Vigencia de Cervantes | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Marzo de 2016

* El legado del Quijote

* Hazañoso tercer capítulo de su obra

 

El mundo cultural conmemorará en pocas semanas los 400 años de la desaparición física de don Miguel de Cervantes Saavedra, quien después de escribir numerosas obras de teatro y novelas, falleció en Madrid el 20 de abril de 1616, tras una vida de esforzada creación literaria en medio de agobiantes penurias, prisiones y frustración, a tal punto que terminó siendo enterrado en la fosa común de un convento de la capital ibérica. Su ya obra cumbre El Quijote cobraba poco a poco fama mundial. Hoy por hoy casi no existe autor que se respete que no haya aventurado en alguna oportunidad líneas sobre ese libro o la vida de su autor, siendo raras las plumas que por singularizarse, como es el caso de Jorge Luis Borges, pretendieron colocar al llamado “Príncipe de los Ingenios” por debajo de Quevedo.

Ningún otro escritor ha conseguido superar la marca cervantina de originalidad y creatividad que su genio legó a la humanidad. Son numerosas las biografías sobre sus periplos. Algunas se detienen a relatar que pudo haber tenido conocimiento de la existencia de Don Gonzalo Jiménez de Quesada, el licenciado que arriba a Santa Marta, ocupado en labores administrativas y que por muerte o ausencia de los  capitanes que comandaban su expedición, termina empuñando la espada y se convierte en explorador y conquistador. Claro sin que a Quesada se le conozca ninguna Dulcinea, un Sancho ni el desprendimiento por los bienes materiales de que, en su demencia, hace gala El Quijote. Es posible que al vecindario madrileño de Cervantes llegasen noticias de las hazañas de Quesada en la Nueva Granada y las frustraciones de su vida por no alcanzar el marquesado de El Dorado, que fue su obsesión, a tal punto que dejó en cláusula testamentaria en Santa Fe de Bogotá que quien se casase son su sobrina y heredera debería salir en búsqueda del sueño que él no había podido coronar. Lo evidente es que el héroe cervantino figura como el hidalgo Alonso Quijano, Quijada o Quesada.

Un verdadero Quijote se nos antoja Antonio de Berrío, el guerrero vasco que se casó con la sobrina de Quesada y arribó a Santa Fe de Bogotá para cumplir con la cláusula testamentaria de encontrar El Dorado. Se trataba de un condotiero en el otoño de su vida, que antes había participado en las guerras europeas de España contra las potencias, sin alcanzar la gloria. Este, al final de su procelosa vida, cruzó el Llano colombiano, se enfrentó a las fieras, los guerreros indígenas, las fiebres, las enfermedades y el clima. Forzado a quemar las naves, ejecuta los caballos cuando no tiene cómo alimentarlos y en medio del alucinante sol tropical avanza por zonas que nunca habían hollado los exploradores europeos. Su expedición es tan gloriosa como desconocida, puesto que Berrío perdió en el curso de su aventura al capellán, que era quien sabía escribir y el cronista que difundiría al mundo sus hazañas, pero terminó devorado por las pirañas.

Es obvio que sin un cronista genial nada sabríamos del Ingenioso hidalgo de la Mancha, como poco ha trascendido de la vida de Berrío. Así que lo que se sabe de su  heroica cruzada es lo que se desprende de relatos fragmentarios de otros guerreros españoles que se movieron entre la Nueva Granada y Venezuela, por donde cruzó y fundó la hoy capital de Trinidad. La historia oficial de esta apenas se refiere a la ciudad “fundada por españoles”, sin dedicar una línea al andariego y valiente capitán. Hoy sabemos que sir Walter Raleigh apresó al hidalgo en la isla de Margarita y que Berrío, bajo los efectos estimulantes de sorbos de whisky, le cuenta su vida y tragedias por el Orinoco, sin saber que el corsario tomaba cuidadosamente nota de su historia, para con esos datos publicar su obra El Dorado en Londres, en la que literalmente le roba la gloria a Berrío. Estos episodios habrían dado para una tercera parte de la obra de Cervantes, de no ser por el hecho de que las fechas de sus existencias vitales no coinciden y ni los españoles de su tiempo se enteraron de sus hazañas, puesto que, fuera de ser un caballero de espada al cinto, Berrío practicó un silencio casi trapense.  

Tiene la obra de Cervantes la posibilidad de ser leída desde cualesquier ángulo o capítulo, incluso abrir al azar y señalar un párrafo, en donde de inmediato se encuentra algo interesante, ilustrativo o de humor. Es emocionante observar que con la pareja de Quijote y Sancho pinta el asténico y al pícnico de la psicología del siglo XX.