La hora del Congreso | El Nuevo Siglo
Miércoles, 14 de Febrero de 2024

*Un desafío multifacético

*Tiempo de los verdaderos demócratas

 

El país estrena este viernes un Congreso que, después de decenas de intentos fallidos, anticipó en un mes las dilatadas vacaciones de fin de año. Pero lo que no se tenía previsto era que ese ajuste funcional fuera a iniciarse justo ante un gobierno que hace agua y se muestra exasperado. Es decir, un régimen en exceso irritable y por demás deficiente en varios frentes.

No es para nada despreciable, pues, el desafío de la tarea parlamentaria en semejante panorama, quizás inédito. Algo así como lo que el ex presidente Carlos Lleras Restrepo denominó, en su momento, un país “descuadernado”. Porque hoy persiste, por igual o mucho peor, una sensación de caos que seguramente algunos no dejarían de llamar crisis. Pero que más bien obedece a factores surgidos, en la gran mayoría de los casos, de un gobierno que sumerge las políticas públicas en su espíritu conflictivo, que en la misma medida lo constriñe y asalta.

En consecuencia, es fácil deducir por qué el gobierno se mueve en un ámbito denso, que tiende al gatuperio, la quejumbre y melancolía, en vez de desentrañar una dinámica sensata, favorable a sus mismos propósitos. Lo cual además lo impele a una especie de victimismo constante. En suma, a evadirse, a través de lucubraciones contraevidentes; a transferir la propia biga en el supuesto ojo ajeno; a administrar con zozobra, desentendido de rigor normativo; y a refugiarse en una actitud temeraria, lejos de medir daños ni secuelas. Que por supuesto no importan si se entienden los resortes de aquella conducta habitual y acaso congénita, pero que a todas luces resulta lesiva de la democracia y dignidad colombianas.

Frente a este descuaderne, el Parlamento, entonces, no puede actuar tan solo como un hacedor de leyes o un mero controlador político al detal. Se requiere el uso de sus facultades a plenitud, desprovistas de la coyunda oficialista y embadurne clientelista.

Desde luego, sobre el tapete se encuentran mociones de censura tan obvias como la de la ministra del Deporte, tras la desidia frente a los Juegos Panamericanos y el doloroso hazmerreir continental. Sin embargo, a más de cumplir con las anteriores atribuciones y deberes, incluso ante tantos aspectos similares, de hecho a semejanza de la prosaica aproximación que el ministro del área ha demostrado de vocero de la reforma a la salud, o actuaciones o manifestaciones insólitas en otros despachos, es natural que el Congreso aboque el delicado cuadro general que presenta la nación de modo autónomo y exacto.

En principio, claro está, no estaría en lo absoluto de sobra iniciar las sesiones con una enfática declaración, por parte de las fuerzas institucionalistas, de irrestricto respaldo a la rama judicial y la Corte Suprema. Las circunstancias lo ameritan, después del asedio y pretensiones violentas de que fueron víctimas los magistrados de las altas corporaciones, en el Palacio de Justicia, la semana pasada, luego de la avalancha de trinos de la Casa de Nariño y a satisfacción de sus turiferarios. Y que tuvieron particular destino sobre el máximo tribunal de la jurisdicción ordinaria en el proceso corriente y pausado de designar Fiscal. Que, por demás, el Ejecutivo ha pretendido sospechosamente volver un incordio, haciendo gala de presiones y del “yo no fui”, como quien tira la piedra y esconde la mano, e imponiendo plazos taxativos inexistentes. Inclusive anticipando innecesariamente la presentación de la terna, en un velado mensaje a Bolívar para que lo entienda Santander (léase de padre a hijo).

Mal haría, pues, el Legislativo dejar correr la infamante y falaz especie de una “ruptura institucional”, cuando, por el contrario, lo que desde hace tiempo se anhela en los balcones y señales palaciegas, con la distorsión de la protesta social y movilización ciudadana, es hacer la transferencia sicológica de lo que en realidad se deja entrever por más camuflaje: la fractura ejecutiva autocrática. Pero como decía “el Cofrade”, Alfonso Palacios Rudas, nadie come cuento. Menos los congresistas que, como los asediados magistrados, son parte esencial del poder público.

De otro lado, toca al Congreso discutir las reformas con base en la concertación a la que, con terquedad y obcecación estatista, el gobierno se ha negado, pero que en su independencia legislativa puede por enésima vez reiterar. Y también advertir sobre la erosión de sus facultades con decretos tan inverosímiles y dudosos como el de la liquidación del presupuesto, entre otras perlas. De suyo, cortes y Consejo de Estado como Procuraduría, Defensoría y Contraloría ya se advierten desbordados en tantos flancos por recomponer.

En medio de una economía en cuidados intensivos, salvo por la mira gubernamental, y el orden público cada vez más desfalleciente ante la inseguridad nacional rampante así como una política de paz ininteligible, el Congreso inicia sus sesiones en este febrero bisiesto. Por primera vez en la historia y, sin duda, en un escenario también histórico por lo que exige y demanda de los verdaderos demócratas.