El triunfo alemán | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Septiembre de 2017
  • Merkel, fiel de la balanza
  • El freno a la ultraderecha

 

El conservatismo mundial ha quedado, por supuesto, ampliamente satisfecho con el triunfo de Ángela Merkel para un cuarto mandato histórico, en Alemania. De antemano se sabía que no obtendría, como casi nunca desde la Segunda Guerra Mundial, las mayorías absolutas. Pero la alianza demócrata-cristiana con los socialcristianos, cuya sólida unidad conforma el conservatismo teutón, ha vuelto a proporcionar la plataforma de orden, estabilidad y progreso para el pueblo alemán, con el 33 por ciento de la votación. Y sobre esa base es completamente dable una coalición con los liberales y los verdes para conseguir una mayoría definitiva, en caso de que los socialdemócratas dejen de lado, como lo han anunciado, la unión gubernativa de los últimos tiempos con los conservadores. El problema, en ese caso, no son tanto los conservadores, sino que los liberales y los verdes mantienen profundas discrepancias entre ellos, en particular en el modelo económico de desarrollo sostenible.

De otro lado, no es bueno, por supuesto, el crecimiento de la ultraderecha alemana hasta un trece por ciento, a nivel nacional, respaldo proveniente básicamente de la zona comunista que en su tiempo llevó el paradójico nombre de República Democrática Alemana, dominada por la Unión Soviética, ultraderechismo ahora convertido en la tercera fuerza, después del 21 por ciento de los socialdemócratas. No deja de ser una extravagancia, de alguna manera, que de comunistas pasen a ser ultraderechistas, con arcaicas ínfulas nacionalsocialistas, capturando millones de votos conservadores que se requieren de nuevo en el redil. Porque, en realidad, de ese trece por ciento los neonazis no alcanzan el dos por ciento. El resto son conservadores que aventuraron distorsivamente, a nuestro juicio, alguna voz de reproche al interior de la alianza conservadora pero que, como ha dicho la misma Merkel, no dejarán de ser escuchados sin que por ello se abandone el talante de solidaridad social, incluso con los inmigrantes, que es típico del conservatismo alemán desde las épocas de Konrad Adenauer, cuya figura todavía resplandece, fulgurante, en la política de la principal potencia europea luego de la segunda guerra.

En estos momentos no puede olvidarse, bajo ningún motivo, que el ascenso de Adolfo Hitler, en 1933, se dio cuando los demócratas, claramente asociados en los partidos del centro-católico mayoritario durante la República de Weimar, decidieron coaligarse malamente y en un error de cálculo extraordinario con el jefe del nacionalsocialismo (nazis). Ese primer gabinete solo tenía tres nazis, uno de ellos Hitler en la Cancillería, con varios conservadores en los otros despachos, convencidos estos de que aquel sería un gobierno efímero, manejable y de transición. La historia demostró cuán equivocados estaban, aceptando primero las facultades extraordinarias, llevando a pique la tambaleante democracia alemana, y luego manteniéndose algunos, como Von Papen, en un gobierno abiertamente autoritario y soportado en la persecución, la paranoia y el genocidio que llevó a la peor hecatombe universal de todos los tiempos. En esta oportunidad, ocho décadas después, el propósito es el mismo: erosionar la alianza demócrata cristiana y social cristiana, a fin de incorporar el autoritarismo, bajo los remanentes racistas, practicado contra los judíos (y ahora contra los inmigrantes), primero incipientemente y más tarde hasta la críptica y aterradora “solución final”. Habrá desde luego grandes y múltiples diferencias entre las dos épocas, comenzando ciertamente por la debacle económica suscitada por el vindicativo Tratado de Versalles y el crac de 1929, pero no deja de ser una advertencia histórica que de nuevo el nazismo asome sus orejas de modo tan abierto y riesgoso, contando ahora con toda la palanca política y monetaria que significa una bancada parlamentaria considerable en Alemania. Por fortuna, ante el lema ultraderechista pos elecciones de “cazar a Merkel”, congresistas elegidos por ese mismo grupo han declinado su curul como protesta indeclinable y automática.

Como es sabido, en buena parte de Occidente hoy gobiernan los partidos conservadores. La división de esta colectividad permitió el Brexit, en el Reino Unido, pero luego se hizo la unión sobre la base de respetar el resultado del plebiscito, en la actualidad con un gobierno de coalición firme. En Francia, anteayer el conservatismo ganó el Senado, contra Emmanuel Macron, en franco declive con solo un semestre de gobierno incierto. En España, los conservadores se consolidan en el gobierno sacando al país de la crisis económica.

 En Alemania, una vez ganado el cuarto mandato, el conservatismo tendrá que resolver sus problemas internos rápidamente. Por fortuna, en todo caso, existe una Ángela Merkel, la única garantía de sensatez y estabilidad. Y ese es un triunfo descomunal en estos momentos, cuando hace tan solo ocho meses las encuestas auguraban su derrota. 

 

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