La caída de los inocentes | El Nuevo Siglo
Lunes, 19 de Junio de 2017

El ataque terrorista a la población civil, particularmente mujeres, en el corazón del norte de Bogotá, recuerda cuán lejos estamos de vivir en paz. Porque no solamente es el aleve atentado en el Centro Comercial Andino, cuya bomba detonó en el baño femenino cerca de las salas de cine, justo en medio de las ventas del Día del Padre, sino que en otras poblaciones es común conocer, semana a semana, homicidios y hechos escabrosos que están lejos de la seguridad como razón de Estado. 

Las tres víctimas mortales y los varios heridos en el concurrido y estratégico lugar capitalino dan, por supuesto, para hablar de feminicidio, pero a más de ello es también clara la señal de que en cualquier momento puede iniciarse una ola de terror similar a la de hace unas décadas, para lo cual no es necesario tener arsenal alguno, sino la capacidad de detonar un artefacto mortífero. De ello, precisamente, es de lo que ha vuelto a ser notificado el pueblo colombiano. Milagrosamente el ataque no fue peor que el del club El Nogal, pero lo recuerda en toda la línea y pudo tener exactamente los mismos resultados de multiplicación horripilante o más grave. Desde luego, los actos de terror no pueden medirse exclusivamente por el número de víctimas, sino por el solo hecho de tener el campo libre para producir daño. Y es por eso, precisamente, que la primera solicitud de la ciudadanía al Gobierno es autoridad y orden mientras el único homenaje a las víctimas es la justicia. Que es, a su vez, la única manera de obtener una paz perdurable y cierta. 

En todo tiempo y en todo lugar el Estado ha de mantener, ciertamente, la rienda templada, mucho más en un país como Colombia. La laxitud conceptual en la materia termina haciendo de caja de resonancia. Como, en efecto, parece haber ocurrido de trasfondo en los sucesos del sábado que, por supuesto, no dejan de estremecer a la atónita ciudadanía de la capital. Nunca será bueno dejar en el aire la señal de que “el terror, paga” porque ello se revierte, precisamente, en sucesos que después se habrán de lamentar. Ello es hoy una realidad efectiva, una realidad contante y sonante, porque no solo las víctimas pudieron ser más, inclusive niños, sino en cabeza de cualquiera de los miles y miles de ciudadanos que desprevenidamente asisten a diario al centro comercial, lo que puede repetirse en cualquier sitio de la ciudad y del país. De tal modo, cuando salvarse es un problema de suerte, el Estado desaparece y pierde la vigencia para la cual fue instaurado. Desde hace siglos Hobbes bien dijo que “el hombre es un lobo para el hombre”, razón por la cual había que constituir y templar el aparato estatal. Lo que no por ser una consigna atávica deja de tener toda la actualidad. La fuerza del concepto, por lo demás incluido en la Constitución colombiana en su redacción contemporánea, ante todo obliga a las autoridades al amparo de los ciudadanos en su vida y su integridad física. Ello no puede ser un trompo de quitar y poner, sino una acción sistemática. No deja, en ese caso, de ser paradójico que mientras los terroristas del Nogal salen libres, otros, exactamente al mismo tiempo, recurren a idéntico procedimiento de barbarie y muerte.                           

Está a la vista del mundo entero que la lenidad con el terror ha sido motivo de los cambios vertiginosos de la política en los últimos tiempos. Basta ver cómo mandatarios absortos con el tema del terrorismo, como en el caso de François Hollande, en Francia, acaban en el sótano de las encuestas y arrinconados por sus propios electores. Poco faltó para que hubiera de anticipar las elecciones y entregar su mandato por fuera de términos, al estilo del argentino Raúl Alfonsín, en su época. Desde luego, los ataques patrocinados por el Estado Islámico no fueron culpa de Hollande, pero la ciudadanía lo vio débil y dubitativo. Asimismo, en el Reino Unido, Theresa May acaba de sufrir un sorpresivo revés electoral, no por el brexit u otro tema interno, sino porque redujo la financiación de la seguridad y los recientes atentados contra los británicos le pasaron factura. En todas partes del globo el mensaje del pueblo contra el terrorismo es claro.

Sea cual sea su origen, el voto siempre será contra este y contra quienes, bien por su conducta o bien por sus políticas, se muestren flexibles y acomodaticios. Tal el axioma indiscutible de la política contemporánea, base de la unión de los ciudadanos de bien.

Lo que Colombia quiere y necesita no son hipótesis y consignas, sino acción estatal. Y recuperar la idea de que “el terror, no paga”. En tanto, solo podemos lamentar la caída de los inocentes y unirnos al luto de las familias, tanto de las mujeres colombianas como de la francesa que, tan joven, solo vino a Colombia a tratar de hacer el bien. 

 

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