Ayer se cumplió en Medellín la inhumación de los despojos mortales del Profesor Antonio Panesso Robledo, una de las más grandes inteligencias superiores de Colombia.
El académico, nacido en Sonsón en 1918, pidió a sus hijos que sus huesos descansaran para siempre en la Antioquia que amó y que en su funeral, estrictamente privado, se escucharan obras de Mozart y Bach, sus clásicos preferidos, así como los bambucos y los tangos de predilección.
Siguiendo sus directrices, no hubo avisos en los periódicos, ni invitación a las exequias del sabio paisa que brilló desde muy joven en los medios impresos y electrónicos de Medellín y Bogotá.
Los Catedráticos. El escritor antioqueño Orlando Ramírez Casas evoca la presencia del talentoso comunicador en la radio de su comarca:
Antonio Panesso Robledo (Pangloss), recién fallecido a los 93 años de edad, era uno de Los Catedráticos del aire. Junto con sus compañeros Juan de Garganta, José de Recasens, Alonso Restrepo Moreno, José Ignacio González y Joaquín Pérez Villa, conformaba el equipo de "Los catedráticos informan", ¡Y bien pueda pregunte lo que quiera! Lo que estos señores no fueran capaces de resolver, no tenía solución. No estaría completa la nómina si no hubiera un nombre que brilla por su ausencia. No hizo parte del equipo, pero hubiera podido hacerlo si su tarea en El Espectador no hubiera aparecido hasta años después: Don Manuel Drezner.
Semblanza del Tío. En homenaje a su tío, el escritor Jaime Jaramillo Panesso acaba de publicar una bella semblanza a la que pertenecen estos apartes:
Antonio Panesso Robledo ha muerto. Su vida culminó a los 93 años. Extinguida la luz de sus ojos, “El Negro” convirtió la ceguera en los oídos que mejor captaron la luz sinfónica de la música coral hecha con las palabras rituales del adiós. A esta hora de su historia es un ángel “negro” que no tiene cielo ni infierno, sino la tierra digna de su inteligencia para la cual vivió y escribió.
Hace tantos años que nació y otros tantos que abandonó la vida pública. Antonio es solo un recuerdo en el complejo mundo del periodismo. Hoy quiero recordarlo porque fue mi tío admirado, una especie de proa de la familia que abrió el camino y ahuyentó los espantos, esos que dizque aparecían en los recodos del camino y en los hospedajes que bordeaban la larga ruta de los emigrantes, igual a muchos otros que salieron de Sonsón en búsqueda de un mejor nivel de vida, atraídos por las luces de la ciudad. Las mulas aparcaban en tiendas y fondas donde cantaban bambucos y pasillos en las noches de arrieros y migrantes. De esas caravanas se nutrió Medellín para su desarrollo. El ebanista y carpintero Alejandro Panesso, cabeza de aquella familia sonsoneña, era maestro del cincel y la garlopa con que se hicieron los altares de la Iglesia del barrio Manrique de los religiosos carmelitas y otras más.
¡Paz en la tumba del doctor Pangloss!