Una campaña de “sapos” | El Nuevo Siglo
Domingo, 31 de Julio de 2016

Pasadas las convenciones de ambos partidos, en los Estados Unidos, el panorama antes de aclararse se tornó más incierto. Evidentemente cualquiera de los dos candidatos en la liza puede ganar y solo hasta ahora puede decirse que comenzó la campaña en firme. Tanto Hillary Clinton como Donald Trump esbozaron sus estrategias y trataron de presentarse con lo mejor de sí. Ahora falta ver qué tanto les cree el electorado.
Clinton intentó, por todos los medios, mostrarse como una mujer del corriente. Lo que algunos analistas  estadounidenses llamaron una táctica “humanizadora” frente al talante frío y distante que le es connatural. De repente fue la mejor hija, la mejor madre, la mejor esposa y la mejor abuela. No obstante la convención demócrata dejó largo espacio, también, para presentarla en todas sus facetas de servidora pública y comunitaria. Y en ello hasta el mismo presidente Barack Obama reconoció que estaba más preparada que él e inclusive que su esposo, el ex presidente Bill Clinton y todos los demás de ahí para abajo. Así, se trató de vender una Hillary cercana a la gente a la vez que dedicada a una carrera política avasalladora, desde las mismas aulas universitarias, que no le falta sino coronar con la presidencia estadounidense.
A nuestro juicio, sin embargo, hubo un exceso de validación, no solo por parte de su familia, sino de una fila de oradores y oradoras que se encargaron de subirla a las nubes. Lo que, si bien fue una de las notas más celebradas de la convención demócrata, terminó, en el fondo, dejando entrever la necesidad de legitimarla y reconocerla como si tuviera un problema de autoestima que, ciertamente, no es el caso. De manera que, paradójicamente, tratando de enfatizar sus fortalezas y llevarlas al culmen pudo haberse producido un efecto contrario: cierto dejo de fragilidad.
Por igual, buena parte de la convención demócrata se dedicó a responderle a Trump. Y en ello pareció que Estados Unidos y Hillary estuvieran en “Alicia en el país de las maravillas”. No pareció reconocerse, entonces, que todas las encuestas, pese a una aprobación aceptable del presidente Obama, señalan que entre el 60 y el 70 por ciento de los ciudadanos creen que el país va por mal camino. De modo que el “cambio”, la palabra mágica en política, no se suscitó sino a partir de consignas poco creíbles, aunque ciertamente el discurso del expresidente Clinton, el mejor de la semana, intentó definirlo como el cambio sereno y para ello la necesidad partidista de la unidad.
En tanto, una convención republicana igualmente jovial tuvo de epicentro a Donald Trump. Contrario a su rival, hubo un discurso del candidato reconcentrado en sí mismo y, salvo por las palabras de su mejor amigo, un escenario imperativo y egocéntrico. Trump, por lo demás, tiene el problema de que se le nota su inexperiencia oratoria y esa falencia es fácilmente detectable en que trata de convencer a los gritos, no dándose cuenta de que habla para la televisión.
Por su parte, si en la convención demócrata se presentó a Estados Unidos como “el país de las maravillas”, en la republicana la nación norteamericana pareció debatirse en el último círculo de la “Divina comedia”. En efecto, una especie de infierno en el que todo debe ser cambiado y en una espiral de problemas invivible. En ello también hubo exageración, pero con la estrategia  se trató de dejar en claro que el único camino posible es el cambio, con el grave problema de que puede ser totalmente impredecible. 
Fue curioso, a su vez, que en la convención demócrata se exaltara la figura histórica preminente de los republicanos: Ronald Reagan. Pero igualmente fue curioso que los analistas republicanos de su convención trajeran a cuento a Franklin D. Roosevelt, la figura por antonomasia de los demócratas, para señalar que Trump estaba dedicado a ser la voz de los que no tienen voz.         
 No supo Trump, por demás, aprovechar el “papayazo” que dieron sus adversarios al descubrirse, en unas grabaciones, las anomalías de la directora del partido demócrata, proclive a Hillary Clinton y contra la campaña de Bernie Sanders. Era ello, sin duda, un caso mucho mayor al de la esposa de Trump en su calco de Michelle Obama. Pero Trump, al pedirle al presidente ruso Vladimir Putin que sacara más grabaciones, desaprovechó una oportunidad de oro para señalar las inconsistencias permanentes del partido contrario.
Como están las cosas, pues, ambos candidatos salieron con las mismas resistencias con las que habían entrado a las convenciones. De modo que la campaña sigue más o menos en la misma ruta en que venía: la disyuntiva de cuál sapo tragarse el elector.