¿Y el “blindaje” agrario? | El Nuevo Siglo
Jueves, 2 de Junio de 2016

·      Los pactos incumplidos

·      Cuando el Estado pierde la palabra

A medida que pasa el tiempo parecería que la política agraria colombiana se reduce al escalafón mínimo. Y no está bien que eso ocurra o al menos se dé la sensación de que está ocurriendo. Resulta a todas luces negativo que un país con grandes posibilidades agrícolas, cacareadas en el transcurso de las décadas y hasta de los siglos, no haya logrado la planeación, innovación y tecnologías de punta para darle alcance y productividad a lo que debería ser patrimonio y rubro sustancial en las cuentas nacionales.   

 

El problema tiene múltiples aristas. Desde hace unos meses, por ejemplo, fue la aridez suscitada por el calentamiento global y desde ahora se anuncia que vendrán las tormentas catastróficas de fines de año como parte de la anarquía y el vaivén climático. Es otro de los aspectos que, fruto de las circunstancias contemporáneas, debería suscitar una gran convocatoria de los expertos nacionales a fin de ordenar las actividades agropecuarias y ganaderas. Está más que sabido que buena parte de las cuencas hidrográficas, en las que el país tiene una riqueza superlativa, están sin embargo recargadas y que en ello colabora fundamentalmente el desorden e incluso la desidia en el uso del agua como que, al mismo tiempo, tampoco se cuidan debidamente humedales y reservorios naturales que proporcionan el equilibrio ambiental cuando se dan las inundaciones. No hay en tal sentido conciencia  para el desarrollo de una buena política agrícola y ganadera, de la necesidad de preservar y regular los servicios ecosistémicos. Por eso, tanto las sequías como los diluvios arruinan las cosechas y el agricultor vive en un permanente trance de quiebra. A diferencia, claro está, de otros países, como Argentina, cuya fuerza radica precisamente en una actividad agrícola y ganadera cooperativa y ordenada debidamente en todas sus variables y estratificaciones. Y no porque Colombia sea uno de los países más vulnerables al cambio climático debe renunciar al hecho de que uno de sus grandes potenciales, hacia el futuro, reside justamente en la agricultura y la ganadería.

Para ello, por supuesto, no basta con decirlo, como se ha dicho hasta la saciedad en el trayecto de las generaciones, sino de poner manos a la obra bajo lo que en su momento se llamó el Pacto Nacional Agrario y que lamentablemente ha desfallecido. Hoy, cuando se espera una mejora en las condiciones de seguridad del campo luego de largos años de depredación y barbarie, es el instante de trabajar las actividades agrícolas y ganaderas con criterio fundacional. Algo que lleva lustros sin poderse hacer y que desde luego comienza por ordenar la titularidad de la tierra, apenas formalizada en un 42 por ciento, como si aún estuviéramos en la época de la colonia. Pero sería demasiado reducido quedarse ahí. Más bien se trata, como puede ocurrir en otras partes del planeta, de que Colombia sea verdaderamente una despensa alimentaria cuando, en cosa de 40 años, el mundo pasará de las siete mil millones de personas de hoy a unas 9 mil millones y la demanda por alimentos se multiplicará. Semejante oportunidad de desarrollo no debe ser ajena a los campesinos ni a los colombianos en general.

 

No puede, pues, la política agrícola basarse en una simple plataforma de subsistencia, ni tampoco visualizarla como una escueta variable de la inflación. Hay que elevar la calidad de vida del campesino y darle los instrumentos para mejorar su condición, comenzando por hacer atractivas las posibilidades del campo frente a las seducciones urbanas. Una adecuada política de insumos agrícolas, de seguros de cosecha, de cadenas productivas, de salarios adecuados, de vacunas y medicinas, de asociación comercial, de diferenciación tributaria, de protección crediticia, de estímulos a la inversión, de apalancamiento de las tecnologías, de infraestructura y distritos de riego, son elementos a tener en cuenta dentro de un Acuerdo Nacional Agrario. Pero más que todo ello se requiere de voluntad política y de poner al sector como propósito nacional. Que es lo que nunca ha ocurrido.

 

Colombia vive hoy, de nuevo, un paro de los sectores agrícolas. Lo que demuestra qué tan lejos estamos de lograr el consenso y las respuestas adecuadas del Estado a los anhelos campesinos y las posibilidades agroindustriales mancomunadas. Está reconocido por el Gobierno que no ha cumplido buena parte de los pactos suscritos en el paro anterior. Es lo peor de todo. No hubo “blindaje” para los acuerdos campesinos. Y cuando el Estado pierde la palabra es el anuncio de que no queda mucho por hacer. Pero aún tenemos esperanzas de que la salida, algún día, esté en el Pacto Nacional Agrario y la salvación de la agricultura en un nuevo modelo socioambiental y productivo.