La baja de “Alfonso Cano” debería servir, al interior de las FARC, para la paz y no para la guerra. Entre otras cosas porque, posiblemente a diferencia de lo que dicen los expertos, Cano representaba lo que llaman la salida política negociada y no la confrontación perpetua de estirpe maoísta y anacrónica. Y ese debería ser el legado de la línea Cano en las FARC, que alguien con valentía real debería asumir si todavía queda allí algún debate interno con un mínimo sentido contemporáneo, las realidades actuales, y no la obnubilación belicista.
De otro lado es sabido, aún por ellos, que el Estado, desde el Plan Colombia y como lo sospechaban en el Caguán, obtuvo una línea de acción coherente y eficaz seguida por los gobiernos colombianos, cada cual con su estilo, que nadie va a dejar de lado pues está en marcha con éxito como plataforma genérica e irreversible y que continuará desdoblándose hacia la consolidación territorial definitiva y permanente. De manera que es un equívoco pensar que las FARC se enfrentan con tal o cual Administración, sino que es una determinación estratégica estatal llevada a cabo por el binomio Fuerzas Militares y sociedad, bajo coordinación presidencial, en éste caso la civilista de Juan Manuel Santos. Puede presentarse la pugna de quién fue el presidente que más hizo por la derrota política y militar de las FARC, si Pastrana, Uribe o Santos, en todo caso, tocó el punto de inflexión y la adecuación, financiación e implementación de la estrategia inicial a Pastrana; fijar el propósito nacional, la voluntad política y la retórica a Uribe; y la concreción, eficiencia y perseverancia a Santos. Cualquiera sea el análisis, entiendan las FARC que no hay péndulo ni ave fénix al estilo de Marquetalia.
Está además demostrado que sin paramilitarismo, mal adoptado por algunos en su momento, el Estado y las autoridades han avanzado eficazmente en el monopolio de las armas y el restablecimiento de la soberanía. El país, sin duda, ha resultado básicamente exitoso en la guerra regular, como siempre debió ser, concepto que se adoptó al poner a las Fuerzas Militares a tono antes de seguir con mentalidades aisladas de guerra irregular, incluso ligadas al narcotráfico. La guerra limpia, bajo las normativas nacionales e internacionales, terminó de lejos por preponderar sobre la guerra sucia. Es el máximo triunfo de las FF. AA., dentro de los cánones del Derecho Internacional Humanitario.
El gran fracaso de las FARC, de otra parte, fue que siempre se dejaron quitar la paz de los demás subversivos al tiempo que se autoarrinconaban en el terror, el secuestro y la narcotización. Pasó en la época de Betancur, cuando Cano se enmontó para asesorar a Arenas en los acuerdos, pero el terrorismo del M-19 en el Palacio de Justicia hirió de muerte el proceso que estaba diseñado para ellos. Luego, a propuesta de Cano, las FARC pretendieron participar tardíamente en la Constituyente, pero el M-19 les ganó al desmovilizarse. Posteriormente, fue el mismo Cano quien abrió el proceso de Cravo Norte, Caracas y Tlaxcala, que en principio dirigía con posibilidades de éxito Bejarano, pero el torpedo de los remanentes del EPL, con el asesinato del ex ministro Argelino Durán, acabó con todo aún a pesar de que el mismo Cano, como negociador de la Coordinadora al lado de “Iván Márquez”, pidió la expulsión de ese grupo de las conversaciones y Gaviria prefirió clausurar el intento. Vino el Caguán, pero a mi juicio fue un mal síntoma desde el principio que Cano, o su línea con Márquez, no apareciera en la Mesa al tiempo que el ELN se radicalizaba para ganar atención y desprestigiar el proceso desde sus inicios. Al desbarrancarse ambos por la guerra, se equivocaron de cabo a rabo. La línea de Cano, aún al mando de las FARC, debería recapacitar. Tienen en el Presidente Santos, por igual, el mejor hombre para la guerra o para la paz. Aún les queda una pequeña posibilidad de decidir.