La paz en problemas | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Mayo de 2016
La marginalidad del proceso
Plebiscito no debe ser del gobierno
 
El problema que tiene el proceso de paz, a raíz de las expectativas suscitadas desde hace ya varios años, es que está sufriendo lo que podría llamarse la fatiga del metal. Es decir, aquello que les sucede a los aviones que, si bien están en buenas condiciones y podrían seguir volando, sufren el rigor de haber estado tanto tiempo en el aire. De manera que hoy, haciendo el símil, cualquier noticia que tenga que ver con La Habana viene determinada por una dosis anticipada de desgaste y no suscita el interés que pudo haber tenido en condiciones y tiempos previos. 
 
De hecho, dentro de la sumatoria de los problemas surgidos a raíz del desajuste económico, el proceso de paz ha perdido preponderancia. Aquella prevalencia que no tuvo, aun desde el comienzo y dentro de una porción de la ciudadanía, que lo consideró y todavía considera como una plataforma innecesaria dentro de los propósitos nacionales prioritarios. Es una opinión que todavía predomina en varios sectores, y en todos los estratos, y que va a jugar preponderantemente en la figura que se aplique para la refrendación popular.  
Nadie lo hubiera pensado nunca, hace unos lustros, que el proceso de paz pudiera convertirse en un fenómeno marginal de la opinión pública colombiana. Y a no dudarlo, el Gobierno ha sido ineficaz en señalar la importancia que aquel tiene para que Colombia cambie de escenario y pueda abocar el futuro de un modo completamente diferente al de tener, como cosa natural y cotidiana, una guerra irresoluta y sangrienta de por medio. Porque no basta con decir que lograr la salida política negociada es histórico, mucho menos cuando una proporción importante de la población ve hoy la guerra como un episodio lejano, sucedido hace mucho tiempo, por lo demás ocurrido en zonas periféricas del país que en nada se corresponden con la vida urbana a la que los colombianos, en su gran mayoría, están acostumbrados. Y que, por lo demás, es motivo de una solución que la juventud visualiza como una fórmula para resolver algo anacrónico. En lo que no le sobra razón si se entiende la ineficacia y negligencia de la clase dirigente, en todas sus variables, sobre un problema al que debió ponérsele punto final hace mucho tiempo.  
 
Si el Gobierno, por su parte, se mantiene en la idea del plebiscito debe saber, como está notoriamente reconocido en las encuestas, que el mayor problema para una votación afirmativa está en la justicia especial pactada en Cuba. Como se sabe, ella comporta, hacia el futuro, el juzgamiento de todo colombiano o extranjero que haya tenido que ver “directa o indirectamente”, así sea de supuesta forma ínfima y en el transcurso de las décadas, con el denominado conflicto armado interno. De modo que el proceso de paz, antes de cerrar la brecha, dejará más bien abierta esa puerta para pugnas y líos pendientes en los años por venir. Y a ello se suma, asimismo, la polémica latente de que no habrá cárcel efectiva para los máximos responsables subversivos, tan solo la obligación de restaurar lo que se considere conveniente en el tribunal especial. Se le ha dicho al país que estará en sus manos si aprueba esto o no y parecería existir una opinión ampliamente mayoritaria, a lo menos en las encuestas, por la negativa. Y como aquello no puede votarse por partes, como en un referendo, la discrepancia política será caldo de cultivo para una división colombiana como la que pocos veces se ha visto. Muchos, incluso, están a la expectativa de si votar “no” o abstenerse, a fin de que el acuerdo así concebido no llegue al umbral, aún por definir en la Corte Constitucional y sometido, por lo pronto, en una arrevesada ley de Congreso a la exigua cifra de cuatro millones de votos en un censo electoral de 33 millones de personas.      
 
No es ese, sin embargo, el problema principal que rodea el plebiscito. El punto fundamental está en que se pretende asociar el proceso de paz con una eventual recuperación de la imagen presidencial. Y eso puede hacer confluir que los aspectos negativos del momento actual, más allá del ya polémico proceso de paz, coadyuven en que se vuelva un voto de confianza o desconfianza sobre el Gobierno en general. Y eso, a decir verdad, no está hoy para jugarse en la ruleta rusa.