Por: Pablo Uribe Ruan
Enviado especial EL NUEVO SIGLO
Belo Horizonte
Ni las versiones de Fernando Santos, técnico de Grecia, ni las lesiones, ni las protestas, y ni siquiera el peso de los 16 años sin asistir al Mundial, pudieron derrumbar a un equipo que tenía sed de victoria en su estreno. Los guerreros no eran los griegos, eran los colombianos. Las caras de los 11 titulares mostraban orgullo, pasión y un deseo de triunfo que sirviera para que de una vez por todas esta Selección demostrara que está para grandes cosas.
Dicen que cuando un hijo vuelve a casa después de una larga ausencia, asume los retos con valentía, porque que ya adquirió la suficiente madurez para sortear los obstáculos que se la presentan. La Selección Colombia representa ese hijo independiente y lleno de experiencias: volvió al Mundial con goleada, sin miedo escénico, dejando claro por qué la catalogan como la favorita del Grupo C.
La primera cita del camino mundialista fue en un Mineirao que estaba pintado de amarillo; parecía una postal de Barranquilla. Eran 40.000 voces que compaginaban con los jugadores cantando al unísono el himno nacional. Eran tantas las ganas de cantar, de decir de nuevo presentes, que el himno lo cortaron cuando iba por la mitad y aun así la gente continuó cantando más duro. Sí, ese era el ambiente previo al partido, por fin estábamos de vuelta.
Mark Geiger dio el pitazo inicial y algunos, confundidos, mirábamos la disposición táctica del equipo. ¿Quién era ese número 14 que estaba jugando de volante por izquierda? ¿No se suponía que allí iba arrancar James? Pues no. Pekerman mandó a la cancha a Ibarbo por encima de todos los pronósticos que lo daban en el banco. Acertó. Las proyecciones de Ibarbo y Cuadrado fueron fundamentales para derrocar ese muro que Grecia quería plantar, pero que gracias a la agresividad del ataque colombiano tuvo un decaimiento paulatino hasta que se echó a perder cuando James metió el tercero.
Pekerman nos siguió dando sorpresas. Todos creíamos que Zúñiga estaba en un bajo nivel que no le permitía debutar en el Mundial y que en su reemplazo iba a jugar Arias. Mentiras. Zúñiga jugó como lo conocíamos: gambeteando, proyectándose y siendo un atacante más por derecha. Qué partidazo el que se jugó. Al igual que el de Armero que no se cansó de correr esa banda izquierda, a tal punto que marcó el primero gol de Colombia.
Como se sabe en el fútbol para que un equipo sea exitoso se debe empezar por la parte de atrás, y así, ante esa verdad irrefutable, Pekerman basó su equipo en la solidez defensiva que la daban Yepes y a Zapata, quienes jugaron un partido perfecto, sin errores y con una jerarquía que le permitió al equipo llenarse de actitud. Pero no sólo ellos, pues Ospina, como nos tiene acostumbrados, atajó dos pelotas de gol clave que hubieran cambiado la historia del partido. ¡Qué arquerazo!
Y arriba, sí, el de siempre marcó su gol, quién más, pues Teo. Con el hombro, con el torso, o con la parte del cuerpo que sea –esta vez fue con el pie- , siempre las mete. Por eso es el titular, por eso se gana los aplausos de todos nosotros, porque siempre hace goles con la Selección y se ha convertido en una garantía de gol.
Qué más pedir para semejante vuelta. Cada línea del equipo jugó un excelente partido, los jugadores actuaron con jerarquía y el estadio estaba repleto de colombianos acompañando a la Selección. Una mezcla perfecta para una tarde de gloria.
Esta es la Colombia que juega a lo grande y que ya dio su primera señal de que su favoritismo no es mera casualidad, sino el producto de diversos factores que permiten decir que esta selección tiene algo… Un algo que la puede llevar a dar la sorpresa. Pero no, a seguir como vamos: sin inflar el pecho y manteniendo la mirada al frente, pero sin subirla.