La compleja visita del papa Francisco a Myanmar | El Nuevo Siglo
Foto Archivo
Lunes, 27 de Noviembre de 2017
Pablo Uribe Ruan
Es la primera vez que un Papa llega a este país del sureste asiático. Pero el viaje no se da en el mejor momento. Con 670.000 desplazados de origen Rohingya, el sumo pontífice está en una nación de mayoría budista, con sólo 1% de católicos y gobernada por militares que persiguen a las minorías

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 “HABLAR de limpieza étnica sólo para los Rohingya no es justo. Es algo que hemos sufrido todas las minorías”,  le dice a El Mundo (España),  Hay son Thako, un miembro del Comité de Refugiados Karen.  Sin dejar a un lado lo que está pasando con los Rohingyas, Thako se refiere a la crisis humanitaria por la que pasan centenares de minorías étnicas en Myanmar (sureste de Asia), donde ayer aterrizó el papa Francisco, en una visita pastoral, que inevitablemente tiene un trasfondo político.

Los vaticanólogos han calificado esta visita como la “más difícil de su pontificado”. No es para menos. Con sólo 1% de católicos, Francisco llega al país  con más budistas en el mundo que, sin embargo, es gobernado por una junta militar nacionalista y genocida, según Naciones Unidas (ONU).

En su primer día, el Papa, aclamado por pocos -en un país de más de 52 millones de personas- aterrizó en Yangón, antigua capital, y luego se reunió con el general Min. Aung Hlaing, para una reunión “protocolaria”, de acuerdo a los reportes del Vaticano y el gobierno local.

La peor crisis humanitaria de 2017, pese a los reiterativos comunicados del Vaticano para reiterar que es una visita “pastoral”, ha estado de primeras en la agenda. Más de 670.000 Rohingyas han tenido que huir a Bangladés, perseguidos por un régimen nacionalista.

“Es inteligente conocer primero al comandante en jefe, porque es muy importante y la principal persona para resolver este desafío que enfrenta nuestro país”, le dijo a The New York Times el Dr. Yan Myo Thein, un analista político en Yangon.

El Papa lo tiene claro, por eso se reunió con Hlaing ayer. Por cerca de 15 minutos, después de intercambiar regalos, y hablar de varios temas, sin permitir el ingreso de la prensa, se reunieron. Tras el encuentro, el mandatario de Myanmar fijó su posición en Facebook: “en Myanmar no hay discriminación religiosa en absoluto, de hecho hay libertad de religión. Y el objetivo de cada soldado es construir la paz en un país estable”.

El mensaje es tan complejo como la visita que, hasta el jueves, tendrá Francisco en Myanmar, donde fue invitado meses antes, cuando la situación política y social era otra. Antes de que explotara la crisis de los Rohingyas, el país era visto como el futuro de la democracia en el sureste asiático, tras la elección de Sang Suu Kyi, la premio nobel de Paz 2015, encargada de invitarlo.

Ni el Vaticano, ni la ONU, menos Francisco, pudieron anticiparse a la crisis. La santa sede tenía todo listo para visitar el sureste asiático, en un viaje preliminar para una eventual visita a China en 2018, que marcará su pontificado. Luego de conocerse la crisis, no se canceló la cita y el Papa asumió este reto con la serenidad y benevolencia que lo caracterizan. En el avión, “se reía, se tomó fotos”, reportó El País (España).

 

Equilibrio

Sencillo y cauteloso, el Papa tendrá que ser cuidadoso con lo que dice. Ante un gobierno nacionalista, que no es afecto a las minorías, la comunidad católica -1% de la población- puede salir perjudicada, si despierta alguna molestia en la dictadura militar.

En Myanmar, dice el enviado especial de The New York Times, el papa “buscará un equilibrio cuidadoso al mantener su autoridad moral sin poner en peligro a su pequeño rebaño local”.

Pero Francisco no sólo será un misionero católico -como él mismo se califica-, sino que intentará, en esta oportunidad, llevarle a una comunidad budista, oriental y alejada del catolicismo un mensaje de paz.

La mejor manera para hacerlo, recomienda las autoridades vaticanas, es que use el lenguaje oficial y no se refiera a los Rohingyas, termino que, al parecer, ya usó, si se tiene en cuenta la airada reacción del presidente Min. Aung Hlaing en redes sociales.

La antigua Birmania no es, como se piensa, un remanso de paz  budista. Un poderoso régimen militar gobierna desde hace más de 27 años, luego de un golpe militar en 1989, imponiendo un régimen totalitario que, hasta ahora, empieza abrirse a la democracia.

La principal promotora de este proceso democrático es Aung San Suu Kyi, la premio Nobel, quien ha luchado desde los noventas contra la dictadura, siendo una de sus víctimas. Tras ser elegida presidenta, el Parlamento, de mayoría oficialista, decidió darle el cargo de Consejera de Estado, una especie de presidencia protocolaria, limitando su ámbito de acción.

Desde que la crisis de los Rohingya explotó, Auung San Suu Kyi ha sido criticada por su silencio. Tanto organismos internacionales como grupos locales dicen que la laureada poco o nada ha hecho para impedir  lo que Estados Unidos y la ONU califican como “limpieza étnica”.

El Gobierno, sin embargo, niega toda clase de responsabilidad y dice que, como le han pedido a Francisco a la hora de referirse a ellos, los musulmanes del estado de Rihyanike han migrado hacia Bangladés. 

Pero no sólo se trata de los Rohingyas. En Myanmar, por nacionalismo, los militares persiguen a las minorías étnicas como la Shan, la Kechin, la Chin o los Karen, que también tienen un historial de violaciones y masacres cometidas por el régimen militar.

Unos 103.000 desplazados viven en la frontera entre Tailandia y Myanmar, según El Mundo. La mayoría de ellos han tenido que huir del país por razones étnicas o religiosas, ante la persecución reiterada de las autoridades locales.

En tres días, Francisco tendrá una de las visitas más complejas de su pontificado. Hablará, de un lado, con una sangrienta dictadura, y, del otro, enviará un mensaje evangelizador en un país donde el catolicismo casi no se practica. Un reto ideal para su perfil de pastor.

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