El conflicto que ha padecido el país en los últimos 40 años ha involucrado a un número alarmante de menores de edad, cuyas secuelas solo han sido imborrables para un 10% de ellos.
Según el informe ‘Basta Ya’ del Centro de Memoria Histórica, entre 1985 y 2012, más de dos millones y medio de niños habían sido desplazados, 342 pisado una mina antipersona, 154 víctimas de desaparición forzada y más de 150 asesinados en confrontaciones armadas.
En el V Congreso Internacional de Pedagogía e Infancia que organiza la Universidad de La Sabana, entre el 25 y el 26 de septiembre, Nira Kaplansky, experta en trauma y resiliencia de niños víctimas del conflicto armado palestino-israelí, entre otros, viene al país, por primera vez, a presentar un informe que revela cómo se afectan los niños víctimas del conflicto y las estrategias que debe desarrollar el Gobierno colombiano para intervenir a esta población en la era del posconflicto.
Para Kaplansky, quien además ha trabajado como entrenadora en el manejo del post-trauma por culpa de la violencia en países como Sri Lanka, Nigeria, India y Sudáfrica, las reacciones que presentan los niños que han vivido de cerca la violencia en Colombia, son: retroceso en el proceso de aprendizaje, miedo a la soledad, susto por ruidos repentinos, incontinencia urinaria, llanto sin control, temor a bañarse y a vestirse, insomnio y falta de apetito.
Otras respuestas a este tipo de situaciones -explicadas en el informe que expondrá Kaplansky-, están relacionadas con pesadillas frecuentes, delirio de persecución, juegos traumáticos que incluyen muerte y amenaza, apatía, falta de concentración y agresividad extrema.
Cifras del documento también indican que entre el 85 y el 90% de los pequeños suelen sufrir una o dos de estas reacciones y entre el 10 y el 15% más de tres. “No obstante, si el conflicto se prolonga por más de ocho semanas, el número de niños con manifestaciones de este tipo se incrementa”, dice la experta.
El informe igualmente revela que si uno de los padres tiene reacciones o síntomas post-traumáticos como consecuencia de la violencia, la probabilidad de que sus hijos desarrollen paranoia, alucinaciones y alto grado de estrés es de un 80%, así el niño no haya vivido de cerca la realidad del conflicto. Por ejemplo, el caso de los menores que han sido desplazados por la violencia.
¿Se logran recuperar?
Según Kaplansky, los más pequeños están en la capacidad de reprimir más rápido que los adultos la presencia de traumas o miedos. Ellos, sostiene la investigadora, por su imaginación disminuyen la sensación de impotencia y amenaza.
“El 90% se recupera por sí mismo con el tiempo, siempre y cuando el conflicto se haya resuelto o pasado a planos diplomáticos. Solo el 10% queda con síntomas que necesitan intervención psicológica”, sostiene.
Generalmente, afirma Kaplansky, los niños que han sido afectados directamente por la violencia vuelven a su vida normal en dos, máximo tres meses. Si no reciben tratamiento pueden quedar con secuelas para toda su vida.
Si el conflicto persiste, se recomienda que los menores se alejen de la zona de peligro hasta la finalización de las hostilidades. Esto no siempre es posible, pero es lo ideal por su salud mental.
El informe afirma que en la mayoría de los casos de niños con síntomas post-traumáticos en zonas de conflicto, sus padres terminan afectándose y presentando las mismas reacciones que ellos.
Con relación a las dificultades que se presentan en su proceso de recuperación, la experta afirma que el problema más común se genera cuando el niño percibe la impotencia de sus padres ante la amenaza.
“Ellos sienten que sus padres son ‘todopoderosos’ durante su infancia, es una necesidad emocional, más aun en tiempos de amenaza externa. Si descubren antes de tiempo que sus acudientes no pueden proveerles seguridad física y si son testigos de su repentina vulnerabilidad, su confianza se quiebra”, explica.
Esta situación –añade- “suele traducirse en sensación de abandono, emoción que marcará la personalidad del niño”.
Intervención en el aula
Respecto a las didácticas socioafectivas que se pueden implementar durante el proceso de recuperación del niño en la etapa de posconflicto y que han sido reconocidas como casos de éxito en otros países, el estudio cita un par de recomendaciones que los profesores pueden aplicar en clase.
“Al regresar a la rutina, el docente debe liderar el diálogo sobre las experiencias de los niños, utilizando técnicas creativas y expresivas, que les permita procesar lo que han vivido y se deben acentuar todos los aspectos de la vida del menor que no han cambiado. Los conflictos terminan con grandes cambios (vivienda, familia o amigos). Es importante hacer énfasis en lo que NO ha cambiado, poniendo en evidencia que la vida continúa”, señala.
Agrega que se debe “darles herramientas de auto-regulación, como ejercicios de respiración, tensión y distensión muscular, meditación e imaginación guiada, para que puedan aprender a confiar en su propia capacidad de controlar la ansiedad”.
“Es fundamental que la escuela o el colegio no solo se enfoque en el niño, también se debe integrar a los padres en el proceso de su recuperación. Tratar a un menor con síntomas de post-trauma que se siga relacionando con padres en estado de estrés y extrema ansiedad no va a resultar eficiente para el trabajo”, dice.
Responsabilidad del Estado
Según el informe, lo primero que debe hacer el Gobierno es garantizar a las familias afectadas una entrada económica, un lugar seguro y limpio dónde vivir -temporal o permanentemente- y un trabajo digno.
En segundo lugar es fundamental que la comunidad reciba del Estado un trato de protección, aliento y restitución, por medio de acciones inmediatas y planes adecuados.
Tercero, el Gobierno tiene que brindar a los afectados servicios de salud mental y bienestar social. Las personas encargadas de realizar esta intervención deben estar entrenadas en manejo de trauma y estrés. Estos conocimientos son clave para la óptima utilización de recursos gubernamentales de máximo costo-efecto.
Cuarto, el Estado debe preparar y hacer los ajustes necesarios al sistema educativo para reabsorber a los niños y reacostumbrarlos a la rutina de aprendizaje. Los profesores tienen que contar con conocimientos básicos sobre las secuelas del estrés que genera el conflicto para poder apoyar e identificar a los menores y a sus familias.