran un acto violento?”.
Si bien todos los participantes se oponen al uso de OGM, sus respuestas divergen. De los dos tercios que estiman la acción “no violenta”, solo la mitad está dispuesta a dar el paso.
Afrontar las consecuencias
Pero también entre quienes califican la operación de violenta, algunos están dispuestos a lanzarse.
Se inicia entonces un encendido debate: algunos aseguran que la destrucción de bienes no equivale a la violencia, otros responden que desde luego el agricultor no pensaría lo mismo, y también hay quien recuerda que de todas formas este último estaría protegido por el seguro.
Segundo caso: la misma acción en pleno día y a cara descubierta, en presencia de los medios prevenidos con anticipación, y permaneciendo en el lugar para afrontar las consecuencias, incluido el arresto. La respuesta es clara: hay que hacerlo.
“Hay que legitimar la acción ante la mirada del público”, explica Rémi Filliau, aludiendo a otras campañas anteriores en Francia, sobre todo contra los OGM. “Hay que asumir lo que hacemos”. “Si uno no está decidido a dejarse detener por la policía, más vale que no venga”, agrega.
“Desfilar en las calles ya no es suficiente”, comenta Julie, estudiante, a la vez que admite no estar “segura de estar preparada para que (la) detengan”.
La ventana de oportunidad para luchar contra el cambio climático no permanecerá abierta durante mucho tiempo, advirtió el martes pasado la activista sueca Greta Thunberg, en la Eurocámara.
Los políticos europeos deben “actuar ahora, ya que no hay mucho tiempo”, declaró a la prensa esta adolescente de 16 años en la sede parlamentaria en Estrasburgo (noreste de Francia).
“Todavía tenemos una ventana abierta por la que podemos actuar, pero no estará abierta por mucho tiempo, por lo que debemos aprovechar esta oportunidad”, agregó la joven.
Thunberg, que todavía no tiene derecho a voto, estimó “esencial” votar en las elecciones a la Eurocámara del 23 al 26 de mayo para “aprovechar esta oportunidad de influir” en el debate.
Y “de hablar en nombre de personas como yo que se verán afectadas por esta crisis” y que no pueden votar, agregó la joven, antes de hablar ante la comisión de Medio Ambiente de la Eurocámara.
“Voten por nosotros, por sus hijos y nietos”, urgió a los eurodiputados durante un discurso marcado por la emoción, en una sala llena hasta los topes.
La activista climática sueca llamó además a los jóvenes “a presionar a las personas en el poder y a las generaciones más mayores”.
“Es una gran oportunidad para enviar un mensaje y hablar en nombre de los jóvenes que comparten las mismas preocupaciones que yo sobre la crisis del clima”, agregó.