Trump y el G-7: riesgos y agravios | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Sábado, 16 de Junio de 2018
Giovanni Reyes

El problema de fondo es ahora la tensión de las relaciones entre representantes de las naciones más industrializadas.  En tal sentido, la audacia de Trump es de epopeya, el detrimento de los estándares personales le hace perder rápidamente el rumbo de los procesos.  Lo último: su sórdida lucha contra los líderes mundiales en la reunión del G-7 en Canadá, finalizada el pasado 9 de junio. Se trata de la representación máxima de Estados Unidos, contra el mundo, contra los representantes del grupo de naciones más desarrolladas. Algo que inevitablemente está haciendo ruido en el comercio mundial.

Inicialmente lo que sobresale es el actual Washington y sus condiciones paupérrimas en múltiples sentidos.  Es de allí que se origina la guerra comercial imponiendo aranceles de hasta 25 por ciento a la importación de acero y aluminio. Según cánones internacionales, se trata de algo ilegal.  Por menos de eso se ha sancionado a países -obviamente pequeños y pobres- en la Organización Mundial de Comercio (OMC).  Pero entonces, ante la gravedad del error cometido por Trump, este mandatario trata de refugiarse tratando de arañar el único resquicio posible: indicar que los aranceles se colocan por seguridad nacional.

Esta invocación es tildada de ridícula por los jefes de gobierno de Francia y de Canadá.  Países que gracias a Dios y a que los votantes son diferentes de los de Estados Unidos, mantienen cierto grado de coherencia en sus instituciones. La posición de Washington es chocarrera porque, como razón fundamental, la importación de acero y aluminio en su industria bélica constituye tan sólo un 3 por ciento de las importaciones.  Óigase bien 3 por ciento; nada estratégico, ni notable ni significativo.

¿Qué pasaría si México, Argentina o Brasil procediesen como lo hace Washington ahora -una capital también víctima de la actual administración-?  El resultado sería Troya.  No tendríamos que esperar demasiado para el desgarre de las vestiduras por parte de los “representantes” políticos en la capital estadounidense.  De nuevo, los países desarrollados por lo general no compiten donde pierden. ¿Dónde quedan las “leyes” del mercado que les fascina invocar a los populistas de modelos depurados?

Ante los aranceles de Trump, los dirigentes de los otros países industrializados indican que actuarán en consecuencia, que recíprocamente impondrán -como era de esperarse- aranceles contra importaciones que realizan de Estados Unidos.  Sin embargo, piden que los asuntos se diriman de manera racional, con un mínimo de decencia en la Cumbre del G-7 de Canadá. Es pedirle demasiado a Trump, éste llega a la cita somatando las pistolas sobre la mesa. Y por supuesto que con ello incendia los debates.

Como normalmente ocurre, las salidas de fuerza contrastan con argumentos constructivos.  Y luego de dejar la cumbre tirando la puerta, acusa al Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, de traición, de haberle “dado una puñalada por la espalda”.  La intoxicación del sesgo “informativo” de la cadena Fox News llega, en el delirio, a reiterar la declaración de partidarios de Trump: “Dios debe tener un lugar en el infierno para quienes contradigan a Estados Unidos”.

En verdad es de ver y oír todo esto, para creerlo.  En el cenit del paroxismo, en verdad la dirigencia en Washington se ha creído que lo que vale es la presentación de los hechos, no la substancia de los mismos.  Para ellos son las formas las que cuentan, dado que la gente, así como estamos, bombardeados de datos a toda hora, no somos capaces de procesar nada, y por tanto no consolidamos conocimiento alguno.

De allí que una mentira que se repita multiplicidad de veces, algo deja.  Se trata de métodos de propaganda, ya manejados con eficacia comprobada, por Joseph Goebbels (1897-1945) jefe del Ministerio del Reich nazi para la Ilustración Pública.  Se trataba de machacar “valores” que cohesionan a un grupo, atribuyendo responsabilidades y culpas a enemigos ya sea internos o externos.  De allí el “supremacismo blanco” que trata de exaltar el obscurantismo de Trump y sus seguidores.

Por supuesto que la actitud se va decantando en que es más fácil y cómodo creer que pensar.  Es el mensaje directo, prepotente, arrogante, el anuncio de cómo las formas tratan de substituir los contenidos.  Es lo incendiario que se arraiga en lo emotivo.  Simple, directo, como la compra de papas fritas en las máquinas dispensadoras.  Nada que pensar, todo para creer y sentir.  Se sueltan los monstruos y ya nadie protesta por hechos tan genuinamente barbáricos como cotidianos.  

Un ejemplo reciente, entre lo que no se debe olvidar: el 23 de mayo pasado, un agente de Estados Unidos, mató de un balazo en la cabeza a Claudia Patricia Gómez González, campesina indígena guatemalteca de 20 años, que trataba de llegar a ese país en busca de oportunidades. El agente la ejecutó, le segó la vida, cuando al ordenarle que se detuviera, la joven no lo hizo.  No sabía inglés. La patrulla fronteriza, desde 2003 a la fecha ha asesinado a no menos de 97 migrantes, tal y como lo señala el periódico inglés The Guardian. Obviamente no se ha detenido a nadie.  Nadie es culpable. Esos son los crueles resultados, las mismas, producto del militarismo impulsado por Trump y sus seguidores.

¿Y las propuestas?

En medio de todo esto, la agenda de Trump parece estar encaminada a la desintegración de Europa, algo en lo que estaría coincidiendo con Putin.  Los alegatos tratan de hacer ver la euro-dependencia de Alemania, mostrando como relegadas a otras naciones.  De allí el estribillo de que “Europa habla alemán”. Como era de esperarse, grandes corporaciones especialmente financieras se unen al coro de vehementes seguidores: “los países mediterráneos europeos no entienden nada que no sean las palabras duras y la firmeza de los mercados de capitales”. 

Ya está en el olvido el hecho de que fueron los gobiernos los que rescataron por un monto de 7 trillones, millones de millones, de dólares a los bancos con sus inversiones irresponsables, o “activos tóxicos” como se les denominó.  En verdad son declaraciones de “post-verdad” como ahora se le llama a la mentira, la confusión, la carencia de realidad, al embuste; a la abierta distorsión de los hechos.  Allí está, complementariamente Francia.  Las iniciativas de su gobierno, los ajustes, los niveles de las finanzas públicas para pago de la deuda externa, siempre resultan insuficientes.  Siempre falta más, a efecto de permitir la consolidación de monopolios, ya sean estos orgánicos o funcionales.

A todo esto, ¿hay propuestas? Se sabe plenamente que el espíritu de Trump es ser el destructor en jefe. Pero ¿y las propuestas?  Más que cambios, lo que se requiere es de innovaciones, de cambios que redunden en mejoras.  No, no las hay.  Los desvaríos y las embestidas mediáticas, eso sí predomina. 

De allí, a partir del fiasco de Trump en el G-7 de Canadá, es que se necesitaba de un poco de oxígeno, con los “buenos” resultados de la reunión con el líder de Corea del Norte.  Y sí, se logró algo.  Algo es algo.  Se firmó la desnuclearización. Pero nótense los detalles: no se habló de un programa específico, ni se mencionaron fechas.  Eso no aparece en la declaración final. De nuevo la forma, el “marketing”, los pantallazos permanentes del “reality” en el que vive Trump y sus seguidores.  Eso es parte del escenario de riesgos, que nos afectan a todos.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.