A. Latina: de disfuncionalidad social a Estados Fallidos | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Agosto de 2017
Giovanni Reyes

Son altísimos los porcentajes de pobreza, de indigencia y de personas que deben sobrevivir en los intrincados laberintos de las economías informales.  

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Al momento de escribir estas líneas, los medios de comunicación social se incendian con la noticia de un nutrido tiroteo en el Hospital Roosevelt en Ciudad de Guatemala, uno de los principales hospitales de la ciudad.  Se habla de al menos 7 muertos y de un mínimo de 12 heridos.  Ha sido a plena luz del día, en uno de los principales hospitales de la capital guatemalteca. 

 

Por otra parte allí está la sangre derramada por más de 120 personas en las manifestaciones de Venezuela ante el militarismo dictatorial de Maduro.  Ni que decir de las endémicas condiciones de Haití, el único país del denominado Cuarto Mundo, esto es, países que viven prácticamente de la asistencia internacional.

 

¿A qué sale todo esto? A la realidad lacerante que en mayor o menor grado se presenta en muchos países latinoamericanos, en la que es la región de distribución más inequitativa de la riqueza y las oportunidades. Sí, es cierto.  Afortudamente no son todos.  Allí están los casos de Uruguay, Costa Rica, Trinidad y Tobago, y hasta cierto punto Panamá y Chile.  Sí, son los de mostrar, en donde se tienen condiciones de inclusión social que han permitido notablemente, ampliar las capacidades de las personas mediante la educación, y aumentar los oportunidades mediante el empleo y el emprendimiento.

 

Todo ello aunque los mercados internos sean relativamente pequeños –caso de Uruguay y Costa Rica, especialmente- pero demanda que puede satisfacerse y de esa manera evitar la muerte por hambre.  En particular niños que son muy vulnerables muriendo de hambre. Literal hambre y de enfermedades que vienen desde la Alta Edad Media (476 a 1095 D.C.).  Ciertamente estas tragedias que provoca la carencia de alimento, nos conmueve.  Ya sea que se trate del oriente indígena de Guatemala –en particular aunque no los únicos, los indígenas Chortís de esa zona- o de la Guajira en el nororiente colombiano, o bien son propias del crecimiento exponencial de la pobreza en Venezuela.

 

Existen países latinoamericanos que están pasando de la disfuncionalidad socio-política a bordear lo que significa ser declaradamente un Estado fallido.  Hay casos en los cuales es indiscutible el atraso o la urdimbre represiva –situación de Venezuela.  Son trágicas realidades cotidianas en donde parte de ellas también se cuentan a los desastres naturales –pero sobretodo sociales- y la carencia de un contexto legal y funcional, provocan la existencia de Estados fallidos; países con violencia endémica. 

 

Se hace evidente que las situaciones más ilustrativas se encuentran en Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala y Guyana; sin dejar de subestimar -en lo que es una cruel paradoja, dada la existencia de amplios recursos energéticos- el caso de Venezuela.

 

En esas naciones se tienen escandalosos grados de inequidad, en una región que de por sí es, lo repetimos, la más inequitativa del mundo.  Son altísimos los porcentajes de pobreza, de indigencia y de personas que deben sobrevivir en los intrincados laberintos de las economías informales. 

 

En esos países por lo general, grupos privilegiados no han demostrado, desde tiempos de la colonia española o francesa, estar interesados en el desarrollo o ampliación de los mercados internos.  Esos grupos evidentemente se interesan más en la inserción en los mercados internacionales a fin de poder ampliar los márgenes de rentabilidad y el poder monopólico de sus empresas. Pareciera ser que viven, con mucho, en función de las metrópolis mundiales y de espaldas a sus propias sociedades. 

 

Esa desvinculación y descuido de grupos de poder real de las condiciones internas, se constituye en un factor significativo que favorece el mantenimiento de los niveles de pobreza, de personas viviendo en marginalidades estructurales.  Las cifras de quienes no pueden satisfacer sus necesidades básicas llegan en algunos casos, incluso al 60 por ciento de la población –casos de Haití, Guatemala y Venezuela.

 

No es casualidad que muchos de los grupos sociales traten de buscar en otros lugares las oportunidades que sus propios países les niegan.  De allí, por ejemplo, las altas tasas de migración, en especial a Estados Unidos, el boom del negocio de drogas, y la consolidación de grupos al margen de la ley, con actividades delictivas relacionadas con el crimen común, el narcotráfico y la extorsión.  Estas situaciones, suelen ser en la actualidad, moneda de uso corriente en las sociedades especialmente centroamericanas, con la notable excepción de Costa Rica.

 

En la medida que no se abran oportunidades para las personas por la vía fundamental de los empleos productivos, ni que por otra parte se amplíen las capacidades de la gente –por medio de la educación y capacitación de calidad- las condicionantes negativas tenderán a reproducirse en lo social. 

 

Esta situación hace que especialmente los estados que están en riesgo de ser estados fallidos, se encuentren atrapados en un círculo vicioso de sub-desarrollo.  Fenómeno que fue estudiado por el economista sueco Gunnar Myrdal (1898-1987) y que le valió el Premio Nobel de Economía en 1974. 

 

Salir de este estado de cosas pasa por hacer un notable esfuerzo en función de: (i) establecimiento de factores de desarrollo del país; (ii) logro de legitimidad concreta de las instituciones; y (iii) mecanismos que se dirijan con eficacia al logro de inclusión social.  Los factores de competitividad o desarrollo, concentran los otros componentes mencionados de manera más específica.  Esos factores apuntan a la generación de mayores oportunidades y capacitación del capital humano y a promover crecimientos económicos que van más allá de la mejora de las cifras macro de un país.

 

Los componentes que favorecen la inserción de una sociedad en mecanismos virtuosos de desarrollo, son, fundamentalmente: (i) estabilidad política; (ii) educación o formación del capital humano; (iii) estabilidad macroeconómica; (iv) infraestructura física; (v) cultura; y (vi) estado de derecho y eficiencia funcional de instituciones.  Una de las claves estratégicas, reside en las instituciones.  En la medida que las mismas propicien la inclusión social, el “social leverage” o apalancamiento para grupos menos favorecidos, se posibilitará que disminuyan los niveles de pobreza y subsistencia en que viven grandes conglomerados sociales. 

 

Lo deseable son condiciones de vida que desemboquen permanentemente en el desarrollo, en la mejora de la condición de vida.  De nuevo, la educación y el empleo productivo, el emprendimiento y la generación de valores agregados en las exportaciones, en menor dependencia de los países con más desarrollo, incluyendo en esto, la utilización racional, sostenida de los recursos y sistemas naturales, como centro pragmático de las aspiraciones.

 

(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Universidad del Rosario.

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