La revolución del orden | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Junio de 2017

Muchos se preguntarán por qué el orden se ha puesto tan de moda en Colombia, en estos días, incluso dentro de ciertos intelectuales de izquierda que de repente se han dado cuenta de que sin éste no hay sociedad que pueda sobrevivir. En todo caso, basta con entender que frente a los fallidos propósitos de mantener la sangría y la depredación, como el horizonte futurista y plausible que se pretendía, el Estado y el pueblo colombiano pudieron sobreponerse hasta decir no más. Otra cosa, ciertamente, es si el llamado cierre del conflicto con las Farc estuvo bien o mal negociado. Que es precisamente por lo cual surgen, de una mayoría de partidos representados en el Congreso, alternativas de ajuste en la próxima legislatura.

En tanto, los anhelos de ordenación y disciplina institucional son los elementos prioritarios de la política contemporánea, en el país. Quizás sea este, políticamente hablando, el saldo más visible del proceso que hace tránsito con la entrega saltuaria de las armas por parte de las Farc, sin embargo faltando todavía centenares de caletas, cerca de mil, en donde se archiva lo más granado de los artefactos que sirvieron para adelantar la prolongada hecatombe del terror y los multimillonarios dineros del gramaje, el secuestro y la extorsión. En ese sentido, se hizo hasta lo imposible por derribar el sistema democrático y se utilizaron los mecanismos más protervos contra la sociedad colombiana y el Derecho Internacional Humanitario. Prácticamente se declaró una guerra unilateral y sin cuartel, motivo de la agresión a la población civil como objetivo constante y principalísimo.

En efecto, no se ahorró ningún esfuerzo en esa tarea de someter a los colombianos al estalinismo y de dinamitar la democracia por todos los flancos. Acaso no sea por supuesto y en modo alguno posible definirlo como una revolución. Porque en muy poca o ninguna medida se dio el enfrentamiento entre dos ejércitos, sino que por el contrario la población civil fue carne de cañón, que es lo más antirrevolucionario de que pueda tenerse noticia. El país lo recuerda con facilidad. Lo que hubo a partir del odio extremo y armado, además señalado como sentimiento y consigna permanente, al amanecer como al anochecer, en todo tiempo y en todo lugar, fueron amenazas, éxodos, asaltos y matanzas; cautiverios de todo tipo, desde los campos de concentración hasta las “pescas milagrosas”; infinidad de instrumentos explosivos, desde los infames cilindros hasta los burros-bomba; y de ahí para abajo, en un listado interminable, cualquier conducta de antemano y a consciencia, lesiva, como el reclutamiento de niños y niñas para el terror.

Nadie negaría, por descontado, que el punto de inflexión de semejante escenario sangriento se dio a partir de aplicar el Plan Colombia y de generar la voluntad política nacional y aglutinante para sufragar los mandamientos constitucionales. Cuando el Estado recuperó su vigor; cuando se hizo lo propio para respaldar a las Fuerzas Militares y de Policía; cuando la guerrilla perdió la oportunidad de redimirse en algo, en el Caguán, y por el contrario escaló sus actividades terroristas, en todo caso inferida allí su derrota política definitiva; cuando el país encontró el liderazgo para dominar la conspiración armada de vieja data y presentar alternativas diferentes al odio, con base en una política de expansión económica y social y sobre el soporte de la seguridad, los indicadores comenzaron a cambiar, gracias también en parte a desactivar la peor erosión del orden público, de acuerdo con las cifras de la época: el paramilitarismo.

Desde entonces, hace ya más de una década y media y fruto de la estrategia estatal paulatina, el secuestro entró en franco declive, la guerrilla fue desalojada a lugares selváticos y periféricos por las fuerzas institucionales, la tasa de homicidio se redujo consistentemente, los agentes del orden sufrieron mucho menos bajas, se despejaron las carreteras, se recuperó el entorno rural, se mejoró el clima de inversión e incluso hasta 2013 se había logrado reducir ostensiblemente el narco-cultivo hasta las 45.000 hectáreas, por desgracia fenómeno revivido de ahí para acá. En ese escenario, las Farc pasaron igualmente de 18.000 hombres-arma, en 2002, a ser disminuidas en un rubro cercano al 65%, cuando la opción fue desmontar los remanentes y evitar la curva indeclinable, luego de actos macabros y desesperados como el fusilamiento de los diputados del Valle o la caída de los jefes principales.

La lección para Colombia es que el orden institucional es cosa difícil y seria, que no puede darse por descontado. Si la cuerda se estiró por mucho tiempo, logrando finalmente revertir el tema, es por tanto lógico que en el imaginario del pueblo ese sea el factor primordial aquí y hacia el futuro.