El padre jesuita José Gumilla, en 1730, fue el primero que introdujo el café en los Llanos Orientales. En su famosa obra “El Orinoco ilustrado”, cuenta cómo aprovechó “el café, fruto tan apreciable, yo mismo hice la prueba, le sembré y creció”. Los memoriosos trasmiten también que el padre Francisco Romero, párroco de Salazar de las Palmas (Norte de Santander), ponía como penitencia a sus feligreses, en 1834, la obligación de sembrar matas de café a cambio del perdón por sus pecados. Era un cultivo que por entonces estaba avanzando en Venezuela.
Mariano Ospina Rodríguez, nativo de Guasca (Cundinamarca), se trasladó a Antioquia para salvar su vida por estar entre los conjurados de la ‘noche septembrina’ en la que se atentó contra el Libertador Simón Bolívar. Terminó casado y viviendo en esa región que, por entonces, era muy aislada. Años más tarde, detenido en Cartagena por el general Tomás Cipriano de Mosquera, quien le declaró la guerra al gobierno central, consiguió evadirse de la prisión y viajar a Guatemala, país donde vivió por largos años y se destacó como empresario, hacendado cafetero y figura notable de la clase dirigente. Todo ello hasta que retornó a Colombia y, en 1880, promovió, con el ejemplo y pequeñas cartillas, el cultivo del café en Antioquia, tras aclimatar la planta a esa altura sobre el nivel del mar. Ospina solicitó y obtuvo con sus cuñados, los Vásquez, la concesión para construir una parte del ferrocarril de Antioquia y así abaratar los fletes de transporte del grano. Por eso, en 1888, se producían 5.208 bultos de café en Antioquia, cifra que con la entusiasta promoción de Ospina y el estímulo del ferrocarril pasó a 60.419 sacos en veinte años.
Pero es con la creación de la Federación de Cafeteros, en 1927, hace ya 90 años, se expandió en forma sustancial el cultivo de café, sobre todo cuando en Estados Unidos y Europa se extendió su consumo a diversos estratos sociales. La expansión de los sembradíos en Colombia tuvo mucho que ver con la colonización del país, en particular por cuenta de los antioqueños y santandereanos que con sus familias se movilizaban por zonas aledañas, creando nuevas poblaciones y cultivando café…
Circunstancia particular fue que el grano se sembró desde sus inicios con miras a la exportación, a diferencia de la creación de otras industrias en Antioquia y áreas circundantes, en donde se procuraba competir en los mercados del interior cundiboyacense. Por entonces Pedro A. López se convirtió en uno de los más poderosos exportadores del grano, hasta que su banco quebró en tiempos del gobierno del general Pedro Nel Ospina Vásquez.
Todo este recorrido histórico permite comprender por qué la Federación de Cafeteros, que con tanto empeño contribuyó a fortalecer y expandir Mariano Ospina Pérez, es prueba fehaciente de que la intervención del Estado para impulsar el sector privado puede ser altamente positiva, sobre todo en un país que se debatía entre el librecambio y el proteccionismo, fórmula esta última que en su tiempo había sido defendido por el estadista Rafael Núñez. Incluso Ospina fomentó un pequeño impuesto a la exportación de café que se convirtió en un recurso providencial para estimular esta actividad agrícola.
El aumento de los cultivos, así como de la mano de obra dedicada a sembrar y recoger cosechas, llevó con el paso de las décadas a que Colombia, en cierta forma, se erigiera como un país monoproductor. Los ingresos de divisas derivadas del grano estuvieron por mucho tiempo marcados por la entrada en vigencia del pacto o sistema de cuotas con Estados Unidos. Y así poco a poco el influjo de los cafeteros se hizo determinante en nuestro medio, a tal punto que el alza o caída del precio del grano afectaba sustancialmente las finanzas nacionales.
Los ingresos de este renglón económico, del cual hoy por hoy dependen más de medio millón de cultivadores, financiaron, incluso, diversas entidades estatales y hasta la creación de la Caja Agraria. La Federación fue el motor del mejoramiento económico y social del campesinado, como ejemplo de inversión focalizada. Muchos de sus gerentes marcaron época tanto a nivel interno como en el mercado del grano a nivel global.
Nueve décadas después de fundada la Federación, el aporte del sector cafetero a la economía nacional es incuantificable. Tras la caída del pacto de cuotas, en 1989, uno de los retos consistió en adecuarse a un nuevo mercado y aprovechar los cuantiosos ingresos para incursionar en la industrialización y la mejora de la calidad ante una oferta creciente y competitiva. No fue un proceso fácil, pero es claro que la experticia del gremio y el apoyo sucesivo de los gobiernos permitió a los cultivadores sobrevivir a las contingencias de un mercado con sucesivos altibajos. Hoy los cafeteros son un renglón agroindustrial muy poderoso y su aporte al progreso del país ha marcado la historia nacional.
Síganos en nuestras redes sociales:
Periódico El Nuevo Siglo en Linkedin