“Unidad Nacional”: q.e.p.d. | El Nuevo Siglo
Jueves, 5 de Mayo de 2016

·       Salvar la política de los políticos

·       El reto presidencial hacia la paz

 

Una coalición gubernamental, cualquiera sea el concepto político que se tenga, no es para que sus integrantes hagan lo que les venga en gana. Hacerlo así es, precisamente, contradictorio con la pretensión fundamental de reunirse en torno de unos propósitos predeterminados y de afianzarlos a razón de la libre voluntad de asociación de los participantes. Si no es así, por supuesto no hay coalición, alianza, consorcio, o como se quiera llamar a ese acto de comprometerse políticamente para darle, a partir de la sumatoria de energías, mayor entidad a las directrices gubernamentales convenidas y proporcionar una dinámica lógicamente encaminada a cumplir lo pactado en bien del país. Y que, de antemano, se considera esencial a los altos intereses nacionales, como debe hacerse manifiesto de modo público y abierto.

 

Todo eso es, precisamente, lo que no está ocurriendo hoy en la política colombiana. Si es que a ello, ciertamente, se le puede llamar política. Porque nada más estrafalario que el espectáculo de los últimos días en el que, a causa de la modificación del gabinete, miembros sustanciales de la llamada Unidad Nacional han puesto el grito en el cielo, dejando por el piso la alianza que aparentemente se tenía para lograr la salida política negociada al viejo conflicto armado colombiano. Frente a un propósito de semejante envergadura ganó, en cambio, la mentalidad clientelista que, en efecto, agobia a ciertos de sus componentes, como quedó demostrado, y de la que por ningún motivo pueden escaparse por ser el marco de acción que se corresponde con la naturaleza que los estructura y estremece de motivación irredenta. Bajo estos criterios, dentro de los cuales el poder no es para orientar los destinos nacionales sino para derivar migajas partidistas y personalistas, no hay mucho qué hacer. Y que por supuesto distorsiona gravemente, como en efecto está ocurriendo, ese anhelo tan esquivo, en décadas de matanzas, depredaciones y barbarie, de lograr la paz.

 

 ¿Qué tiene que ver ello con un ministerio más o menos? ¿Por qué una reacción tan sensiblera, por no decir histérica, por la modificación de alguna agencia, consejería o un departamento administrativo? ¿Acaso la intención de hacer la paz no prevalece sobre semejantes nimiedades? La respuesta es obvia: por supuesto que sí. Pero, al parecer, en términos de la política colombiana eso, a todas luces evidente, es exactamente lo contrario. Cómo voy yo, cuál es el posicionamiento del partido, con cuánto se cuenta para las próximas elecciones, cuáles son las palancas para conseguir votos, son los interrogantes fundamentales de los operadores de la política y ahí, claro está, la paz no sirve para nada, por cuanto ella no es en lo absoluto un factor de poder, sino un intangible que no brinda, en particular, ningún beneficio que no sea esencialmente colectivo.

 

Entre más griten tales despropósitos, mejor, porque más se ponen en evidencia. La política trata, al contrario, de conquistar la opinión pública y no de reducirla a las sordideces de una oficina burocrática de las que suelen tomarse como botín y de lo cual el país está hasta la coronilla. Es precisamente ese contubernio el que ha deslegitimado la política como el instrumento indispensable e insustituible para lograr los objetivos nacionales y que la tiene en el sótano de las preferencias ciudadanas. Por el contrario, es el mayor motivo de desconfianza y el sinónimo, en ocasiones injusto pero muchas veces cierto, de corrupción y trampa.

 

Está bien, pues, que el Presidente se haya liberado de las coyundas que se le han querido y todavía quieren imponer. No es con peajes, ciertamente, como se puede estar o no con la paz, puesto que ello es, ante todo, un acto de consciencia. Y como tal hay que promover la coalición por la paz, libre de toda componenda, y lejos de tanto comentario hipócrita, tratando de presionar puestos por la puerta de atrás, cobrando la representación y minando la autoridad presidencial.

Como se sabe, el partido Liberal ha declarado oficialmente que deja la Unidad Nacional. Para muchos, inclusive, estaba sobre-representado en ella por cuanto, si de milimetría se tratara, su potencial electoral apenas si es equivalente a los partidos mayoritarios de la coalición. Inclusive bastaría ver las elecciones senatoriales, donde se juega la circunscripción nacional, para ver que no es de los primeros, por debajo de La U y el conservatismo. Pero no se trata de esto. Se trata de que cada día parece más claro que para hacer bien la paz, al Presidente le tocará salvar la política de los políticos. Y ese es el reto.