Seguridad, seguridad y seguridad | El Nuevo Siglo
Martes, 22 de Marzo de 2016

* La erosión de la confianza mundial.

* Los atentados de Bélgica y el retorno a Hobbes

 

En ésta, la era del terrorismo, sigue sorprendiendo la vulnerabilidad a que están expuestos los ciudadanos sin que hasta el momento los estados legítimos y más poderosos hayan logrado encontrar un antídoto efectivo más allá de la palabrería y el desconcierto. Es lo que se vuelve a confirmar con el atentado de ayer, en Bruselas, donde al menos 30 personas perdieron la vida y 240 resultaron heridas en el bombardeo por parte de comandos terroristas del Estado Islámico (EI) en el principal aeropuerto de Bélgica y una estación del metro a pocas cuadras de las instalaciones centrales de la Unión Europea.

 

Tres, por lo pronto, son las conclusiones que se pueden sacar: primera, el fracaso descomunal y lamentable de la Inteligencia belga, europea y mundial ante hechos elementales que debieron preverse como reacción a la reciente detención del máximo cerebro de los anteriores ataques en París, Salah Abdeslam, precisamente refugiado por semanas en un apartamento equidistante al lugar de los atentados de ayer; segunda, la actividad inmediata de los yihadistas que pusieron en marcha un operativo de gran calado en las propias narices de los organismos de seguridad, lo que nada tiene que ver con la excusa de que el EI ha sido duramente atacado en Irak y Siria; y tercera, la confirmación de que cada día se extienden más los tentáculos del terror, produciendo miedo, y de que no es descartable que, así como el EI reacciona de inmediato, por igual está en capacidad de generar plataformas terroristas de mediano y largo plazos, de modo que hay una estrategia de magnitud superlativa y la flexibilidad operativa acorde con las necesidades y apremios de las cabezas de la Yihad.

 

Sea lo que sea, la erosión de la confianza ciudadana en la fortaleza de las instituciones es el resultado fundamental de todo cuanto viene ocurriendo y que tiene al globo en vilo desde hace ya un buen tiempo. El bien más preciado de la sociedad es la seguridad. Mucho más hoy, para todo el mundo, como ha quedado demostrado, por ejemplo, en las víctimas colombianas del atentado belga. Y cuando la seguridad mundial se pierde y se tiene la sensación de que no hay talanqueras en el asunto se retorna a las instancias dichas por Thomas Hobbes, hace casi 400 años, cuando afirmaba que por naturaleza el “hombre es un lobo para el hombre” y para redimirlo de sus tendencias debía fundarse el Estado (el Leviatán) cuya esencia era la de garantizar la tranquilidad y el orden afincado en la ley.

 

El pensamiento del filósofo inglés, padre de la doctrina estatal, fue posteriormente morigerado con las ideas de la Ilustración francesa, según las cuales el Estado no sólo debía ser garante de la seguridad sino producto del llamado “contrato social”, invención de Juan Jacobo Rousseau, de acuerdo con el cual la entidad estatal entrañaba un pacto entre los asociados para resolver todo tipo de problemas en consonancia con el interés general configurado, a su vez, por la suma de los intereses particulares. De ésta manera, la seguridad se convirtió en solo uno de los aspectos a ser garantizados por parte del Estado y de allí se derivaron doctrinas extremistas, como las de que además debía ser propietario de todos los medios de producción (comunismo), o intermedias como las del Estado de Derecho (sistema de libertades) o Estado Social de Derecho (socialdemocracia o copias).

 

En cualquier caso, como hoy se confirma con el desgraciado atentado en Bélgica, el planeta está particularmente cerca de la doctrina hobbessiana. El reto está en cómo darle salida democrática, vital y efectiva a eso que es un coro mundial a voces: seguridad, seguridad y seguridad.