La obsesión de Shostakóvich y Nikolayeva | El Nuevo Siglo
Foto archivo
Domingo, 8 de Octubre de 2017
Antonio Espinosa*
En 1952, en Leningrado, el compositor ruso estrenó los 24 preludios y fugas, un bellísimo ejemplo de la simbiosis entre compositor e intérprete

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EN 1950 la ciudad de Leipzig organizó una gran celebración para conmemorar dos siglos de la muerte de Johann Sebastian Bach, quien desarrolló la mayor parte de su carrera como maestro de capilla en aquella ciudad. Entre las actividades de esta celebración se encontraba un concurso de interpretación pianística, cuyo jurado mayor era el compositor soviético Dmitri Shostakóvich. Una de las concursantes era su prodigiosa compatriota, Tatiana Nikolayeva, quien para ese entonces contaba con tan solo 26 años.

 

Entre las obras que los concursantes debían presentar para el concurso, se contaban un preludio y una fuga del Clave bien temperado, monumental obra para teclado del compositor alemán -Bach-, conformada por 24 preludios y 24 fugas. En vez de tener preparadas estas dos piezas, Nikolayeva tenía preparadas las 48, y se lo hizo saber al jurado pidiéndoles que escogieran ellos mismos la que prefiriesen oír. Para sorpresa de algunos, Nikolayeva se llevó el primer premio del concurso de piano, y desarrolló prontamente una fuerte amistad con Shostakóvich. Sólo un año después, concretamente el 10 de octubre de 1951, Shostakóvich comenzaría a trabajar en una obra inspirada en El clave bien temperado y pensada específicamente para ser tocada por Nikolayeva: su propia colección de preludios y fugas.

 

El clave bien temperado es una de las obras más emblemáticas de J.S. Bach para el teclado. Diseñada para demostrar la versatilidad de las nuevas afinaciones “bien temperadas” para los instrumentos de teclado que comenzaban a popularizarse en la época, la obra está conformada por una serie de 24 preludios y 24 fugas, una para cada clave existente dentro del sistema tonal. El plan formal de Shostakóvich es idéntico, con lo cual resulta una obra constituida por 48 piezas. Aunque siga el plan formal de Bach al pie de la letra, la obra no por ello es un ejercicio en arcaísmos o reconstrucción estilística. Por el contrario, en ella Shostakóvich lleva a cabo algunas de las exploraciones armónicas más audaces de su carrera, y llena además de un peculiar e inconfundible carácter ruso las texturas y técnicas heredadas del barroco alemán.

 

“Shostakóvich, inspirado al ver a una joven pianista dar una interpretación de una de las obras cumbres de la música occidental, se sienta a componer una de las obras más hondas e íntimas de su extenso catálogo”

 

A pesar de su énfasis formal, los 24 preludios y fugas constituyen una obra dramática y emotiva, llena de altibajos y contrastes que crean un panorama emocional caleidoscópico. Shostakóvich logra convertir un ejercicio formal en una obra que da la sensación de ser un diario íntimo, capaz de emocionar, alegrar y conmover. La sensación de intimidad que transmite la obra tiene también mucho que ver con el hecho de que fuese escrita específicamente para Nikolayeva, a quien Shostakóvich conocía muy bien. Este conocimiento de la intérprete llena la obra de pequeños detalles repletos de personalidad y carácter, diseñados específicamente no sólo para una gran pianista, sino para una verdadera amiga del compositor.

 

El régimen de Stalin fue un período complicado para los artistas soviéticos, y para Shostakóvich particularmente. La relación entre el compositor y el régimen fue siempre tensa; los laudos y las amenazas se alternaban de manera impredecible a medida que Stalin y los miembros de su gabinete aprobaban o desaprobaban cada obra que el compositor publicaba, y la ya frágil salud mental del ansioso Shostakóvich se deterioraba rápidamente. Entre las acusaciones lanzadas en su contra se encontraba notoriamente la de “formalista.” El término buscaba designar obras y compositores cuyos intereses eran “puramente formales” y por ende burgueses, alejados de las realidades de la causa soviética y del ideal del llamado “realismo socialista.”

 

Shostakóvich logró eventualmente quedar en buenos términos con la oficialidad soviética gracias a su Quinta Sinfonía, y su estatus como compositor soviético oficial quedaría prácticamente establecido después de la Séptima, que el compositor dedicaría a la ciudad de Leningrado tras la defensa exitosa de la misma contra el ejército alemán. Diez años después, cuando Shostakóvich estrenó los 24 preludios y fugas en un concierto privado para la Unión de compositores soviéticos, se encontró con una fiera resistencia a la obra, tanto por su supuesto “formalismo” como por sus frecuentes disonancias. Después de esta recepción negativa, que le traía traumáticos recuerdos, le tomaría varios meses de insistencia a Tatiana Nikolayeva para que el nervioso compositor le permitiera estrenar la obra a ella.

 

El estreno se llevó a cabo en Leningrado, el 23 de diciembre de 1952, cuando ya la salud de Stalin estaba muy deteriorada y la intensidad de la censura artística en la Unión Soviética había disminuido considerablemente. Además ya para esta época la reputación de Shostakóvich lo mantenía a salvo; era una figura consagrada en el panteón de artistas soviéticos, y quizás el músico ruso de la época más reconocido y valorado en el exterior. Fue así que, a pesar de la fría recepción oficial de la obra, ésta no sufrió el destino de algunas de las obras anteriores de Shostakóvich y continuó siendo interpretada con relativa frecuencia en conciertos públicos por Nikolayeva, quien incluso llevó a cabo tres grabaciones distintas de la obra durante su carrera.

 

La obra tendría un impacto decisivo en el desarrollo artístico de la joven Nikolayeva, quien comenzaba apenas el proceso de crear su repertorio. J.S. Bach sería la figura esencial de éste, y en particular las inmensas y complejas colecciones para teclado: La ofrenda musical, Las variaciones Goldberg, El arte de la fuga y, por supuesto, El clave bien temperado. Este camino lleva la clara estampa de los 24 preludios y fugas, la primera obra que un compositor le dedicase; el hecho de ser dicho compositor nada más y nada menos que Dmitri Shostakóvich fue evidentemente una enorme fortuna para la joven pianista.

 

Los 24 preludios y fugas de Shostakóvich son un bellísimo ejemplo de la simbiosis entre compositor e intérprete, de la manera en la cual el uno incide sobre el otro en el complicado proceso de la creación musical. Shostakóvich, inspirado al ver a una joven pianista dar una magistral interpretación de una de las obras cumbres de la música occidental, se sienta a componer una de las obras más hondas e íntimas de su extenso catálogo. A su vez, la joven pianista, llena de orgullo y alegría al recibir dicha interpretación en sus manos, decide dedicar su vida a navegar por entre los cursos más ásperos y difíciles que ofrece su instrumento, sumergiéndose en las largas obras para teclado de J.S. Bach y creando inigualables grabaciones de las mismas. Su feliz encuentro nos ha legado a los melómanos espacios amplios de recogimiento,  de prístina e inigualable belleza.

*Músico de Berklee College of Music.

 

 

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