Tragedia y miopías del calentamiento global | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 10 de Diciembre de 2017
Giovanni Reyes
Nuestros patrones de vida hacen que la Tierra sea ya incapaz de regenerar un 30 por ciento, una tercera parte, de lo que cada año consumimos.

________

DEL 6 al 17 de noviembre pasado, se llevó a cabo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP23); el evento se realizó en la ciudad alemana de Bonn.  Se tuvo la participación de unos 25,000 delegados, incluyendo representantes de casi 200 territorios y países, organizaciones no gubernamentales y periodistas.  Los temas que dominaron la reunión fueron dos.

Un primer punto ha sido la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París (COP21).  Se trata de una acción que ha contado con el liderazgo errático -por decir lo menos- de Donald Trump.  El mandatario pareciera que no se percata de la evidencia científica y los hechos que están hablando casi a diario, sobre las repercusiones del calentamiento global.  Por ejemplo, casi cinco ciclones actuando casi simultáneamente en el Caribe durante el verano y entrada del otoño de 2017: Harvey, María, Irma, Katia y José. 

Uno se pregunta qué más puede ocurrir, cuando todos los registros indican una mayor actividad a partir de la elevación de temperatura en el planeta.  Este 2017 ha sido el año de más ciclones desde el record anterior que se tenía de 2005.  Pero bueno, al parecer y desafortunadamente, la razón le va favoreciendo al autor de “El Nombre de la Rosa” (1980) Humberto Eco.  Parafraseando el título de su último libro, publicado póstumamente, diríamos que hemos pasado de la “estupidez a la locura”.

Un segundo punto que dominó el evento mundial fue precisamente ese al que se referían los ejemplos anteriores: fenómenos asociados al calentamiento global, con toda la carga trágica que están dejando en varias latitudes del mundo.  Para abundar un poco más en las ilustraciones: el archipiélago de Fiji, situado al oriente de Nueva Caledonia, al nor-oriente de Australia, al norte de Nueva Zelanda, es un grupo de islas amenazadas con desaparecer del mapa, literalmente, debido al ascenso del nivel del mar. 

A eso se agrega que este “supervulnerable” conjunto de islas tuvo que soportar el embate del más devastador ciclón de su historia hace tan solo unos meses.  Bueno, debido a esas calamidades fue que delegados de ese archipiélago presidieran el COP23.  Algo de simbolismo y de drama puede ayudar quizá, cuando insistimos en no ver los efectos nuestros de cada día. Lo último que perdemos es la esperanza.

Es menester, en todo caso, estar conscientes que el calentamiento global tiene como factor fundamental la propia actividad humana.  Allí está la producción de gases de efecto invernadero, la tala de los bosques, la masiva producción que genera basura contaminante de mares, océanos y la propia tierra, allí está el abuso y el efecto acumulado de plaguicidas y en un sentido más amplio, de agroquímicos.

Con base en los patrones de consumo, para vivir todos como estadounidenses, deberíamos tener tres planetas como el que habitamos. Si consumiéramos menos, como los europeos, requeriríamos de dos tierras. Tenemos un solo y pequeño planeta que para llegar al centro de la Vía Láctea, nuestra galaxia necesitaría 27,700 años viajando a la velocidad de la luz.  Evidentemente es un planeta pequeño.

Cada vez más gente y menos recursos

Nuestros patrones de vida hacen que la Tierra sea ya incapaz de regenerar un 30 por ciento, una tercera parte, de lo que cada año consumimos.  A esto se agrega que no detenemos el crecimiento de la población – que los recursos están inequitativamente distribuidos para la producción.  Somos ya casi 7,500 millones de habitantes, para el 2050, si no antes, seremos 9,000 millones.  Es evidente que esto complica el problema.  Cada vez tardamos menos en agregar mil millones de habitantes más a la población mundial.  El primer millardo de población requirió llegar hasta el año 1804 aproximadamente.

Tal y como lo reportó Le Monde, en la reunión de Bonn se reiteró la mención de la “metáfora pascua”, la que se refiere al desastre que tuvo lugar en la Isla de Pascua o Rapa Nui en Oceanía, territorio actualmente bajo la soberanía de Chile. 

A esas tierras llegaron expedicionarios de polinesia –conocidos luego como rapanuis- allá por los años entre 800 y 1200 D.C. Arribaron allí y quedaron aislados del mundo.  Esta Isla de Pascua es pequeña, de unos 160 kilómetros cuadrados, lo que ocurrió allí al parecer es un notable y ejemplar experimento.  La isla originalmente se reporta como recubierta de vegetación.  Sus ríos no tenían contaminación sino peces, había poblaciones de moluscos y aves migratorias.  Se contaba con un ecosistema fértil, con pleno poder de resiliencia, capaz de llevar a cabo una regeneración constante, de mantener su equilibrio dinámico.

Durante varias décadas los rapanui se multiplicaron y desarrollaron una civilización que luego fue identificada como Moai.  Las pruebas de sus logros nos causan asombro.  No obstante, sus patrones de vida no incluyeron prácticas de sustentabilidad ecológica.  Se explotaron excesivamente los recursos y sistemas naturales de la isla, a tal punto que los mismos no lograron regeneración. 

El desenlace lo describe Le Monde en estos términos: “El resultado fue que en poco tiempo, no quedaba un árbol en la isla, ni un pez en sus mares, ni un molusco en sus costas, ni un ave en sus nidos.  Cuando el escritor francés Pierre Loti visitó la isla en 1872, sólo quedaban unos cientos de habitantes, un pueblo de fantasmas, desnudos, esqueléticos y hambrientos; los últimos vestigios de una raza misteriosa”.

¿Qué necesitamos? Como todo en la vida: voluntad, perseverancia.  Sí, una voluntad política a toda prueba, donde la ignorancia enciclopédica de que hace gala Trump y que le hace ser el peor presidente en Washington, no coloque más, nuestra sobrevivencia en vilo, caminando en el alambre.  Se requiere que las sociedades civiles puedan sobreponerse a la miopía, negligencia, ineptitud o abierta corrupción de gobernantes e instituciones.  Se requiere de una acción tan eficaz, como notable y persistente.

Pero no se engañe. Hay poderosos intereses que desembocan en que no nos demos cuenta, en nos mantengamos en estado de alienación permanente. Allí están las evidencias. Debemos verlas a la manera en que continuamente se nos presentan evitando factores de ceguera: estamos conectados con todo, todo el tiempo, excepto con nosotros mismos; nuestra comunicación es ahora con emoticones –increíble, luego de casi 6,000 años volvemos a la escritura cuneiforme de los sumerios o a los jeroglíficos de los egipcios-, tendemos a la utilización de menos palabras, se nos empobrece el pensamiento. 

Una sociedad que destruye irreversiblemente sus recursos, especialmente los sistemas naturales renovables, es una sociedad que se suicida a pausas.  Sí, a pausas, lentamente, pero suicidio al fin y al cabo.

Esperemos que las evidencias nos hagan actuar. Además del calentamiento del planeta y los fenómenos meteorológicos señalados, allí está el ascenso de los mares, la acidificación de los océanos, las crecientes concentraciones de bióxido de carbono, la reducción del hielo de la Antártida.  Pare de contar.  Debemos estar alerta.  No hay peor ciego que quien no desea ver.-r

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.

 

Síganos en nuestras redes sociales:

elnuevosiglo en Instagram

@Elnuevosiglo en Twitter

El Nuevo Siglo en Facebook